CUANDO ÉRAMOS CREYENTES
No
confío en los vendedores. Sospecho con ojos oblicuos de las muchachitas
simpáticas que me aseguran que el cuero va a ceder, ni lo dude, apenas
lo use un poco se estira. Desconfío del dependiente de la fiambrería que
alaba lo excelso de un jamón cocido paralelepípedo perfecto (¿de un
cerdo de cartón piedra? ¿de un cerdo pintado por Picasso en etapa
cubista? ¿de cerdo?, me pregunto al fin y acortando la interrogación).
No les creo para nada a los vendedores de automóviles que aseguran
cuotas y financiaciones como oportunidades únicas e imperiosas.
No
le creo al gasista que me dice que el problema en el calefactor es el
pipertrico de la gisbátula, ni le creo al médico que duda poniendo el
dedo sobre el vademécum como sobre la tablilla adivinatoria de algún
hechicero de arcilla y paja.
Todos
son recienvenidos, pasajeros que circunstancialmente ocupan este lugar
esperando a que quien se baje en una estación próxima deje un asiento
libre. Son los no profesionales, los que esperan ser descubiertos por
algún evento televisivo, conseguir algún puestito en el estado, zafar;
esto es mover rodillas y cintura, desprenderse del yugo y pastar
apaciblemente al sol.
Con
reverencia escuchábamos al plomero cuando hablaba de soldaduras, codos y
conexiones, con fe de beatos seguíamos las recomendaciones que
salmodiaba el señor del bazar para cuidar la batidora eléctrica;
recitábamos las instrucciones para la conservación de la paellera que
nos había dado un herrero y cumplíamos la novena dictada por el
paragüero para desanudar varillas y mantener intacto el velo
impermeable.
Ahora de inmediato nos damos a la sospecha.
Escuchamos
con cara de que sí pero pensamos mejor busco otro presupuesto, otra
opinión, pero entonces cómo sé quién tiene razón, si seguro el próximo
que consulte me va a decir otra cosa. Y la cara sigue tratando de ser
impávida, pero qué desasosiego, y mucho fastidio encabalgado, y allá al
fondo la resignación y la derrota.
Creíamos,
por aquellas épocas, que la gente sabía lo que estaba diciendo,
creíamos que la gente se dedicaba a su oficio y mantenía visibles las
banderas de su orgullo profesional. No sé si sabrían o no, no sé si el
porcentaje de ineptos e ignorantes es mayor o menor por estos días, pero
la sensación de sospecha, la sensación de que nos están diciendo
mentiras convenientes es desconsoladora. Y esa horrible sensación de que
ni tan siquiera nos mienten sólo por provecho sino por desidia,
desinterés, ineptitud.
Y
leer algo en internet que algún ser ignoto puso allí porque se le dio
la gana, y escuchar a algún político sosteniendo con énfasis e impunidad
exactamente lo opuesto a lo que sostuvo cuándo, la semana pasada tal
vez, quizás ayer a la siesta. Y que nos hagan promesas de felicidad
desde la televisión, y no creerle a los productos para el cabello con
esos extraños ingredientes activos como los polvos para lavar la ropa, y
no creer en fin que haya algo seguro y sólido, y hasta estar contentos
de que el tembladeral socave cimientos y permita que las torres
inclinadas se den por término en los suelos.
Pero
esta sensación de no creer, pero esta enfermedad de la sospecha. Con
ojos rasgados medimos las efusiones de los dependientes, calibramos el
tono de los operarios, repetimos las fórmulas de atrás para adelante a
ver si en el mensaje está la voz del diablo.
Y
qué pena que los niños del parvulario no le crean a la maestra, que las
voces de los profesores se topen con muros de sospecha altos como
fortalezas inexpugnables. Cuánta tristeza tanto sesgo, tanta
desconfianza.
No digo
tanto como en un dios, pero sería bueno poder creer en nosotros
mínimamente. Al menos en dos o tres personas, al menos por un rato.
e-m: russomannomonica@hotmail.com
La autora:
Mónica Graciela Russomanno nació en Santa Fe, en 1966 y es profesora en Artes Visuales.
Fue publicada en los diarios “Hoy en la Noticia”, “El Litoral”, “La Nación” de Argentina, “Ideas” de Cuba, “Xicòatl” de Austria y “Etcétera” de Zaragoza
Editada virtualmente en las publicaciones “Inventiva Social”, “Unión digital”, “La máquina de escribir”, “Página 1”( de Israel); escribe ensayos en “El Arca del Sur”.
Ha guionado los videos “El gueto de Varsovia”, el realizado por los 90 años de la radio “LT9”, así como “Relatos de Euskadi” y “El Arca del Sur”.
Fue premiada en el concurso por los 70 años de la UNL, “Nitecuento” de Editorial Mizares, el certamen de la Editorial “Nuevo Ser”, y el organizado por “Historias para el café”.
Editada en la Antología “En bandada”, participa como autora invitada en encuentros con estudiantes, y es jurado del concurso anual de cuentos juveniles de la organización “El Puente”.
En el año 2009 la Asociación Trabajadores del Estado le editó un libro de cuentos, “Historias versas y perversas” dentro de la colección Bienes Culturales.
Mónica Graciela Russomanno nació en Santa Fe, en 1966 y es profesora en Artes Visuales.
Fue publicada en los diarios “Hoy en la Noticia”, “El Litoral”, “La Nación” de Argentina, “Ideas” de Cuba, “Xicòatl” de Austria y “Etcétera” de Zaragoza
Editada virtualmente en las publicaciones “Inventiva Social”, “Unión digital”, “La máquina de escribir”, “Página 1”( de Israel); escribe ensayos en “El Arca del Sur”.
Ha guionado los videos “El gueto de Varsovia”, el realizado por los 90 años de la radio “LT9”, así como “Relatos de Euskadi” y “El Arca del Sur”.
Fue premiada en el concurso por los 70 años de la UNL, “Nitecuento” de Editorial Mizares, el certamen de la Editorial “Nuevo Ser”, y el organizado por “Historias para el café”.
Editada en la Antología “En bandada”, participa como autora invitada en encuentros con estudiantes, y es jurado del concurso anual de cuentos juveniles de la organización “El Puente”.
En el año 2009 la Asociación Trabajadores del Estado le editó un libro de cuentos, “Historias versas y perversas” dentro de la colección Bienes Culturales.
Fue/es publicada en los Blogs:
"SANTA FE, MI PAIS" , 'PAGINA 1 - JOSE PIVIN' Y 'EL GALLO EN ALPARGATAS',
que edita el poeta santafesino Jose Pivín , desde Haifa, Israel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario