jueves, 3 de marzo de 2011

Carlos Roberto Morán, escritor y periodista santafesino nos atrapa con uno de sus cuentos

La infinita venganza

o el olor de la muerte

CARLOS ROBERTO MORAN

“En una mano llevaba un

revólver Harrington &

Richardson, calibre 32; en la

otra, un ramillete de flores”.

De una nota periodística


Abrió una de las ventanas, la de la izquierda.

La aseguró con una traba que habían

hecho colocar muchos años atrás. Por allí,

al correrse las cortinas, penetró la llovizna.

Sólo mojaba el parquet, protegido a su vez

por láminas de plástico. Era una costumbre

que habían adquirido, la de dar la bienvenida

a la lluvia. Por la otra ventana, la de la derecha,

cerrada, a través de los visillos levantados a

medias, miró cómo el agua ibacorriendo las

cosas, lavando ese pequeño mundo de la calle,

las casas de los vecinos, los hilos tendidos de

la electricidad y los teléfonos.

Se miró las manos observando las crecientes

manchas oscuras. Levantó la vista y quedó

detenida, no demasiado tiempo, en una

fotografía de paseo en domingo y en un

cuadro con flores, una jarra de vino, una

pipa disonante, amarronada, ubicada en

un costado de la pintura. Ni ella ni el resto

de la casa producían ruido alguno. Llegaba

sí una débil voz más allá de las paredes.

Alguien que está diciendo su mundo, pensó.

Todos tenían su mundo, era cierto.

Se corrió a la cocina para comer unas

galletitas algo resecas y tomar un té con

edulcorante. Después se levantó y fue

encendiendo y apagando las luces de la casa.

El gato le maulló y ella le dio carne y leche

que sacó de la heladera.

Había regresado a la cocina revisando

prolijamente la lista de compras que debería

hacer a la mañana siguiente. Anotó algo más

y tachó las compras ya hechas.

Se dirigió al primer piso de la casa, subiendo

con cuidado las escaleras. Siempre se agitaba

y por eso se prometía vivir en una casa de

una sola planta, sabiendo que esa promesa,

como tantas otras, nunca sería satisfecha.

En el dormitorio revolvió un cajón y sacó

aquello que fue a parar a un bolso grande

que levantó también para después salir de

la habitación apagando las luces y cerrando

la puerta delicadamente, como si alguien

durmiera dentro.

En el pasillo arregló los jazmines colocados

en los pequeños floreros. La planta alta

mantenía el olor de las flores. A ambos les

gustaban.

Pasó de nuevo a la planta baja y esta vez

cerró la ventana abierta. No tenía tiempo

de limpiar los plásticos del piso, cosa que

le molestó. Dejó entonces que el charco se

extendiera más allá del sector protegido y

avanzara sobre el parquet, ensanchándose,

siendo lo mismo y también otra cosa que

crecía en la casa.

2

Apagó las luces y cerró todo. El paraguas

que usaba era negro y cómodo. No le

pertenecía, pero hacía abstracción de

eso como de tantos otros objetos y

situaciones.

Esperó un taxi, detenida en el umbral de

la vivienda y protegida por el porche que

en su imaginación veía como el pórtico

de un mausoleo.

Debió esperar antes de que apareciera el

coche negro y amarillo con su lucecita roja

encendida marcando “libre”. Le hizo señas,

chistando con un chistido agudo que en

general evitaba porque le hacía recordar

a un pájaro ridículo.

El chofer le habló de la lluvia y de los

baches y ella le contestó con monosílabos

al comienzo, pero después se limitó a

quedar callada, pensando en sus asuntos,

revisando el bolso sin sacar nada de él,

palpándolo, como si fuera un animal vivo.

Al bajar del coche sólo lloviznaba. Retornó

a la protección del paraguas hasta el

momento en que, al comprobar que

apenas goteaba, lo cerró permitiendo

que esas gotasla mojaran para refrescarse,

porque pese al agua persistía el calor.

Su rostro era alargado. Caminaba apretando

los labios mientras sus ojos buscaba una

numeración, una vivienda precisa.

La casa buscada estaba a media cuadra,

era de tipo chalet y tenía algunas luces

encendidas en su interior.

En el jardín delantero había jazmines.

Los miró, revividos por el agua. Se decidió a

tomar unas cuantos, armando un pequeño

ramo.

De su bolso sacó la llave que había

encontrado en el saco ajeno y que –sabía-

correspondía a la puerta de entrada. Abrió

sin ruido, como era su costumbre, y penetró

en el lugar.

Se fue guiando por deducciones, por lo que

–entrecortadamente- había logrado

establecer a partir de las conversaciones

que el hombre sostenía por teléfono con la

mujer y que ella había podido escuchar

por el aparato supletorio que permanecía

a su lado, en el piso superior.

Desembocó en el dormitorio donde estaban

la mujer joven y el hombre maduro.

Sobre sus cuerpos desnudos y traspirados

les arrojó el ramo de jazmines, sin hablar,

pensando en un ambiguo mensaje de las

flores, en cuánto reconocería él en cada

flor, en cada pétalo: costumbres, hijos,

viajes, planes, gustos, promesas, las voces

idas y el tiempo irrecuperable.

Después apuntó, en medio de la confusión

de los cuerpos, entre gritos y advertencias.

La bala fue certera: su cabeza se expandió

por toda la pieza, sembrándola del olor a

la muerte.

3

Fue una multiplicación sin término de su

carne chamuscada, ante el horror de la

mujer joven que miraba sin comprender,

ante el terror del hombre maduro que

entendía de qué forma ella, matándose

delante de los dos, se tomaba su infinita

venganza.

Santa Fe, Argentina, 1989 – 2000

CARLOS ROBERTO MORAN



Carlos Roberto Morán nació en Santa Fe, Argentina, el 17.8.1942, ciudad en la que reside. Es escritor y periodista y ha publicado los libros “Territorio posible” (México, 1980), “Noticias desde el sur” (México, 1986), “Noticias de Sergio Oberti” (Argentina, 1990) y “Ella cuenta sobre el mar” (Argentina, 2006) Sus trabajos han aparecido en diversas antologías y publicaciones, tanto de la Argentina como del exterior. Las más recientes antologías en las que se incluyeron sus cuentos son: “Antología del nuevo cuento argentino”, Widawnictwo Literackie, Varsovia, Polonia, 1988; “La otra realidad”, Desde la Gente, Buenos Aires, 1994; “Cuento argentino contemporáneo”, UNAM, México, 1996; “Padre río”, Desde la Gente, Buenos Aires, 1997; “Narradores argentinos”, Cultura de Veracruz, Xalapa, México, 1998; “Octopus”, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1998 (el relato largo “Ella hablaba sobre el mar”); “No hay dos sin tres. Historias de adulterio”, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2000; “Hazañas bélicas”, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2001; “Molto Vivace”, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2002; “Octopus II”, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2002; “Leer la Argentina” , Ministerio de Educación de la Nación, Buenos Aires, Argentina, 2005; y “Cuentos de magia”, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2007.

Ha recibido distintos premios y distinciones, tanto en su país como en el exterior.

La revista “Cultura de Veracruz”, que aparece en Xalapa, México, dirigida por Raúl Hernández Viveros, le dedicó un “homenaje” en su N° 31, mayo de 2008, con la publicación de fotos, cuentos y reportajes.


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Carlos Roberto Morán

blog:
http://lacomunidad.elpais.com/cmoran24/posts



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