lunes, 7 de septiembre de 2009

La noche en la que el maestro Zubin Mehta brilló por primera vez en Rosario




Por Pedro Squillaci / La Capital


Para aplaudir de pie. No había otra forma de agradecer el despliegue de virtuosismo y buen gusto que tuvieron Zubin Mehta y la Orquesta Filarmónica de Israel en su debut en Rosario. Más de 2.500 personas quedaron extasiadas ayer en Metropolitano en una noche de lunes de agosto que se ganó un lugar en la historia de los grandes momentos culturales de la ciudad.

No era el público habitual de los conciertos de música clásica, aunque, claro, tampoco faltaron los que habitualmente concurren a estas citas de gala. El murmullo previo y la gran expectativa crecían a medida que se acercaba la hora esperada. A las 21.40 apagaron las luces y todos se prepararon para el gran momento.

El primer aplauso fue para el presentador, que confirmó que Mehta y la orquesta de 120 músicos fueron designados visitantes ilustres de la ciudad. Después apareció el dueño de la batuta y ahí nomás se dio inicio al verdadero deleite.

“Don Juan” abrió el fuego en una noche tan especial que hasta el frío se tomó un recreo para darle lugar a una jornada primaveral. La historia de este romántico enamoradizo que escribió Richard Strauss comenzó a tomar forma de la mano de la dulzura de los violines.

Mehta entra en un micromundo en el que pareciera que sólo él y sus músicos podrían habitar. Manejan una frecuencia distinta, tienen una vibración tan potente que comunican a pleno lo que interpretan, y ahí, quizá, está el logro más importante de esta aclamada orquesta.

La sutileza es la dueña de la primera parte del concierto. “Las alegres travesuras de Till Eulenspiegel”, también de Richard Strauss, le pone armonías al derrotero de un ladronzuelo de la Edad Media que no podrá soslayar su trágico final. Y la música lo cuenta de una manera inmejorable. Mehta se contorsiona, parece poseído, no se le escapa nada de lo que sucede arriba del escenario, hasta tiene su tiempo para mirar a uno de los músicos como diciéndole “¿qué hiciste?”, en un error apenas perceptible.

La simpleza de la melodía central es subyugante. Los bronces coquetean con las maderas y se lucen crescendos logrados, que van de la mano con cambios de intensidad que invitan al asombro. El clima del camino de la horca estalla en escena. El drama suena en cada acorde y sin embargo el final es bien arriba, como si Strauss se atreviese a quitarle el pesar a la mismísima muerte.

El intervalo permitió que la gente compartiera con el de al lado la maravilla que estaba ante sus ojos. “Esto es lo mejor” se escuchaba de una intérprete lírica. “No, lo más grande llega con Beethoven”, respondía un entendido en el tema. Lo cierto es que la “Sinfonía Nº 7” de Ludwig V. Beethoven ganó en impacto. Quizá no tuvo las sutilezas instrumentales de lo que sonó en la primera parte, pero sí atrapó a partir de la manera en que dialogaban los vientos y las cuerdas, e incluso en la convivencia de los momentos rítmicos calmos con los más vivaces.

Tras un allegro con brío de alta intensidad, Zubin Mehta y la Orquesta de Israel finalizaron el programa pautado. Pero había más. El público de pie no quería que ese momento llegara a su fin. Con un castellano entendible, Mehta anunció muy formalmente lo que sería el primer bis: “Wolfgang Amadeus Mozart, «Las bodas de Fígaro», obertura”. “Ahhhh” se escuchó desde las últimas filas. Y fue una belleza.

El segundo bis llegó con “Polka sin frenos”, de Eduardo Strauss, lo que se tradujo en un cierre festivo, con rostros más descontracturados arriba y abajo del escenario. Zubin Mehta y la Orquesta Filarmónica de Israel dejaron su impronta artística en Rosario. Un regalo para los oídos.

fuente: Diario LA CAPITAL de Rosario- 25 agosto 2009



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