POR Miguel Angel Petrecca y Darío Rojo
VIAJE A LAS RAICES. El poeta Padeletti bajo un gomero en la Recoleta.
El autor de la foto es Daniel Rodríguez
En el mundo en el que la información es moneda, Hugo Padeletti irrumpió en 1989 con la publicación de su libro de poesía 60/80.
En el otro mundo, en el que sucede todo, su trabajo, como artista visual y como poeta, tuvo un constante madurar desde su adolescencia hasta el día de hoy. Así fue construyendo una obra poética que ofrece una circulación precisa y amable entre el paso de una palabra a otra, un movimiento que combina las virtudes de lo sonoro y de lo visual para dar cuenta de estados del espíritu tan concretos como espirituales. La naturaleza como instrumento y un amplísimo diccionario hacen que en su poesía lo que se dice, se diga en un presente que emerge en cada encuentro con el lector.
El señor Padeletti tiene 83 años, lo que no le impide trasladar su porte erguido y su ánimo parsimonioso y perceptivo; camina lento con la ayuda de un bastón, lo que tampoco le impide escaparse cuando lo desea y llegar a ser tan huidizo como un Houdini budista, al menos para quienes desde principios de año bregamos por esta entrevista que recién en el mes de noviembre pudo realizarse. Cuando lo contactamos por primera vez, Padeletti vivía en un departamento en San Telmo, y estaba por mudarse; después de un tiempo sin poder encontrarlo nos llegan noticias que su domicilio se encontraba en una residencia en el barrio de Belgrano. Después de varios intentos llegamos a él, pero la entrevista siguió postergándose; volvimos ahí y ya se había mudado nuevamente y nadie sabía a dónde. Gracias a Mirta Rosemberg supimos que su destino había sido –y por ahora lo es– una residencia en Palermo en donde se lo ve tranquilo y a gusto.
¿Leía lo que estaban escribiendo sus contemporáneos cuando empezó a escribir?
No, misteriosamente, nunca sabré por qué, no se me ocurrió que otros también escribían y que podía ser importante saber lo que escribían los otros. Era como algo que me pasaba a mí, y que tenía que ver conmigo nada más, pero no es que yo lo haya desechado, o menospreciado, es que no me daba cuenta.
Igualmente se corrió la voz muy pronto de que la poesía que yo hacía en ese momento, muy jovencito, 16, 17 años, era buena, y siempre venía de Santa Fe gente a conocerme: Alberto Girri, Fernando Birri, Miguel Brascó. Al primero que conocí fue a Hugo Gola, y a través de Gola a Juanele (Ortiz). Con Juanele nos carteábamos, pero eran siempre cartas muy interesadas, para que yo lo ubicara a Córdoba Iturburu, en Rosario, ese tipo de favores. Pero curiosamente en ninguna carta me habla de poesía. Desde ya, nada de esto me impide apreciar sus poemas.
Con quien sí tengo cartas muy hermosas es con Ricardo Molinari. (Recita el poema “Una rosa para Stefan George”, de Molinari). En el trato y en las cartas era de un gran refinamiento, una letra tan bella, las cartas son como para enmarcarlas. Y lo mismo para recibir en su casa, las cosas que te mostraba, coleccionista de libros antiguos. Con Juan José Saer tuve una relación muy larga, de muchos años.
También conocí a Joaquín Giannuzzi, aunque somos muy diferentes, lo admiro profundamente. Tiempo después Beatriz Guido quiso que conociera a Silvina Ocampo; Silvina Ocampo no estaba muy interesada en nadie, ¿no? Era más un compromiso. “Leeme un poema” me dijo. Entonces yo le leí un poema y ahí sí, dice “ah”. ¿Qué es lo que gustó en el poema? Era que el poema venía hablando y de repente aparece el cadáver de un gato saltando de cualquier otra cosa. “Ah”, dijo: “vos también …” Yo revaloricé mucho la poesía de Silvina Ocampo que estaba muy menospreciada. Fue alguien que escribía de una manera muy clásica, y lo curioso es que ella escribiendo de esa manera tan clásica fue una revolucionaria absoluta, abrió el español en direcciones que no se conocieron nunca. Los poetas españoles eran tremendamente aplastados; en la Argentina nadie los leía… Todos los experimentos que ella hizo en el inglés, en el francés, leía varias lenguas, era gente de mucha cultura que había viajado mucho, todo desembocó en el castellano, y el castellano se abría.
