lunes, 28 de marzo de 2011

En Israel : falleció el Dr. Nestor Spector, nacido en Rosario


En recuerdo de Néstor Spector


por Graciela Spector Bitan


Murió Néstor. Como si esas dos palabras juntas tuviesen algún sentido, me niego tercamente a creerlas.


De pronto, con esa prisa que te caracterizaba, la enfermedad se apoderó de tu cuerpo elástico y ágil, para borrar de él todo vestigio de vida. Y todo frente a nuestros ojos aterrados, clavados en el monitor que gritaba el sufrimiento de cada una de tus células en esa batalla perdida de antemano.


Néstor. Todo vida. Esperanza. Bondad. Inteligencia profunda. Devoción. Amante de los pequeños y grandes placeres. Buen hijo. Buen hermano. Buen esposo. Buen padre. Buen abuelo. Buen vecino. Buen terapeuta. Buen amigo. Buen ciudadano. Buen judío.


Bueno y noble.


Enamorado de la medicina. Fuiste siempre médico, ante todo. Cuando elegiste la especialidad de la vida: los nacimientos, la alegría de cada ser humano que llegaba a este mundo a través de tus manos buenas. Siempre sonreías cuando hablabas de un parto, de una nueva mamá, de los ojos húmedos de las abuelas…


Tu cara llena de luz cuando nacieron nuestras hijas: Gaby y Andrea. Tu amor por ellas. Tu cuidado afectuoso y protector.


Tu amor por el río, por el sol, por el asado y el vino, los amigos y la música, el baile y el trabajo duro.


Enamorado de Israel. Un amor más difícil que la medicina, que te exigió sacrificios, luchas denodadas, momentos de desilusión, pero que te ofreció una pertenencia honda, el orgullo de ver a tus hijas soldadas, y la felicidad de celebrar el séder de Pesaj, -la fiesta de la libertad, con la que tanto te identificabas-, entendiendo las palabras de la ceremonia. Nuestros ojos se cruzaban, emocionados, cuando Gaby y Andrea leían con rapidez y exactitud los textos arameos. Un verdadero milagro….


En Israel, la psiquiatría te permitió acercarte y ayudar a seres confusos, perdidos, sufrientes, a los que ofreciste tu comprensión, tu palabra buena, tu diagnóstico exacto y, fundamentalmente, tu hondo respeto.


En nuestro recuerdo, sonreís con tu sonrisa grande y hermosa, auténtica y cercana.


Tu inolvidable costumbre de apretar el brazo al dar un beso, como lo hacía mi abuelo.


Tu sonrisa emocionada debajo de la jupá de nuestras hijas, cuando nacieron nuestros cuatro nietos. Y también cuando nacieron tus otros cinco nietos junto con Jaia. Cuando festejábamos cada cumpleaños .Cuando celebrábamos festividades y aniversarios, logros pequeños y grandes de cada uno de los miembros de nuestra familia. Tu presencia en mi segundo casamiento, tu calidez y tus buenos deseos. Tu amistad con mi marido, el aprecio enorme que Dan te tenía y sus lágrimas sobre tu tumba.


Una familia muy especial. Doble. Porque todos supimos multiplicar y no dividir, pudimos gozar de cada momento sin enemistad ni distancias innecesarias.


Y ahora el dolor es también doble. Y doble el número de personas que te lloran. Y te amaron. Y te recuerdan. Y a quienes les faltás a cada paso.


El dolor enorme de tu esposa. De tus hijas y nietos. De tus hermanos. De tus yernos. De tus pacientes. De tus amigos.


Dejaste un hoyo hondo y enorme, que se abre ante nuestros pies en medio del camino. A destiempo. Sé que nos acompañará por siempre, en cada circunstancia triste o alegre, grabado ahora en cada una de las innumerables fotos que miramos incrédulos y llorosos.


Sé que es sólo el comienzo de tu ausencia. Pensar de repente que no estarás en el bar mitzva de Ariel ni en el de Tomer, los dos nietos mayores de la doble familia, que te lloran desconsoladamente y no saben cómo harán para soportar que no compartas con ellos el comienzo de su adultez judía. Y el dolor de los nietos de Tel Aviv los martes de cada semana , el día del abuelo Néstor. Y el de los nietos jerosolimitanos cada miércoles.


Tu muerte es un cuchillo que lastima sin descanso, que nos despierta en medio de la noche para recordarnos que no se trata de una pesadilla, sino del horror de la realidad.


Que asoma sus ojos de fuego y quema cada momento de paz, con las brasas azules de tus ojos brillando, intrépidas y llenas de esperanza, en un recuerdo que se niega tercamente a recordar que tus ojos se cerraron para siempre.


Cuarenta y seis años formaste parte de mi vida. Una parte importante, desempeñando diversos roles : novio, marido, padre de mis hijas, ex marido, amigo, confidente, consejero, médico eterno,- el único que gozó siempre de mi plena confianza-, co-terapeuta, amigo, queridísimo buen amigo…..


Cómo despedirme? Cómo aceptar tu ausencia? Cómo incorporar tu nombre al de mis muertos queridos e inolvidables ?








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