EL SILENCIO POR SUPRESIÓN
Cuando
llegó del supermercado empezó por dejar las bolsas encima de la mesa, y
enseguida buscó lo que necesitaba frío; haciendo equilibrio con las
salchichas, un corte de cerdo y las bandejitas con pollo trozado, abrió
la puerta de la heladera y no se encendió la luz. Pensó que se habría
quemado la bombilla, pero en el freezer el hielo era agua dentro de las
cubeteras, y las milanesas habían perdido su rigidez. Quizás había
dejado de funcionar desde el día anterior, pero recién ahora lo notaba.
Justo
ahora, se dijo, pero siempre el día de hoy es el peor momento para que
algo salga mal. Justo ahora, se dijo, justo ahora que hay que comprar la
ropa de los chicos para el colegio, los útiles, los libros, y se
acumulan los gastos de inscripciones y cuotas. Se recostó contra la
mesada, justo ahora.
Después
de suspirar y peinarse con la mano el cabello, le tocó timbre a la
vecina y le preguntó si tendría lugar para dejarle algunas cosas en su
heladera. Puso todo en una bandeja y volvió. La vecina le objetó que
estando los artículos descongelados no era bueno recongelarlos, que hay
que consumirlos o tirarlos. Sucedió la argumentación; ella que no, que
en un documental explicaron que no es malo volver a congelar los
alimentos, que no, que para nada, y había la cosa de la ruptura de las
paredes celulares que cambia la textura pero no hace que las cosas se
echen a perder, y mientras tanto con la bandeja arriba de la mesada de
la vecina, y las cosas tan a la vista, los envases abiertos, esa
desprolijidad expuesta a extraños.
Pero
que no importa, de veras, en serio que dijeron que se pueden volver a
congelar los alimentos descongelados, y la vecina que no se convencía y
ella que se sintió absurda dando explicaciones, casi suplicando que le
ponga las cosas de una vez por todas en el freezer, y se hubiese ido si
no fuese porque mantenía la sonrisa y la paciencia porque necesitaba
salvar la mercadería, más aún ahora que quién sabe cuánto iba a costar
el arreglo de la heladera.
Por
fin volvió a su casa y se le endureció el estómago cuando pensó que
debería decirle al marido que la heladera no funcionaba. Justamente la
heladera, que era una de las cosas que habían perdido su existencia.
Si
lo que no se nombra desaparece, es como si no estuviese o jamás hubiese
existido, entonces en su casa había una enorme cantidad de objetos
fantasmas.
Para
que ocurriese la desaparición de la heladera había sido lo del hijo
menor. Dos años atrás le regalaron un triciclo, y a causa del entusiasmo
que le produjo el triciclo rojo, la misma mañana del cumpleaños no
esperó a salir a la vereda, se subió a su triciclo y cuando intentó
girar en la cocina, la rueda trasera chocó contra la puerta de la
heladera y le dejó una dolorosa herida arañada con pintura roja sobre la
pintura blanca.
Desde entonces, hacía ya dos años, la heladera había pasado a formar parte de la casta de los innombrables.
Una
vez que hubo gritos motivados por algo, el lugar o el objeto
involucrado quedaba anulado del registro de realidad de la familia. Era
una norma jamás enunciada, pero los niños la acataban perfectamente con
esa comprensión animal de los niños por los climas espesos, los rostros
mudos y las expresiones de los cuerpos torturados. Habían comprendido
perfectamente, los niños, que una vez borrado algo de lo visible y
señalable, debían obedientemente enceguecer sus propios ojos a lo
molesto, a lo acaso peligroso.
La
mujer se dijo que para comunicarle al marido que la heladera no
funcionaba, debería nombrarla, decir la heladera no funciona, y ese
nombrar la heladera la traería de vuelta a la realidad tangible, y otra
vez quedaría expuesta la rayadura roja sobre la pintura blanca, y sería
nuevamente el grito, quizás el golpe. Pensó en llamar al service sin
decirle al marido, pero jamás lograría que la arreglasen antes de la
cena cuando la necesidad de hielo para el vino con soda la dejase
expuesta.
Quizás
pudiese llamar al service y guardar silencio, y el marido al abrir la
heladera no hiciese comentarios, y la heladera siguiese en modo de
fantasma, y el marido quizás se contentase con fruncir el ceño y
mantener un silencio más espeso y no otra cosa. Quizás se pudiese
sortear el mal trago, quién sabe.