Usted tradujo poesía, aunque es una faceta poco conocida ¿como fue esa experiencia?
Traduje a Gerard de Nerval, por quien tengo una admiración extrema, creo que fue el gran precursor. Yo traduzco como recreando, rehaciéndolo, tiene que salir un poema en español, no me importa tomarme alguna libertad. Pero lo que tiene que salir es un poema. Si es literal no pasa nada porque se reproduce la idea y la idea no es la poesía. La poesía es música. Y música no necesariamente en un sentido sonoro. Lo importante es que no sea conceptual, o en todo caso la idea está a otro nivel, a un nivel que podríamos llamar gestáltico. En mi poesía lo conceptual está, pero está dentro de una totalidad donde pierde lo puramente conceptual, dentro de una gestalt. Si vos leés, por ejemplo, los poemas de Gerard Manley Hopkins en inglés con su música, es absolutamente música, absolutamente poesía, hace música con todo, con los sonidos, con las imágenes. Tengo una traducción hecha por Arturo Fruttero, que fue mi maestro y traducía mucho mejor que yo porque tenía mucha garra y le dedicaba horas, yo si no lo logro rápido no tengo esa constancia, y él la tenía, era capaz de trabajar tres meses sólo en Hopkins.
¿Cómo se dio el aprendizaje del inglés y del francés?
El inglés fue más tardío, tomé cursos después de haber terminado el colegio. En cambio, salí de la escuela secundaria con un muy buen francés. Una vez venía caminando desde mi casa, que estaba al lado del colegio, hacia el centro, y pasé por una librería de libros usados. Y a mí me daban unos pesitos para comprar golosinas, pero no me atraían las golosinas, yo me guardaba la platita para comprar libros. Compraba libros en una librería que se llamaba Ameghino, en el Centro de Rosario. Pero pasé por esa librería y me dije, me voy a meter porque deben ser baratos los libros. Entonces entro y viene una muchacha y me dice qué necesita. No, no sé, es para ver. Abro un libro, leo, era un soneto. Yo sabía qué era un soneto porque a los diez años encontré que en los libros de lectura me gustaban no las lecturas sino los versos, pregunté a la maestra y no sabía decirme qué eran, entonces yo me puse a descubrirlo por mí mismo. Me senté. En casa había un patio de glicinas y teníamos un pequeño jardín de invierno de vidrio, con sillones de mimbre, y yo ahí me senté en un sillón con un poema que era un soneto, y empecé a contar las sílabas, sin saber, no sabía la sinalefa, nada, no sé cómo lo fui armando ... Lo armé todo por mi cuenta, así que yo sabía mal que bien lo que era un soneto. Entonces me encuentro con un soneto, lo leo, lo entiendo todo pero me faltan dos palabras, entonces viene la chica y me dice: ¿necesita algo? Sí, le digo, ¿no tendría un diccionario barato? Bueno, dice, tengo uno pero es muy grande. Pero debe ser caro, digo yo. No, no, se lo vendo por un peso, digamos. Y todavía hoy lo tengo. Así que busqué las dos palabras que me faltaban, lo completo, y era, leo abajo, Paul Verlaine. El poeta que más influyó en mi vida, porque es pura música. No influyó con ideas, con nada, sino que simplemente es la música, y lo dice Borges también (recita el poema de Verlaine que empieza: “ De la musique avant toute chose ”).
¿La música es el arte supremo?
