sábado, 26 de marzo de 2011

La poesía de Norma Segades-Manias, una himnología a La Mujer




J.M.TAVERNA IRIGOYEN


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Obra singular, «En nombre de sus nombres». Singularidad por la potencia de las voces que alimentan su estro. Singularidad, también, por la síncopa constante en la que el canto se afirma para definir un espacio

Poeta de pie, Norma Segades-Manias hace de la poesía un testimonio vivo. Testimonio que objetiva lo subjetivo de historias, escenarios, personajes olvidados, vidas inocentes y valerosas, transitando lo exegético sin tintas sobrantes; compartiendo el espíritu de las fuerzas genuinas.

Segades-Manias cree en la criatura humana, pero más en sus acciones, en sus protagonismos. Entonces, por sobre lo genérico, toma a decenas de mujeres de todo el orbe, de todos los tiempos, de los orígenes y destinos más opuestos, y les canta. Les canta con sangre, no con mieles. Y revela de ellas —en ese palpitar de amores y heridas— el sentido de la heroicidad, del quebranto, del desamor, de la lucha por reivindicaciones.

No es la suya una poesía de tronos: todo lo contrario. No entroniza, sino devela. Y esto es lo sustancial en su poética fluida, a veces desbordante; su poética que sube alturas, jamás para volver a descender. De ahí, sus metáforas y sus imágenes están buriladas con una sutileza que conmueve, con una exactitud que deslumbra. No hay palabras descolgadas ni figuras que confronten. La campana del mundo, el gran escenario universal, cobija a esas criaturas del amor/dolor que ella elige para retrataren los espacios de su poética como si estuvieran, como si volvieran para decir / reclamar / cantar / gritar /llorar.

En nombre de sus nombres (mediaIsla, 2001), por sobre la diversidad de figuras y aconteceres, es un poema único, englobante, totalizador. Es la mujer —no como símbolo mujer— la que está en cada verso, en toda acción de remembranza. Heroínas, mujeres simples, madres, santas, guerrilleras, reinas, están en su poética para construir una himnología a La Mujer. Por sobre prosopopéyicas intenciones. Un himno luminoso, abierto, libre, santificado por las palabras.

Dolores Ibárruri, fuerte como los minerales de Gallarta, en Vizcaya, la vestida de negro, la que cuenta: “Cinco veces he muerto / Cinco veces / Cargo este luto hecho a la medida de todas las infamias”. La princesa Malintzin, vendida por su propia madre como esclava, entra en los «Nombres en los silencios». Y la guerrera Juana Azurduy retorna desde su destino americano, para volver a triunfar, por sobre la muerte.

Está María Sklodowska, la mujer de la ciencia, la de los Premios Nobel, quien dice: “He venido a entregar a los panteones / mi cuerpo lacerado por el radio al que tanto escruté”. Y Juana de Arco, “Prisionera del odio”. Está Agnes Gonxha Bojaxhin, la Teresa de Calcuta, “la que mordió su espanto impenitente / la que brindó su vida a borbotones”. E Isabel Tudor, la reina virgen, la que reinó cuarenta y cuatro largos años. Y la mexicana Frida Kahlo: “Mi amor no es más que amor. / Es un reflejo”.

Segades-Manias hace de cada mujer un prototipo, quizá por la razón de “hacerlas hablar, de hacerlas oír”. La dominicana Minerva Mirabal, muerta a golpes, se resigna a “morir así, / de sangre estrangulada”. Y la panameña Rufina Alfaro (quizá un mito o un sueño colectivo): “Opté por abdicar a los susurros”.

Ana Díaz, la paraguaya, única mujer entre los cincuenta y cuatro hombres que poblaron la segunda Buenos Aires, asume ser “Hija del desamor / de la ascendencia bastarda de la selva”. Cada una dice de sí la vida vivida, como un credo.

La ecuatoriana Manuela Sáenz: “Soy la bruja de Paita / la hechicera que ha de morir ahogada entre las fiebres”. Y la defensora del amor libre, Luisa Capetillo, “Soy nada más que el eco de mis voces / reclamando alfabetos, igualdades, libertad de matriz, de pensamiento”.

La cubana Mariana Grajales puede estar en la misma línea que la revolucionaria francesa Olympia de Gouges, la precursora del feminismo, siglo de por medio: “tanta apetencia de ser iguales desde el nacimiento”.

Si está Eva, la primera mujer, el primer pecado, puede estar Teodora, la meretriz que finalmente fue cabeza del Imperio Bizantino. Norma Segades-Manias da a cada una la oportunidad de revelar y rebelarse, de tornar a ocupar un escenario de reclamos, de actuar la inocencia, de gritar la rebeldía. Lo hace con palabras que son pinceles. “La pulcra piedad” de Lady Godiva. “Mi patria es un estado de vigilia / un exilio en los huecos del insomnio”, para Rosa Luxemburgo.

Desde Lilith hasta Isabel La Católica, desde la astronauta Valentina Tereshkova a Boadicea, la guerrera celta que, derrotada, se venga en la propia muerte, se diferencian y se parecen en sus silentes heroísmos. “Soy todas y soy una”, se oye a la rusa. Y otra voz sale de sus labios: “redimo los perfiles de otros rostros”.

Obra singular, En nombre de sus nombres. Singularidad por la potencia de las voces que alimentan su estro. Singularidad, también, por la síncopa constante en la que el canto se afirma para definir un espacio, una derrota, el fluir de la sangre, la simbología de los acuerdos secretos. Caminos que cruzan vidas. Vidas que cruzan caminos de reclamo. La voz de Norma Segades-Manias los interpreta con madurez y vuelo, a veces rozando la temperatura poética de nuestra Olga Orozco. Pero siempre, siempre implacable consigo misma. |


J.M. TAVERNA IRIGOYEN, Poeta, ensayista, crítico de arte, Santa Fe, Argentina.

Published: March 26, 2011
fuente:
http://mediaisla.net/revista/2011/03/la-poesia-de-norma-segades-manias-una-himnologia-a-la-mujer/


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