domingo, 16 de enero de 2011

Querida Maria Elena Walsh, por Rogelio Alaniz

En su casa. Con una sonrisa que armoniza
con sus textos, María Elena posa rodeada de libros.



Crónica política


Querida María Elena


Rogelio Alaniz


Murió María Elena Walsh. Tenía ochenta años, pero para todos los que la quisimos la edad carecía de importancia porque las personas como ellas suelen derrotar a las cronologías. Lo primero que debo decir es que mis hijos disfrutaron de sus canciones. Mi nieto las está empezando a disfrutar. A los hijos y los nietos de mis amigos les pasó más o menos lo mismo: crecieron escuchando “La vaca estudiosa”, “Manuelita la tortuga”, “Marcha de Osías”, “El show del perro salchicha”.


Se me ocurre que millones de personas vivieron experiencias parecidas, al punto que, sin exagerar, podría decirse que desde los años sesenta a la actualidad el universo de la infancia está poblado por las imágenes de sus poemas y el tono de su voz. ¿Cuántos chicos se durmieron escuchando sus canciones? ¿cuántos dejaron de llorar gracias a la magia de su voz y sus poemas? ¿cuántos chicos las canturrearon en la ronda de la plaza, jugando en las hamacas, tirándose del tobogán, arriba de un árbol, en las fiestas infantiles? Por todas estas pequeñas maravillas, todos le estamos infinitamente agradecidos. Por haberles dado alegría a nuestros chicos, por haberles educado la sensibilidad, la inteligencia, el buen gusto. Sin las canciones de María Elena y las páginas de Mafalda, seguramente la vida de nuestros hijos sería mucho más pobre.



No quiero exagerar, pero aprovechando las circunstancias quiero tomarme la licencia de decir que todo lo bueno que hay en la Argentina de hoy ocurre porque en aquellos años hubo una escritura, una poesía y un particular sentido del humor que le enseñó a los chicos a pensar, a sentir, a desarrollar el espíritu critico, a mirar a los otros y sobre todas las cosas, a reírse, no de los otros, sino de ellos mismos.


Eso es lo que pasaba, sus canciones invitaban a reír, a jugar, a tomarse de las manos y a quererse. Escuchar sus poemas era un antídoto contra la mala onda, el egoísmo, la agresividad, la violencia. No voy a caer en la ingenuidad o la torpeza de decir que el mundo va a cambiar gracias a un puñado de canciones infantiles o que el ser humano dejará de ser injusto por haber disfrutado de esos poemas. Pero admitamos que en esta vida, donde existen el odio, la violencia, la injusticia, estas pequeñas creaciones del corazón alientan la esperanza de que es posible un mundo más justo y que, a pesar de todo, el ser humano siempre es capaz de dar lo mejor de sí.


No voy a sobreestimar los efectos que pueden causar en una sociedad las canciones de María Elena, pero tampoco los voy a subestimar, salvo que alguien suponga que la poesía no provoca ninguna consecuencia sobre las sociedades y el corazón de los hombres. El amor, la ternura, los sentimientos nobles no alcanzan para hacer una sociedad más justa, pero no hay sociedad justa sin esos sentimientos.



Pienso en María Elena y recuerdo un poema de Borges que dice que personas como ella son las que están salvando al mundo. Se refiere a personas que no ejercen el poder, que no lo exhiben, no lo disfrutan, y, sin embargo, con sus pequeños actos permiten que el mundo sea un lugar digno de ser vivido. María Elena simplemente nos recuerda con su presencia el poder de la poesía, un poder singular, casi invisible, ajeno a la dominación, muchas veces poco efectivo, pero necesario y, en circunstancias límite, indispensable.



María Elena Walsh escribió relatos, poemas, con Leda Valladares se propuso renovar el folklore pero, si se me permite, yo me atrevería a decir que su gran hallazgo, su aporte decisivo a la poesía fueron las llamadas canciones infantiles. Ya sé que no existen poemas para niños, para viejos o para adultos, que existen poemas y punto, pero en su caso podemos permitirnos hablar de los poemas para niños, cuya virtud precisamente fue que los pudieron disfrutar los niños y los grandes. Ese fue su talento, su maravilloso y original aporte.