Sí, es el arte supremo. Eso de que todas las artes aspiran a la música es muy antiguo y muy actual, y es permanente, siempre se dieron cuenta de eso. La música te lleva a un conocimiento que no es el conocimiento conceptual, es supra conceptual, o sea que de repente estás perdido. Si vos creés que la única realidad son los conceptos, como todos los intelectuales, entonces, te lleva a una zona en la que estás perdido.
¿Nunca estudió música?
Les cuento una cosa muy curiosa. Cuando era chico, no fueron mis padres los que me mandaron, sino que a través de un amigo caí en un conservatorio que era el más importante de Rosario. Miren qué nombre horrible para la música: ¡Conservatorio! Pero bueno, uno no se daba cuenta. Lo mismo Academia que es feísimo. Fui allá, yo tenía dieciséis años, era un pibe, y eran tres mujeres viejas, las hijas del famoso maestro de música, y me adoptaron como hijito: vení, no te vamos a cobrar, vení a estudiar piano, a cantar. Porque mi familia no hubiera tenido plata para pagar. E iba todos los días. Me hacían cantar, y yo me daba cuenta, había por ejemplo una amiga mía que cantaba ahí, que cantaba hermoso, yo me transfiguraba oyéndola, pero cuando yo cantaba era horrendo, una voz de cuervo. ¿No se puede mejorar la voz? Ay, sí, me dijeron, se tiene que aprender a impostar la voz. Bueno, un día, a través de unas amistades entré en contacto con una maestra (Gabriela Moner) que me enseñó a impostar la voz. Yo me quedé muy dolorido porque hice todo el curso de impostación, pero mi voz no mejoró. ¿Cuántos años pasaron? El otro día, pongo un disco, me pongo a cantar, y de pronto me di cuenta que logro la voz impostada, que hago lo que quiero. Son esos misterios, ¿no?
¿Ese es un poco el proceso de los poemas?
También pasa. En poesía yo ya lo sabía, uno mete cosas adentro, mete cultura, imágenes, viajes, etc., y de repente empieza a salir todo. Pero de estas cosas no tenía experiencia. Y otra cosa que yo ignoraba, apareció a través de Osho. El dice que la única religión es la meditación. En castellano el término no significa nada, nosotros tenemos la contemplación, tradicionalmente. Meditación en realidad es lo opuesto, porque es meditar sobre algo, como las meditaciones de Marco Aurelio. En la teología católica la palabra es contemplación. La idea es parar el pensamiento y acceder a un nivel más alto, en el cual uno se siente perdido, siente que no hay nada, hay que acostumbrarse que es otra conciencia, otro nivel, otro mundo.
¿Y usted practicó?
Bien o mal lo hice toda la vida. Por ejemplo, fui a practicar zen. Hay dos tipos de zen, yo practicaba el soto zen, el otro es de los koan, que requiere una concentración tal que te podés volver loco. En cambio el soto zen no, porque consideran de entrada que uno ya está iluminado, el tema es ir sacando todo lo que sobra, todo lo que tapa. Pero alguien me preguntaba si valía la pena, y digo a mí no me pasó nada, lo hice un montón de años, y yo no notaba ningún cambio y al final lo abandoné. Y me dijeron: ¿pero y los poemas? Y sí, pero yo escribía poemas antes de eso. O sea que yo no era para eso, era una pretensión de querer aspirar a una iluminación espiritual en esta vida, esas son pretensiones del ego, no era para mí, yo soy un poeta. A la pretensión hay que renunciar. Hay que quedarse con lo que uno realmente es.
¿Tuvo que ver en eso su viaje a la India?
Mirá, es un misterio ese viaje, fue un viaje para la poesía. Casi lo mejor que escribí salió de ese viaje. Sacando los primeros poemas, los del A rbol de la culpa , todo lo demás salió del viaje. Se juntaron las experiencias, todas experiencias vitales, de ver, de sentir, de palpar, de los museos en Europa, cosas que vi en el Louvre, y ahí está en mi libro El andariego , ahí pongo los lugares.
¿Por qué eligió ese hexagrama del I ching (El Andariego) como titulo para el libro?
