La infinita venganza
o el olor de la muerte
CARLOS ROBERTO MORAN
“En una mano llevaba un
revólver Harrington &
Richardson, calibre 32; en la
otra, un ramillete de flores”.
De una nota periodística
Abrió una de las ventanas, la de la izquierda.
La aseguró con una traba que habían
hecho colocar muchos años atrás. Por allí,
al correrse las cortinas, penetró la llovizna.
Sólo mojaba el parquet, protegido a su vez
por láminas de plástico. Era una costumbre
que habían adquirido, la de dar la bienvenida
a la lluvia. Por la otra ventana, la de la derecha,
cerrada, a través de los visillos levantados a
medias, miró cómo el agua ibacorriendo las
cosas, lavando ese pequeño mundo de la calle,
las casas de los vecinos, los hilos tendidos de
la electricidad y los teléfonos.
Se miró las manos observando las crecientes
manchas oscuras. Levantó la vista y quedó
detenida, no demasiado tiempo, en una
fotografía de paseo en domingo y en un
cuadro con flores, una jarra de vino, una
pipa disonante, amarronada, ubicada en
un costado de la pintura. Ni ella ni el resto
de la casa producían ruido alguno. Llegaba
sí una débil voz más allá de las paredes.
Alguien que está diciendo su mundo, pensó.
Todos tenían su mundo, era cierto.
Se corrió a la cocina para comer unas
galletitas algo resecas y tomar un té con
edulcorante. Después se levantó y fue
encendiendo y apagando las luces de la casa.
El gato le maulló y ella le dio carne y leche
que sacó de la heladera.
Había regresado a la cocina revisando
prolijamente la lista de compras que debería
hacer a la mañana siguiente. Anotó algo más
y tachó las compras ya hechas.
Se dirigió al primer piso de la casa, subiendo
con cuidado las escaleras. Siempre se agitaba
y por eso se prometía vivir en una casa de
una sola planta, sabiendo que esa promesa,
como tantas otras, nunca sería satisfecha.
En el dormitorio revolvió un cajón y sacó
aquello que fue a parar a un bolso grande
que levantó también para después salir de
la habitación apagando las luces y cerrando
la puerta delicadamente, como si alguien
durmiera dentro.
En el pasillo arregló los jazmines colocados
en los pequeños floreros. La planta alta
mantenía el olor de las flores. A ambos les
gustaban.
Pasó de nuevo a la planta baja y esta vez
cerró la ventana abierta. No tenía tiempo
de limpiar los plásticos del piso, cosa que
le molestó. Dejó entonces que el charco se
extendiera más allá del sector protegido y
avanzara sobre el parquet, ensanchándose,
siendo lo mismo y también otra cosa que
crecía en la casa.
2
Apagó las luces y cerró todo. El paraguas
que usaba era negro y cómodo. No le
pertenecía, pero hacía abstracción de
eso como de tantos otros objetos y
situaciones.
Esperó un taxi, detenida en el umbral de
la vivienda y protegida por el porche que
en su imaginación veía como el pórtico
de un mausoleo.
Debió esperar antes de que apareciera el
coche negro y amarillo con su lucecita roja
encendida marcando “libre”. Le hizo señas,
chistando con un chistido agudo que en
general evitaba porque le hacía recordar
a un pájaro ridículo.
El chofer le habló de la lluvia y de los
baches y ella le contestó con monosílabos
al comienzo, pero después se limitó a
quedar callada, pensando en sus asuntos,
revisando el bolso sin sacar nada de él,
palpándolo, como si fuera un animal vivo.
Al bajar del coche sólo lloviznaba. Retornó
a la protección del paraguas hasta el
momento en que, al comprobar que
apenas goteaba, lo cerró permitiendo
que esas gotasla mojaran para refrescarse,
porque pese al agua persistía el calor.
Su rostro era alargado. Caminaba apretando
los labios mientras sus ojos buscaba una
numeración, una vivienda precisa.
La casa buscada estaba a media cuadra,
era de tipo chalet y tenía algunas luces
encendidas en su interior.
En el jardín delantero había jazmines.
Los miró, revividos por el agua. Se decidió a
tomar unas cuantos, armando un pequeño
ramo.
De su bolso sacó la llave que había
encontrado en el saco ajeno y que –sabía-
correspondía a la puerta de entrada. Abrió
sin ruido, como era su costumbre, y penetró
en el lugar.
Se fue guiando por deducciones, por lo que
–entrecortadamente- había logrado
establecer a partir de las conversaciones
que el hombre sostenía por teléfono con la
mujer y que ella había podido escuchar
por el aparato supletorio que permanecía
a su lado, en el piso superior.
Desembocó en el dormitorio donde estaban
la mujer joven y el hombre maduro.
Sobre sus cuerpos desnudos y traspirados
les arrojó el ramo de jazmines, sin hablar,
pensando en un ambiguo mensaje de las
flores, en cuánto reconocería él en cada
flor, en cada pétalo: costumbres, hijos,
viajes, planes, gustos, promesas, las voces
idas y el tiempo irrecuperable.
Después apuntó, en medio de la confusión
de los cuerpos, entre gritos y advertencias.
La bala fue certera: su cabeza se expandió
por toda la pieza, sembrándola del olor a
la muerte.
3
Fue una multiplicación sin término de su
carne chamuscada, ante el horror de la
mujer joven que miraba sin comprender,
ante el terror del hombre maduro que
entendía de qué forma ella, matándose
delante de los dos, se tomaba su infinita
venganza.
Santa Fe, Argentina, 1989 – 2000
CARLOS ROBERTO MORAN
Carlos Roberto Morán nació en Santa Fe, Argentina, el 17.8.1942, ciudad en la que reside. Es escritor y periodista y ha publicado los libros “Territorio posible” (México, 1980), “Noticias desde el sur” (México, 1986), “Noticias de Sergio Oberti” (Argentina, 1990) y “Ella cuenta sobre el mar” (Argentina, 2006) Sus trabajos han aparecido en diversas antologías y publicaciones, tanto de la Argentina como del exterior. Las más recientes antologías en las que se incluyeron sus cuentos son: “Antología del nuevo cuento argentino”, Widawnictwo Literackie, Varsovia, Polonia, 1988; “La otra realidad”, Desde la Gente, Buenos Aires, 1994; “Cuento argentino contemporáneo”, UNAM, México, 1996; “Padre río”, Desde la Gente, Buenos Aires, 1997; “Narradores argentinos”, Cultura de Veracruz, Xalapa, México, 1998; “Octopus”, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1998 (el relato largo “Ella hablaba sobre el mar”); “No hay dos sin tres. Historias de adulterio”, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2000; “Hazañas bélicas”, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2001; “Molto Vivace”, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2002; “Octopus II”, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2002; “Leer la Argentina” , Ministerio de Educación de la Nación, Buenos Aires, Argentina, 2005; y “Cuentos de magia”, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2007.
Ha recibido distintos premios y distinciones, tanto en su país como en el exterior.
La revista “Cultura de Veracruz”, que aparece en Xalapa, México, dirigida por Raúl Hernández Viveros, le dedicó un “homenaje” en su N° 31, mayo de 2008, con la publicación de fotos, cuentos y reportajes.
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Carlos Roberto Morán
blog: http://lacomunidad.elpais.com/cmoran24/posts
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