lunes, 23 de julio de 2012

EL GIORGIO: -Del tiempo de “la de trapo”. Anecdotas de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz .




Del tiempo de “la de trapo”

Salíamos a la calle y nos sentábamos en el cordón de la vereda. De a uno venían otros y se sentaban a nuestro lado. Hablábamos de pavadas sin importancia hasta que el número fuera suficiente como para armar un “picado”.
¿Y la pelota? Decía cualquiera. Nadie tenía una. Entonces alguno se iba y volvía al rato con su trofeo:
-       Le afané una media a mi hermana, decía. Obviamente, la hermana no sospechaba aún que se había quedado con una media “viuda”.
Otros traían trapos y papeles de diarios. Y empezábamos a rellenar la media. Las de mujer eran preferidas porque tenían mayor diámetro. Cuando nos parecía suficiente la hacíamos girar y la envolvíamos con la parte que sobraba. Repetíamos la maniobra varias veces, hasta que no sobraba nada. Entonces, alguien traía hilo y aguja y la cosíamos.
Quedaba algo bastante esférico. Si la tierra es un geoide, eso era un esferoide. Una volea para probarla… y listo. Se armaba el partido ¿Quiénes integraban los equipos? Los dos más grandes, o los que jugaban mejor, se paraban frente a frente, a unos metros de distancia y colocaban, alternativamente, un pie delante del otro, avanzando hasta pisar el pie del contrario. Ese ganaba y elegía primero.
-       Vos vení conmigo, decía, señalando al que le parecía mejor entre los que quedaban. Luego el otro hacía lo mismo y nos íbamos colocando junto a quien nos había elegido. De ese modo tratábamos de armar dos equipos parejos.
      La cancha era una calle de adoquines, cortada por una empalizada y alambrado que nos separaban de las vías del ferrocarril.  Como la calle estaba cortada, el tránsito era mínimo y entre los adoquines crecía un pastito que disminuía su rugosidad. Cada arco era el espacio entre un árbol y la pared y el “campo de juego” quedaba en diagonal, con los arcos en veredas opuestas, a unos 50 metros de distancia.
       La pelota de trapo no “picaba” mucho. Se parecía a una pelota desinflada. Pero su elasticidad era suficiente para hacer auténticas “paredes”: Si avanzábamos por una vereda, cuando salía alguien a enfrentarnos la pateábamos hacia la pared y seguíamos corriendo para recibirla detrás del oponente. Me pregunto si eso que ahora llaman “pared” no tiene algo ver con aquello.
       Jugábamos descalzos, algunos con zapatillas y -a veces- había algún patadura descolocado que venía a jugar con zapatos, poniendo en peligro las “canillas” de los demás”
       Cuando había llovido y quedaba agua junto a los cordones, la pelota se mojaba y era más pesada. Una vez, de volea, rompimos el vidrio de la ventana de unas viejas solteronas.
       Como jugábamos a diario, algunas vecinas, cansadas de los gritos, llamaban a la policía. Y como por entonces “la cana” no tenía mucho que hacer y las viejas los atormentaban por teléfono, cada tanto venían a corrernos.
-       ¡La cana! Gritaba alguno. Y salíamos disparando, saltando la empalizada y el alambrado  caíamos en la playa del ferrocarril. Como los vigilantes eran “pesados” nunca nos alcanzaban y una vez, hartos de las protestas, nos rodearon por todas las salidas posibles. Pero olvidaron la playa ferroviaria. Nunca corrí tan rápido: tenía tal susto que volaba y casi no tocaba el suelo.
       A veces mi abuela salía a la puerta y decía: - “Hay que ir al almacén”. Mi hermano, que era desobediente decía “Yo no voy”. Y yo iba. Pero allí los mayores tenían prioridad. Perdía no menos de una hora y cuando volvía… el partido había terminado. Desde entonces odio los “hay que”. ¡No “hay que”  nada. Así, sin fundamentos, no acepto mandatos ni imposiciones ¿Quién dijo que “hay que” tal cosa? ¿Y por qué yo? ¡Nada! ¡Váyanse a…!
       Pasó el tiempo. Crecimos, tuvimos pelotas de verdad y jugábamos en la playa del ferrocarril, donde nadie podía ganarnos porque conocíamos sus zanjas, vías y otras irregularidades.
      Los años pasaron. Pero yo soy de aquél tiempo, el de la pelota de trapo.
 El Giorgio



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG,
 
EL GIORGIO, un cronista de la vida cotidiana.
Experto en ciencias, es un filósofo popular que recien ahora comienza a difundir públicamente sus textos, que son siempre humanos, a veces más o menos humorísticos. 
Ya he publicado anteriormente algunas de sus narraciones, y seguire en esta tarea de difusión cada vez que reciba un original suyo. 
Estoy seguro que sus lectores sonreirán al finalizar la lectura
Jose Pivín
frente al puerto de Haifa
frente al Mar Mediterráneo

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