Porque me sale siempre ese hexagrama, y porque además yo supe desde jovencito que estaba en la búsqueda. Porque fíjense, mi abuelo Padeletti – Giuseppe se llamaba pero le decían Marco – vino de Italia en un momento en que allá estaba culturalmente de moda la anarquía. Era anarquista. Garibaldino. Y el otro abuelo, Ferrarotti, del lado de mi mamá, era extremadamente religioso, católico, como la abuela de esa rama, que vino muy temprano en el siglo XIX, e hicieron la América. Compraron campos a troche y moche, todos mis tíos heredaron verdaderas estancias, que a mí me sirvieron mucho porque me llené de belleza, de paisajes, de árboles, de cosas. Toda mi infancia y mi adolescencia fue un mundo maravilloso por eso, estaba todo regalado a mí alrededor. Yo oscilaba entonces entre esos dos polos, de un abuelo y del otro. Papá, igual que mi abuelo Marco, era totalmente escéptico, no tenía ninguna preocupación, ni rechazo, nada. Mamá, casada con él, no dejó un minuto de su vida de rezar. Rezaba a la mañana, a la tarde, a la noche. Pero como estaba casada con un Padeletti, que no iba a la iglesia, hubiese tenido que cruzar todo el pueblo. Mi casa estaba de este lado de la vía, la iglesia estaba cruzando la vía en el extremo opuesto. Tenía que cruzar el pueblo entero para ir a misa, con lo cual ponía en evidencia que ella estaba en contra del resto de la familia, por lo cual no fue nunca a misa y se sentía culpable. Son cosas que yo cargaba en mi interior. Entonces estaba yo oscilando entre que no y que sí, y me di cuenta pronto, ya pasando la adolescencia, que no iba a salir nunca de eso, que no me iba a meter ni con el sí ni con el no, y que yo tenía que buscar algo que diera sentido a mi vida.
¿Pero su educación fue católica?
Sí, tuve una fuerte educación católica, estudié todo de cabo a rabo, yo creo de hecho que el prejuicio judeocristiano me estropeó toda mi vida. En la India, excepto lo que percibí directamente como percepción inmediata sin crítica, todo lo demás lo menosprecié por esos prejuicios. Allá el bien y el mal no existen, porque son dos polos unidos, y yo veía todo desde el punto de vista del bien y del mal. Lo cual me produjo una especie de frigidez. Es decir, yo no rechazaba el sexo, sino que simplemente no lo sentía, había quedado seco. Lo cual provocaba un montón de situaciones difíciles. Necesité muchos años para cambiar. Encontré finalmente una pareja, esas cosas destinadas, en Oriente le llaman almas gemelas, alguien que es exactamente lo opuesto y que al mismo tiempo es capaz de incorporar todo lo tuyo sin molestarse, y viceversa. Se produce una identificación de polos diferentes. Fue como un milagro, el más profundo amor y comprensión en todos los niveles, a tal punto que como yo era poco sexuado, mi pareja únicamente se interesaba en mí cuando sentía que yo, mis hormonas, o lo que fuera, estaban en situación de funcionar. Era exactamente así.
¿Qué motivó ese viaje?
Fui a la India porque, por esas pretensiones, yo sentía que me tenía que iluminar en esta vida. Me imaginaba a la India desde una perspectiva completamente falsa, por ejemplo la de Gandhi, que era un moralista, un trágico moralista. La India es todo lo contrario de Gandhi. La no violencia de él es la forma más extrema de violencia, es la violencia moral. Es obligarte a toda costa a hacer tal cosa. La actitud de Gandhi es la misma que la del cristianismo medieval.
¿Qué papel juega la inspiración en su proceso creativo?