Y
justo ahora, se dijo, justo ahora tiene que aparecer la heladera. El
televisor no se nombra desde que la nena se levantó sigilosamente en la
noche a ver el final de una novela, y el padre salió de la cama y
arrancó el enchufe de la pared. El piletín está armado todavía en el
patio, y los chicos lo usan, pero no se habla de él desde que salpicaron
demasiado, el agua llegó a la calle y un inspector municipal les
levantó una multa.
La
mujer recorrió la casa y faltaban tantas cosas. Tanto sinsabor había
desdibujado, uno a uno, el respaldar de una cama, una de las bicicletas,
la puerta del placard de los chicos, el piso del baño, un estante del
pasillito. Y aquello también, y la azucarera, y tanto más.
Miraba
desde el recuerdo la casa, y veía su hogar cuando todavía no faltaba
casi nada, y se podía hablar de la cortina, del colibrí en las flores
azules, de la película en el cine y de aquellos amigos que, también, uno
tras otro habían ido desapareciendo.
Abrió
la guía telefónica para buscar un service de heladeras y habló
resignadamente. Recién mañana pasarán a hacer un presupuesto.
Sentada
con las manos sobre el regazo, la mujer anheló el día en que ella y sus
hijos demuestren su absoluta, su inocultable incorrección frente al
marido, y puedan desaparecer finalmente, escapando, por fin, de su
mirada.
MONICA RUSSOMANNO
e-m: russomannomonica@hotmail.com
MONICA RUSSOMANNO
e-m: russomannomonica@hotmail.com
La autora:
Mónica Graciela Russomanno nació en Santa Fe, en 1966 y es profesora en Artes Visuales.
Fue publicada en los diarios “Hoy en la Noticia”, “El Litoral”, “La Nación” de Argentina, “Ideas” de Cuba, “Xicòatl” de Austria y “Etcétera” de Zaragoza
Editada virtualmente en las publicaciones “Inventiva Social”, “Unión digital”, “La máquina de escribir”, “Página 1”( de Israel); escribe ensayos en “El Arca del Sur”.
Ha guionado los videos “El gueto de Varsovia”, el realizado por los 90 años de la radio “LT9”, así como “Relatos de Euskadi” y “El Arca del Sur”.
Fue premiada en el concurso por los 70 años de la UNL, “Nitecuento” de Editorial Mizares, el certamen de la Editorial “Nuevo Ser”, y el organizado por “Historias para el café”.
Editada en la Antología “En bandada”, participa como autora invitada en encuentros con estudiantes, y es jurado del concurso anual de cuentos juveniles de la organización “El Puente”.
En el año 2009 la Asociación Trabajadores del Estado le editó un libro de cuentos, “Historias versas y perversas” dentro de la colección Bienes Culturales.
Mónica Graciela Russomanno nació en Santa Fe, en 1966 y es profesora en Artes Visuales.
Fue publicada en los diarios “Hoy en la Noticia”, “El Litoral”, “La Nación” de Argentina, “Ideas” de Cuba, “Xicòatl” de Austria y “Etcétera” de Zaragoza
Editada virtualmente en las publicaciones “Inventiva Social”, “Unión digital”, “La máquina de escribir”, “Página 1”( de Israel); escribe ensayos en “El Arca del Sur”.
Ha guionado los videos “El gueto de Varsovia”, el realizado por los 90 años de la radio “LT9”, así como “Relatos de Euskadi” y “El Arca del Sur”.
Fue premiada en el concurso por los 70 años de la UNL, “Nitecuento” de Editorial Mizares, el certamen de la Editorial “Nuevo Ser”, y el organizado por “Historias para el café”.
Editada en la Antología “En bandada”, participa como autora invitada en encuentros con estudiantes, y es jurado del concurso anual de cuentos juveniles de la organización “El Puente”.
En el año 2009 la Asociación Trabajadores del Estado le editó un libro de cuentos, “Historias versas y perversas” dentro de la colección Bienes Culturales.
Fue/es
publicada en los Blogs:
"SANTA FE, MI
PAIS" , 'PAGINA 1 - JOSE PIVIN' Y 'EL GALLO EN ALPARGATAS',
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG,
El cuento que aquí publico lo acabo de recibir de la autora,
a la que agradezco y felicito por el mismo.
Mónica es una de las voces sobresalientes en la literatura santafesina actual.
Así lo definió una colega suya. Y sin ofender ni desmerecer a nadie, creo que tiene razón.
Lic. Jose Pivín
frente al puerto de Haifa
frente al mar Mediterráneo
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