En el marco de los 100 años en la ciudad que la
Asociación Israelita “I.L. Péretz” celebrará el 12 de octubre, y los 200
años de la primera Ley de Inmigración que se conmemoraron el 4 de
septiembre, presentamos la historia de Isabella Guralnik de Zamaniego,
judía de origen alemán que tuvo que emigrar debido al nazismo.
TEXTO. HIJAS DE ISABELLA GURALNIK DE ZAMANIEGO. FOTOS. GENTILEZA DE LAS AUTORAS.
El primer día de clases, con el cucurucho lleno de golosinas que se regalaBA a cada alumna.
En la ciudad de Kassel nace el 20 de octubre
de 1923 Isabella, hija de Lion Gerson Guralnik, de nacionalidad
ucraniana, y de Cyrla Feffer, nacida en Varsovia. Fue una mujer con una
inteligencia excepcional. No tenía la ciencia que se estudia, pero sí
poseía la sabiduría con la cual se nace y no todos tienen.
Concurría a una escuela cuya costumbre, para el primer
día de clase, era regalarle a cada alumna ingresante un cucurucho con
golosinas. Era una alumna aplicada, motivo por el cual siempre se
destacaba.
Desde su más tierna infancia conoció y sufrió los
embates del nazismo; por eso, desde entonces fue forjando su temple de
acero. Esto hizo que el instinto de conservación que todo ser humano
tiene, en ella se agudizara; y se empeñaba en hacerlo extensivo a sus
hijas, a las que amaba y protegía permanentemente.
Cuando comienza el régimen nazi, ella y sus hermanas
eran discriminadas por ser judías. Una tarde, volviendo de su jornada
escolar con sus hermanas y sus primos, fueron agredidos por soldados a
caballo. En esa ocasión muere, pisoteado por aquéllos, uno de sus
primos
LOS AÑOS EN PARÍS
A los diez años de edad, Isabella y su familia emigran a
París, escapando del régimen hitleriano, cada vez más crudo. Cerraron
la puerta, dejando en su casa todas sus pertenencias. Corrían para
abordar el tren que los llevaría a su destino, y a una de sus hermanas
se le enganchó un pie en las vías. Angustiados por el terror y la
premura para alcanzar el tren, tuvieron que sacarle el zapato para
liberarla y no perder la posibilidad de viajar.
Una anécdota que ella contaba de aquellos duros tiempos
de su niñez fue la siguiente: cuando los soldados nazis se llevaban a
un vecino judío, otro señor vecino le dijo a los soldados “sáquenle ese
saco nuevo y pónganle éste más viejo” y se lo tiró al pobre hombre que
se cambió la prenda. Ya en el campo de concentración, comprobó que entre
el forro y la tela del saco se encontraban dinero y joyas, que le
sirvieron para negociar su libertad.
También en París se destacó por su capacidad
intelectual y su tesón para aprender, lo que sus maestras valoraban (a
poco tiempo de comenzar su concurrencia a la escuela, figuraba en el
Cuadro de Honor). Tal es así que una de ellas le dedicó una atención
personalizada para ayudarla con el idioma y le regaló un diccionario que
Isabella atesoró y utilizó con empeño, lo que le permitió escribir y
hablar francés a la perfección. Este diccionario lo guardó Bela hasta
sus últimos días.
Fue una etapa en la que, a pesar de las necesidades que
pasó, disfrutó de las bellezas de la ciudad, en la que conoció “las
papas fritas en cucurucho”. Su familia continuaba con las tradiciones
judías, sobre todo el shabat.
También en esta etapa conoce Isabella los maravillosos
paisajes suizos, recorridos en tren, a través de la Cruzada organizada
por la Cruz Roja para chicos refugiados de la Guerra.
Mientras viven en París, nace su última hermana. Pero,
cuando se avecinaba la invasión nazi a Francia, los emplazaron para ser
repatriados o ir a otro país. Su padre se relaciona rápidamente con
gente de la Comunidad judía y le trae a su hermana mayor todo el
material necesario para alistarse en el grupo ALIAH e ir a Palestina:
(la mamá de Bela nunca se lo perdonó a su marido, pues Gertrud era casi
una niña). Ella partió hacia Palestina, atendiendo el llamado que Golda
Meir y Ben Gurion hicieron a la diáspora judía. Al momento de su muerte
le hicieron homenajes como pionera y patriota de Israel.
RUMBO A LA ARGENTINA
Cuando la familia decide emigrar de Francia, pasan
grandes angustias en el puerto de Marsella, porque le detectan a su
padre una enfermedad contagiosa en la vista (tracoma) y no pudieron
partir. Con la urgencia del momento su papá recurrió a las
organizaciones judías que se ocupaban de ayudar a quienes estaban en
situaciones críticas de salud, y así consiguieron todos los papeles y
certificados de salud que les permitieron abordar el barco que los
llevaría a Río de Janeiro, donde el gobierno de Brasil les deniega la
entrada por ser judíos.
Es así como encuentran acogida en Paraguay, país al que
arriban posteriormente -luego de hacer escala por tres meses en la
ciudad de Montevideo (Uruguay)-. En Asunción viven un tiempo no
prolongado y emigran a la República Argentina. Por unos meses residen en
el Hotel de Inmigrantes.