Siempre creí en ella, porque, por ejemplo, yo siempre fui muy contemplativo de la naturaleza. Tenía cuatro años y quería que me sacaran una sillita al jardín, y me decían “¿qué vas a hacer acá solo? ¿no vas a jugar?”, “no, no, yo me quiero quedar sentado”. Yo me quedaba horas mirando. Ahora si me preguntan qué hacía, qué pensaba, yo no me acuerdo, o no necesitaba pensar. O, por ejemplo, mi papá vendía seguros, tenía su coche, era viajante digamos, y yo siempre quería salir con él, porque a papá no le gustaba hablar, él manejaba pensando qué hacía, dónde iba, cuando llegaba a algún lugar iba y charlaba, se entendía con la gente, y yo me quedaba en el auto contemplando, le señalaba un lugar y le decía: ¿por qué no me parás acá? ¿Y por qué acá? Me gusta más. Por ejemplo, un lugar donde yo lo hacía parar: mi papá iba a una chacra, y había un lugar donde se cruzaban tres caminos, de manera que en el medio había un triángulo cercado, y yo quise que me sentaran en el triángulo. Yo buscaba ese centro. Pero nene, ¿qué vas a hacer ahí? Sentame, por favor, le decía, yo era mimoso, pesado. Me metió ahí y yo me quedé ahí como un buda, contentísimo de estar en el centro.
¿Para usted la unidad es el poema o el libro?
Es el poema, yo no escribo libros, los libros se arman. Hay quien lo hace y es admirable, pero yo nunca tuve esa virtud.
¿Siempre fue igual?
En los 80 cuando vine acá me di cuenta de que mi inspiración era de otro tipo, era más lenta, más pesada, o mejor dicho al revés, venía todo tan rápido que si no anotaba perdía todo, entonces por eso era lento, porque tenía que anotar y después revisar y ver cómo armar, venían rachas y tenía que ver cómo armar después, no se me armaba un poema, eran como vislumbres de palabras. Era bastante incómodo. Yo tenía ocho carpetas oficio, tipeadas con mi Olivetti. Y bueno, como en esa época tuvo bastante éxito el libro 60/80, gracias al Diario de Poesía, me largó de golpe así a la fama. Entonces hubo gente que quiso comerciar con eso; era, todavía sigo siendo, bastante ingenuo. Me insistieron durante meses, me pedían las carpetas, me decían es un desperdicio no publicarlo. Yo les decía que no estaba maduro, que no lo tenía claro. Me insistieron todo un año hasta que al final me cansaron y les di las carpetas. Me arrepentí toda mi vida de esa debilidad, porque publicaron Parlamentos del viento, lleno de poemas que, algunos están perfectos, otros no, pero el tema es que el libro está incompleto, no está revisado, es algo que se me fue de las manos. Y me he pasado años después reescribiendo eso.
¿Cómo definiría a su poesía?
Creo que he estado siempre totalmente enfocado a encontrar la palabra justa, la palabra que no es solamente significado, de manera que el significado es una resultante de dos cosas opuestas, que son el significado textual sin el cual no hay lenguaje y el sonoro sin el cual no hay poesía: en la gestalt se fusionan.
¿Ahora está escribiendo, está leyendo?
