Lunfardo, argot del pueblo
Todos, en mayor o menor medida, lo usamos y lo entendemos. ¿Pero
qué es el lunfardo? ¿Es un dialecto, una jerga, un lenguaje? ¿Es un
vocabulario de marginales y de delincuentes? ¿El habla de las clases
populares, de los porteños, de todos los argentinos?
Oscar Conde analiza
en Lunfardo (Taurus) su naturaleza. Aquí, un repaso de la influencia
que los medios masivos de comunicación han tenido en la incorporación de
nuevas palabras.
Fue determinante el modo en el que el tango, los
costumbristas, el género chico criollo y la poesía lunfardesca
favorecieron la difusión y contribuyeron a la fijación del léxico
lunfardo en la conciencia lingüística de los porteños durante la primera
mitad del siglo pasado. El surgimiento de la radio y del cine sonoro, a
partir de los años treinta, incorporó dos nuevos promotores en la
circulación social del lunfardo. En los años cincuenta se sumaría a
ellos la televisión, que cumpliría a mi entender un papel fundamental en
este proceso.
Si se concibe el lunfardo como un argot porteño al principio,
definitivamente argentino a estas alturas, que ha ido mutando a lo largo
del tiempo sin desaparecer, se entenderá el rol decisivo que los medios
masivos de comunicación cumplieron durante la segunda parte del siglo
XX en la circulación de este vocabulario.
El análisis de la recurrencia del lunfardo en el cine debería ser
tema de un estudio por separado. Por citar sólo un ejemplo, resulta
llamativa la cantidad de lunfardismos expresados nada menos que en los
diálogos de la primera película sonora argentina, Tango, dirigida en
1933 por Luis Moglia Barth. De todos modos no debería causar sorpresa,
ya que en la escritura del guión participó el poeta Carlos de la Púa,
cuyo nombre no figura en los créditos del film, pero sí en el afiche que
publicitaba su estreno.
Algunas de las frases incluidas son: “Se le
cortó el chorro en lo mejor de la apolillada”, “el estrilo se le está
espiantando por la camiseta”, “me caché un metejón bárbaro con una
mina”, “se lustra los tarros con agua colonia”, “como un lonyipietro se
calló la boca”, “Mecha le llenaba el coco con macanas”, “nos rajamos en
el primer piróscafo”, “estaba esgunfio de esa vida” y “manyen el
taconear de esas minas”.
También el lunfardo ha sido muy utilizado en letras de rock y en un
efímero subgénero de la música tropical: la autodenominada “cumbia
villera”.
La propalación de estos temas a través de la radio ha
resultado igualmente importante, sobre todo para la difusión de nuevos
vocablos. En menor medida, también son espacios de divulgación los
foros, los chats y otros sitios de Internet, como las redes sociales.
Sin embargo, no deben confundirse la puesta en circulación y la
creación del léxico lunfardo. No puede negarse que autores teatrales,
libretistas de diálogos cinematográficos, radiales o televisivos y
letristas de tango o rock han creado algunos lunfardismos. Pero
ciertamente han sido muy pocos los que se incorporaron al uso general:
un caso es el del vocablo canillita, título de la pieza que Florencio
Sánchez estrenó en 1902.
Insisto, el lunfardo, como todo argot, es obra del pueblo, aun cuando
eventualmente haya recogido términos debidos al ingenio de un
individuo, en forma espontánea o como resultado de su actividad
profesional. Los mass media no son por naturaleza creadores de palabras,
sino más bien difusores de las creaciones debidas al ingenio popular.
La generación de lunfardismos por parte de los medios sólo fue
esporádica y estos pocos términos resultantes corrieron diversa suerte
si se atiende a su permanencia en el habla cotidiana.
El vocablo tarro, “suerte”, nació –según afirma López Peña– de una
crónica publicada en el diario Crítica sobre un partido de fútbol jugado
entre la Argentina y Uruguay en Amsterdam en 1928. El cronista escribió
que los uruguayos habían tenido “un tarro bárbaro”.
La creación es de
tipo metonímica, pues el lector debía interpretar que se hablaba de “un
tarro de leche” y relacionarlo con el lunfardismo leche, “suerte”.
Un caso memorable es el del término gorila, que ha perdurado hasta el
presente, aun cuando en la actualidad significa más bien “individuo
reaccionario y autoritario”, antes que “opositor al peronismo”.
Como se
contó más de una vez, procede de un programa radiofónico de la década de
1950, La revista dislocada, que escribía y conducía el humorista
Délfor. Allí, un personaje cantaba una canción que repetía la frase
“deben ser los gorilas, deben ser...”. La fantasía popular identificó a
estos “gorilas” como los enemigos del partido gobernante.
De hecho,
parte de los golpistas que se alzaron contra el gobierno en 1955 se
autodenominaron de esa forma.
Otra palabra difundida en la década de 1950 por la actriz Niní
Mar-shall “que posiblemente ha sido de su creación” es tarúpido, formada
por composición entre tarado y estúpido.
Ya no se usa, pero cuando yo
era un niño, alrededor de 1970, se escuchaba todavía.
Entre los aportes al léxico lunfardo de los historietistas sobresale
cholulo, que como sustantivo significa “admirador de los integrantes de
la farándula” y, por extensión, “persona que busca relacionarse con
famosos y vive obsesionada por conocer sus vidas privadas”. De allí
derivan sus acepciones como adjetivo: “frívolo”, “superficial”.