Los primeros tiempos fueron durísimos, pues vivían
aterrorizados con el nazismo; luego se trasladan a Rivera (Provincia de
Buenos Aires), donde el gobierno les otorga parcelas de tierra para
trabajar. Tenían animales y aves de corral (ellos sólo habían visto
estos animales en libros). Para los Guralnik el campo era un área
desconocida porque la profesión de su padre era corredor de comercio
(viajante).
La gran barrera que encontraron fue la falta de
comunicación por desconocer el idioma. Esto le ocasionó a Bela (como
familiarmente la llamaban) dificultades en la escuela por la burla de
sus compañeros, causa por la cual decide dejar de concurrir. Esta
determinación la impulsa a aprender el oficio de costura.
Después de trabajar varios años en el campo sin
resultados positivos, debido a la falta de conocimientos respecto de la
labor a realizar, y de muchas penurias vividas; decide Bela, a los
dieciséis años, irse a vivir a la ciudad de Buenos Aires. Los primeros
tiempos vivió en casas de familia, luego trabajó en una peletería
(oficio que también aprendió).
Tiempo más tarde traslada al resto de su familia a la
misma ciudad y viven todos en un conventillo. En 1946, en casa de una
amiga, conoce al que fue su marido durante cincuenta y cuatro años. Este
era sastre y ella, con sus conocimientos le ayudó a trabajar en el
taller que fue su modo de vida.
Cuando la República Argentina, durante la Segunda
Guerra Mundial, rompe relaciones con el Eje, Bela debe presentarse todos
los meses a convalidar su domicilio ante el Ministerio de Relaciones
Exteriores.
Tuvieron tres hijas; tiempo más tarde se trasladaron a
la ciudad de Santa Fe, en la que nace su cuarta hija. Tuvo cuatro nietos
y una bisnieta que lleva su nombre.
En la década del ‘50 recibe una indemnización por parte
de Alemania para resarcir (sólo en parte) las pérdidas morales y
económicas que le ocasionó la Segunda Guerra Mundial. Parte de esa
indemnización sirvió para comprar un terreno y construir su casa en
Santo Tomé, donde vivió hasta sus últimos días.
En 1958 tramita y obtiene la nacionalidad argentina. En
1962 ingresa a trabajar en la Administración Pública Santafesina.
Acompañó a su marido en distintas comisiones y asociaciones de la ciudad
de Santo Tomé. Fue miembro activo de la Comisión de Madres de la
escuela primaria a la que concurrieron sus hijas. En la década del ‘70
integró la comisión de FACE (Federación Argentina Católica de Empleada).
REENCUENTROS y UNA RICA VIDA CULTURAL
En 1973 se reencuentran las cuatro hermanas, después de
treinta y ocho años de separación obligada. Fue un momento muy emotivo.
En esa circunstancia, su hermana israelí conoce a sus sobrinos y
cuñados.
Con ella realiza algunas excursiones mostrándoles las bellezas turísticas de nuestro país.
Con la ayuda de sus primos esparcidos por el mundo
-que, a consecuencia de la guerra, nunca antes pudo volver a ver-, Bela
viaja a Israel tres veces. Allí se reencuentra con algunos de sus
familiares, conoce a su sobrino y familia. También recorre, junto a su
hermana, algunos lugares de aquel país.
En la década del ‘90 se crea en la Asociación Cultural
Israelita Argentina I.L. Peretz de la ciudad de Santa Fe el primer Coro
que interpreta canciones en Idish, al cual Bela se incorpora. Con el
Coro participó en distintos encuentros con agrupaciones nacionales y
extranjeras. En marzo de 1992, Bela y su esposo estaban paseando en
Brasil junto a unos sobrinos, cuando ocurrió el atentado a la Embajada
de Israel; esto la sacudió fuertemente, como si volvieran aquellos
tiempos de la Alemania nazi. Lo mismo le ocurrió cuando el atentado a la
Amia, en julio de 1994. Hablaba y escribía varios idiomas. Realizaba
actividades físicas, entre ellas, Tai-Chi.
Le gustaba viajar y relacionarse con el medio en que se
desenvolvía. Disfrutaba de la lectura y procuraba interiorizarse de
todo lo que ocurría en el mundo. Su vida fue de mucho sufrimiento; pasó
muchas necesidades espirituales y materiales. Por eso practicaba la
cultura del ahorro, debido a las experiencias y lecciones recibidas. Aun
así, fue una mujer generosa y noble en sus convicciones, dispuesta a
ayudar a quien lo necesite.
Sus últimos años, que fueron muchos, los vivió
tranquila junto a su familia; y en especial junto a su esposo Marito que
la amó sin dobleces hasta que Dios se lo llevó. Ahí la vimos llorar.
Logró sobrellevar esta ausencia con el apoyo de sus hijos y nietos,
familiares, amigos y el Coro Freilej.
Su historia concluye el 22 de octubre de 2007.
FUENTE: DIARIO 'EL LITORAL'
SANTA FE, 15 de setiembre de 2012
FUENTE: DIARIO 'EL LITORAL'
SANTA FE, 15 de setiembre de 2012
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