Artes y Letras /
La literatura y el tren
Edición
del Jueves 18 de setiembre de 2014
La
literatura y el tren
•
“Por la vía”, libro de Marta Rodil de próxima aparición, editado por el
Centro de Publicaciones de la
UNL, recrea distintos aspectos relacionados con el
ferrocarril. Adopta análogo método y estructura que la autora había
practicado en “Puerto perdido”, pero, además, al testimonio de un maquinista,
a los textos de escritores, a las imágenes y fotografías suma aquí opiniones
de críticos e historiadores.
De la Segunda Parte, titulada “Literatura y
ferrocarril”, ofrecemos un fragmento de la introducción referida a los
autores incluidos.
Por
Marta Rodil
En literatura, preguntarse por el acontecer del ferrocarril
es preguntarse por las ilusiones, los logros y aventuras, por las
postergaciones y fracasos del devenir humano. Los textos de esta Segunda
Parte se corresponden con la realidad del tren en la Argentina. Fue
preciso, entonces, dejar de lado páginas memorables de todos los tiempos: de
Antón Chéjov, León Tolstoi, Ernest Hemingway, Clarice Lispector, Saki, Miguel
Ángel Asturias, por citar algunas.
“El
tren expreso” de Oliverio Girondo vale como referencia universal: el
espectáculo habitual de una campiña, ya sea de piedra, o de vides como manos
que se levantan de la tierra, de soldados que roncan, del loro que es el
único pasajero que protesta por las veintisiete horas de retraso, o de las
chicas que van a ver pasar el tren porque es lo único que pasa.
Es
notable el paralelo entre algunos sucesos referidos en la Primera Parte del
libro y algunas escenas de la novela de Adolfo Colombres. Veamos un ejemplo:
Tucumán, noche de grillos, un treinta y uno de diciembre y el pavo
tradicional en la mesa. Sirenas, cohetes y fuegos artificiales. Una
locomotora a petróleo, volcada sobre su costado, y el pesar de un niño que
aguardó en vano. Pero aparecerá un libro, semilla de futuras aventuras.
La
poesía popular va de la mano de un tango en “Barrio de tango” (letra: Homero
Manzi). Con intensa emoción poética, describe el antiguo barrio de Pompeya y
recurre a la siempre vigente pregunta por lo que fue (ubi sunt, “dónde
están”, recurso expresivo que se remonta a los clásicos latinos). El arrabal,
el dolor por un perdido amor, por las ausencias, y el misterio del adiós que
siembra el tren.
Y
ahora vamos a un mundo fantasmagórico, protagonizado por vehículos que
detentan atroces poderes. Hoy, lo corriente es que los automóviles
prevalezcan sobre el tren; no obstante, el humor de Roberto Fontanarrosa se
permite enunciar lo contrario en el cuento “Los trenes matan a los autos”,
con una guerra desembozada, sin cuartel, sin fin, sin límites entre los dos
bandos. Con manifestaciones de protesta, castigos, tortura, venganza... al
mejor estilo de lo humano.
A
veces no hay retorno, nos dice Celia Fontán en “Cruce de trenes”, entonces la
partida se dilata, se demora. Somos tiempo y bruma, también el tren que se
aleja; en tanto el musgo va diluyendo las viejas leyendas y el humo se
empecina en los antiguos cercos. El cielo nuevo, las hojas viejas y el
tiempo; siempre el tiempo dando al hombre (que por momentos lo olvida, o
aparta su peso de la conciencia) la medida de todas las cosas.
Conmueve
la ternura (no exenta de humor e ironía) con que Conrado Nalé Roxlo celebra
las tragicómicas aventuras de un quijotesco jefe de estación, para quien todo
vale a la hora de reactivar la oxidada locomotora de una vía muerta.
Ante
la competencia entre el andén y la plaza para atraer a los paseantes, él
ideará los recursos más sagaces y no dudará en organizar pequeños
descarrilamientos que captarán al gentío y a los inactivos bomberos.
Con
subyugante lirismo, Francisco Madariaga nos participa de un tema recurrente:
la vida como viaje. Un mítico itinerario, iniciado a los quince días de su
nacimiento, por el norte de la
Mesopotamia en un tren antiguo, marrón, casi fluvial que se
detiene en las arenas de una estación de vaquerías y puñales, con el resabio
de guerras civiles y en medio de las ánimas que perviven. Viaje-vida-sueño-fantasía
de amantísima fidelidad y eterno retorno al “Joyante Cosmos de Corrientes”.
El
formoseño Orlando Van Bredam amplía nuestra perspectiva, situándonos en la
guerra por las Islas Malvinas: un andén y los planes e ilusiones de cuatro
amigos adolescentes. Dos de ellos marcharán a un destino incierto y, después,
habrá quienes volverán al mismo andén lamentando lo que se llevó el último
tren, “con demasiados discursos, demasiadas banderitas celestes y blancas, y
demasiado 2 de abril sobre nosotros”.
Beatriz
Vallejos: palabra madre, la suya (y enigmática cuando aspira a transmitir lo
inefable). En su mística de lo cotidiano, no podía faltar el tren. La mayoría
ignora que en San José del Rincón -localidad más antigua que la capital
santafesina y lugar de pertenencia de la poeta- hubo ferrocarril. Mas, dónde
está (otra vez el tópico ubi sunt). Entre tantas cosas, el tren pasa. O su
paso permanece en la memoria como los mitos de la tierra.
“Poema
para el hombre de la locomotora” del santafesino Horacio Rossi rinde homenaje
a sus conductores. Nuestro entrevistado de la Primera Parte,
Dante Balestro, fue maquinista como su padre, y desde niño anduvo por los
rieles con su sueño “de hollín, hierro y estruendo”; sueño que Balestro pudo
hacer realidad en una vida plena de experiencias intelectuales además de las
ferroviarias pero que en muchos casos, como el sugerido por el poema, se
frustraría.
Otras
perspectivas e impresiones nos dejará Manuel Mujica Lainez, respecto del
trayecto Retiro-Tigre. Minuciosos apuntes y reflexiones del protagonista con
cada ingreso de un pasajero en el vagón, o de cada barrio que ingresa a sus
retinas. Las muchachas en flor, la idiosincrasia de las gentes y una mirada
estética que todo lo registra.
Finalmente,
Daniel Moyano: el esplendor del antiguo ferrocarril, y el resplandor de “Miss
Annabel”, cuando los relojes se ponían en hora con la llegada del tren. El
paso del coche presidencial, las indicaciones de la hermosa y bien argentina
tía Annabel a sus sobrinos, sobre el comportamiento y los modales. Y más
tarde, el frío, el ruido y los papeles sucios en los deficitarios trenes
gastados, con viajeros empobrecidos que consumen tristes vituallas.
Foto: Guillermo Di Salvatore
fuente: diario EL LITORAL, 14/09/2014
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