De total
vigencia, el término proviene del nombre de la protagonista de la
historieta Cholula, loca por los astros, cuya historia es digna de
mención. En abril de 1956, se lanzó la revista deportiva La Nueva
Cancha. Su director, el catalán Mariano de la Torre Carlés, creó junto
con el dibujante Oscar Blotta la historieta Cholula, loca por los
cracks, que durante dos años pasó inadvertida. Pero en 1958 se le
ocurrió a De la Torre incorporar su personaje a la revista Canal TV, que
en aquella época tiraba trescientos mil ejemplares semanales.
Para ello
convocó a un nuevo dibujante, Toño Gallo, y a un nuevo guionista, Juan
Angel Sagrera. La historieta pasó a denominarse Cholula, loca por los
astros. El éxito fue inmediato y su publicación perduró once años, hasta
1968.
El nuevo guionista se habría inspirado en la joven Adela Montes,
una fanática de los radioteatros que solía esperar a los artistas en la
puerta de las radios para conseguir sus autógrafos. Junto a algunas
amigas, había formado incluso un club llamado CADA: Cazadoras Argentinas
de Autógrafos.
Gracias a la popularidad del CADA, lograron su propio
programa radiofónico: Autógrafos en el aire, que se emitía por Radio
Libertad. De más está decir que Adela Montes se convirtió en periodista
de espectáculos. En cada entrega, Cholula perseguía a una estrella de la
televisión “caricaturizada”, y hacía esfuerzos heroicos y completamente
desmedidos para obtener un autógrafo, un beso o un saludo.
El personaje
fue interpretado más tarde, en Radio Splendid, por la actriz Lili Gen.
Recientemente, Joaquín Sabina utilizó la palabra en su canción Aves de
paso: “A la intrépida cholula argentina,/ que en el corazón con tinta
china/ me tatuó ‘peor para el sol’”.
A partir de 1960, el humorista Pepe Biondi difundió una creación
propia, de origen onomatopéyico: patapúfete; exclamación que puede ser
utilizada para expresar el ruido de un golpe o una caída, como
equivalente de ¡zas! o de ¡cataplum!, aunque Biondi la decía cada vez
que sufría un contratiempo, una contrariedad o alguna desgracia.
De los mismos años es pendorcho “cosa cualquiera”, voz creada por el
humorista Aldo Cammarota en su programa Telecómicos, a mediados de los
años sesenta, para aludir a una supuesta pieza mecánica en un sketch que
protagonizaba Alfonso Pícaro.
El personaje Volantieri le mostraba a su
jefe, “el señor Cretinuchi”, un plano enorme y mientras señalaba aquí y
allá con el dedo, le decía, por ejemplo: “Si le ponemos un pendorcho
aquí y otro aquí… la máquina va a producir el triple”.
Fue tan masivo su
éxito que hasta se escribió la canción Ponele un pendorcho y durante
más de una década, pendorcho fue utilizado como comodín hasta que con el
tiempo empezó a designar el órgano sexual masculino. Hoy, prácticamente
no se usa y entre los jóvenes es un vocablo casi desconocido.
También de la década de los sesenta es despiplume, equivalente a
“despelote” “lío”, “confusión”, originada en la publicidad televisiva
del coñac Tres Plumas, formada por juego paronomástico entre el
lunfardismo despiole y el sustantivo incluido en la marca.
Papucho, una variante festiva del español familiar papá, que habría
creado Manuel García Ferré, es también de esa misma época.
En la
miniserie animada Hijitus, que comenzó a difundirse en la televisión
argentina en 1968, el personaje Oaky, un bebé con pañales que sabía
hablar y solía portar armas de fuego, llamaba papucho a su padre, el
millonario Gold Silver.
Más adelante, a comienzos de la década de 1980, se impuso la
expresión alcoyana-alcoyana, para indicar alguna coincidencia entre dos
personas o cosas. Esa locución nació en Atrévase a soñar, un programa
televisivo de entretenimientos conducido por el actor y animador
uruguayo Berugo Carámbula.
Cada emisión se resolvía con un juego de
memoria retentiva en el que las participantes, “siempre mujeres”, debían
establecer la mayor cantidad posible de coincidencias entre dos filas
de paneles, en el reverso de los cuales se leían las marcas de los
auspiciantes del programa, entre ellos la fábrica de frazadas Alcoyana.
Ultimamente, se dice alcoyana-alcoyana cuando se vislumbra o reconoce un
romance entre dos personas. De la misma época es caracúlico “amargado” y
el sustantivo derivado: caraculismo, forjado por el conductor Raúl
Portal a partir de la expresión cara de culo.
Forro no es una creación mediática, aunque se legitimó en los medios.
Gracias al actor Antonio Gasalla, perdió su condición vulgar para
incorporarse al habla cotidiana como adjetivo sinónimo de
“despreciable”, “torpe” e “idiota”. Es difícil de olvidar para quien lo
haya visto: Gasalla, disfrazado como una obesa periodista de
espectáculos, señalando a su invitado de esa semana, interrogaba a la
platea con gritos desaforados: “¡¿Es un ídolo o un forro?!”.
*Miembro de la Academia Nacional del Lunfardo.
fuente: Diario PERFIL- 10-JULIO 2011
http://www.perfil.com/
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