EL ASADO
Era una jornada calurosa y húmeda de enero
del 2006. Algo muy común en los pagos santafesinos. Al mediodía, alguien propuso
asado para la cena; pero cuando me ofrecí como asador hubo quienes se
asombraron, porque siempre se ocupaba otro de esa tarea.
-¿Vos te animás? Dijeron, enfatizando el “vos”.
- ¡Seguro! ¿Cuál es el problema? ¿Por qué no puedo hacerlo yo? ¡No es
tan difícil!
Nadie osó contradecirme, pero noté una ansiosa
expectativa en los demás.
Al atardecer, cuando el sol ya no calcinaba
el patio, aparecí descalzo, en short y "musculosa", decidido a
cumplir mi cometido. Primero retiré del asador los trastos allí acumulados,
pues desde que mis hijos se casaron el asador había pasado a ser depósito de
objetos sin destino definido.
Entre
los trastos hallé una bolsita de carbón, sobrante de algún asado anterior. Estrujé
un manojo de diarios viejos y sobre él volqué el contenido de la bolsita
pensando si no estaría algo humedecido. Le acerqué un fósforo encendido, que se
consumió entre mis dedos sin que el combustible se comportara como tal. Luego
otro fósforo; después otro y otro. Eché alcohol sobre el carbón, arrimé otro
fósforo... y se consumió el alcohol. Eso sí, salía mucho humo, aunque el carbón
seguía intacto. A veces aparecía alguna llamita, pero enseguida se extinguía.
A esta altura de los acontecimientos el humo producido
había invadido el patio nuestro… y hasta los contiguos de los vecinos. Por un
momento pensé que llamarían a los bomberos.
De la humareda emergió de pronto mi cuñada empuñando una pala de
plástico; con ella venteó las pocas llamas que surgían, apagándolas y
encendiéndolas alternativamente con cada pantallazo.
En tanto, alarmada por nuestro fracaso, “la
patrona” volvía de la verdulería de la esquina con otra bolsita de carbón que,
como suele suceder, no sería necesaria.
Por
fin se alzó una fogarada. El carbón tomó fuego, crepitando y lanzando bocanadas
de humo y nubes de chispas que nos obligaban a saltar continuamente para evitar
quemaduras, como si bailáramos una danza ritual, al estilo de los indios de las
viejas películas de cow-boys.
Ya
íbamos a “tirar a la parrilla” los ingredientes del asado cuando llegó uno de
mis hijos quien, como buen abogado, “se las sabe todas”. Cual experto en el
tema, dio precisas instrucciones sobre el modo de cortar las costillas y acomodar
el resto sobre el asador. Allí aproveché para darme tres duchas consecutivas.
El agua salió negra de hollín y recuperé mi aspecto canoso.
Cuando
llegaron los demás el asado estaba a punto y se sirvió, acompañado de varias
ricas ensaladas preparadas por las mujeres. Increíblemente todo estuvo muy
bien, quedando demostrado que las claves del éxito de un asado residen en
conseguir buena carne y “hacer el fuego”.
Como
de costumbre, no faltó el obligado “aplauso para el asador”, oportunidad que
aproveché para agradecer a aquellos que “de una u otra manera” habían
contribuido a plasmar el asado, incluyendo en el agradecimiento a mi equipo y -
especialmente - a la vaca, que estaba muy tierna.
También puntualicé que era no era la primera
vez en mi vida que hacía un asado: Era la segunda, ya que 40 años antes había
asado exitosamente unos pollos “al oreganato”.
El recuerdo del acontecimiento perduró. Y durante
las mañanas siguientes, al levantarme, notaba un persistente olor a humo en
toda la casa.
Una duda me carcome desde entonces: Habiendo tantas comidas
ricas…¿Por qué a todos les apasiona comer asado?
El Giorgio
El Giorgio
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG,
EL GIORGIO, un cronista de la vida cotidiana.
Experto en ciencias, es un filósofo popular que recien ahora comienza a difundir públicamente sus textos, que son siempre humanos, a veces más o menos humorísticos.
Ya he publicado anteriormente algunas de sus narraciones, y seguire en esta tarea de difusión cada vez que reciba un original suyo.
Estoy seguro que sus lectores sonreirán al finalizar la lectura.
Jose Pivín
frente al puerto de Haifa
frente al Mar Mediterráneo.
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