Escribiendo no, ahora estoy en un estado de extrema debilidad, porque vine agotado de la otra residencia. Me lo dijo primero mi astrólogo, y después me lo dijeron los médicos. No tendría que hacer nada de lo que hago, pero bueno, si no hago nada de nada es peor que peor. Leer, leo siempre. Mirá, me traje prácticamente todos los libros que más me han interesado últimamente, no puedo guardar todo eso, y no puedo leer todo eso porque me abruma. Quiero explicar un poco en lo que estoy metido, y es en esto. Me di cuenta de que con la enorme riqueza de intereses culturales que me tocó en una vida tan larga manejar, es algo que dispersa tremendamente y que no tengo energía para repetir. Entonces yo me preguntaba, porque tampoco puedo caer en el vacío total, eterno, ¿qué puedo hacer? Y estaba como ávido de una respuesta, y por fortuna como les dije mis prejuicios judeocristianos se fueron abajo, alcancé a darme cuenta que eso había taponado mi vida, cayeron solos, sin esfuerzo, como madera podrida, y de repente me sentí libre sin saber por qué. Me di cuenta de que el cerrarse que propone el viejo catolicismo es para unas pocas personas, uno cada siglo, seres que nacen como San Juan de la Cruz, que nacen para eso, para la absoluta ascesis, pero puede ser uno por siglo, en los demás es pretensión. Y en mi caso, es pura pretensión. Pero hay dos actitudes distintas, la de San Juan de la Cruz y la de Santa Teresa, en todas las creencias del mundo. Santa Teresa y San Juan de la Cruz eran de la misma orden, la orden de los Carmelitas Descalzos que habían fundado ellos. Cierta vez, les llevaron la comida, que era un racimo de uvas, comían lo que había, si había carne, carne, si no lo que fuera. San Juan lo mira y dice: yo no lo voy a probar porque los pobres no lo pueden comer. “Ay, yo sí”, dice Santa Teresa. “¿Pero por qué vas a probar las uvas?”. “Para alabar la gracia de Dios, que nos da una cosa tan rica, tan hermosa, con colores tan vivos, de un sabor tan exquisito”. Este es el iti iti , el otro es el neti neti , el no no. El neti neti , el no no, es para un asceta por siglo, los demás seres humanos que no servimos para eso necesitamos el iti iti , el “esto sí y aquello también”. Y agradecer, dar las gracias, vivir las experiencias, una te lleva a otra, unas son malas, otras son buenas, y uno va madurando. Como dice Osho, con el que durante mucho tiempo tuve una relación de fascinación y rechazo, y que ahora leo constantemente: “La verdadera religión es la vida misma”.
Padeletti básico
Alcorta, Santa Fe, 1928
Poeta y artista plástico, vive en Buenos Aires desde 1984. Estudió filosofía y estética en la Universidad de Rosario. Ejerció la docencia durante años y en 1962 fue designado Director del Museo de Bellas Artes santafesino Rosa Galisteo de Rodríguez. Publicó los libros de poesía “Poemas”, “12 poemas”, “Poemas 1960/1980” (Premio Boris Vian), “Parlamentos del viento”, “Apuntamientos en el ashram”, “Textos ocasionales sobre plástica y poesía” (ensayo), “La atención”, “Canción de viejo” (Premio Mayor del Fondo Nacional de las Artes), “Dibujos y poemas 1950-1965”, y “El andariego”, en 2007. Fue reconocido con el Premio Konex de Platino y Diploma al Mérito en el rubro Poesía, quinquenio 1999-2003, y beneficiado, en 2005, con la Beca Guggenheim. Realizó numerosas muestras.
Así escribe
Pocas cosas
y sentido común
y la jarra de loza, grácil,
con el ramo
resplandeciente.
La difícil
extracción del sentido
es simple:
el acto claro
en el momento claro
y pocas cosas—
verde
sobre blanco.
La ermita es blanca y cuadrada
con un laurel en el centro.
Todo el día
el silencio de muchas verbenas
grita alrededor alegría.
A veces, en la absorta eternidad,
se abre absoluta una cala.
El patio, rojo de achiras,
rompe las tapias.
Menos mal que en la punta
del laurel,
despierto,
el tordo calla.
fuente: revista Ñ
23 de Diciembre 2011
Aulicino, Jorge JAULICINO@agea.com.ar
ResponderEliminarpara JOSE PIVIN
Nos enorgullece que haya reproducido en su blog el reportaje a Hugo Padeletti realizado por Darío Rojo y Miguel Angel Petrecca, citando la fuente.
Me permito molestarlo para rogarle que asimismo cite el autor de la foto, que es Daniel Rodríguez
Felicitaciones por su trabajo y saludos cordiales
Jorge Aulicino
Editor General
Revista Ñ - Clarín
Tel. 54 11 43097689
jaulicino@clarin.com
Estimado Jorge Aulicino
EliminarEditor General de Revista Ñ- Clarín
Muy agradecido por sus cálidas palabras.Con mucho gusto insertare el nombre del autor de la foto.
Lo felicito por su hermosa, interesante y actualizada revista "Ñ'.
Cordiales saludos.
Lic. Jose Pivín