Hasta ese momento, hasta el momento en que empezó a escribir lo suyo, las canciones para niños eran canciones pavotas, en algunos casos tontas, en todos los casos viejas, y con algunas, realmente, los chicos no perdían nada si no las escuchaban. Abundaban las madrastras perversas, los lobos feroces, los gatos engullidores de ratones, los osos malos, los ogros malditos y los padres que dejaban abandonados a los niños. Llegó María Elena y todo cambió. Los lobos, los osos, las tortugas, las vacas, los monos, se transformaron en personajes deliciosos, encantadores. Como el personaje de la fábula, María Elena humanizaba todo lo que tocaba: un gato, una nube, un perro, una gaviota, un oso, una naranja. Sus canciones no asustaban, divertían y enseñaban a pensar, a ser solidarios, a querer, a no avergonzarse de los buenos sentimientos. En ninguno de sus poemas hay consejos, recomendaciones del estilo “maestro Ciruela”.


María Elena “no baja línea”, pero quienes participan de su universo aprenden a reírse, a ser solidarios, compasivos y, por sobre todas las cosas, buenos. María Elena Walsh no sólo escribió canciones infantiles. Temas como “El vals municipal”, “Réquiem de madre” “Serenata para la tierra de uno”, “Los ejecutivos”, “Como la cigarra”, son memorables porque han sabido identificarse con un tiempo, con la sensibilidad de una generación o de varias generaciones. Siempre he escuchado sus canciones, he leído sus poemas y, como ocurre con estas cosas, algunos me gustaron más que otros, pero a mi modesto criterio el poema más logrado, el que llega más lejos y golpea más fuerte es “Eva”. He leído varios poemas a Eva Perón, pero de todos ellos, por lejos, el mejor es el de María Elena.

No sé que pensaba ella políticamente, no le conozco compromiso partidario, pero me consta que era progresista, que siempre defendió las causas justas, que su voz fue una de las primeras en romper el silencio de la última dictadura y que en los años cincuenta, al igual que Cortázar o Yupanqui, se fue de la Argentina porque no soportaba al peronismo, en particular la obsecuencia, el servilismo, la alcahuetería, el desprecio y el manoseo de la cultura. Sin embargo, esta mujer que no fue peronista -y que seguramente en algún momento fue antiperonista- se dio el lujo o tuvo la grandeza espiritual de escribir el mejor poema a la mujer más controvertida pero más significativa de nuestro imaginario popular. Nadie, si se me permite, ha dicho de Evita cosas tan lindas, tan duras y tan verdaderas, Nadie ha hablado con tanta sinceridad y tanta honradez. Es extraño nuestro país, la mejoras palabras sobre Facundo Quiroga las escribió Sarmiento, su enemigo; la mejor biografía de Sarmiento la hizo un católico conservador como Manuel Gálvez; la biografía más emotiva de Lisandro de la Torre la escribió un comunista; el mejor poema a Eva lo hizo una mujer que no era peronista. ¿Es el mejor? Claro que lo es. Y es bueno porque carece de la idolatría de los incondicionales y del resentimiento de sus enemigos. María Elena escribe con furia y con dolor. Evita la desborda y la excede. Asume todas las contradicciones, las del personaje e incluso las suyas propias. “No sé quién fuiste pero te jugaste/ Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo/ metiste a las mujeres en la historia/ de prepo, arrebatando micrófonos/ repartiendo venganzas y limosnas/ Bruta como un diamante en un chiquero/ ¿Quién va a tirarte la última piedra?”.


María Elena no se priva de nada en ese poema, por eso es grande, porque desde la poesía encuentra una verdad que seguramente no pudo hallar en la política o la historia. “Tener agallas como vos tuviste/ fanática, leal, desenfrenada/ en el candor de la beneficencia/ pero la única que se dio el lujo de coronarse por los sumergidos”.


María Elena Walsh murió fiel a sí misma. No son muchos en este mundo los que pueden jactarse de ello. Discreta, noble y valiente. Vivió sus ideas, su arte y su sexualidad asumiendo todas las consecuencias. Desdeñó los oropeles de la fama, despreció las operaciones de marketing. Cuando fue necesario jugarse demostró que sabía ser valiente; pero por sobre todas las cosas le dio alegría a la gente, alegría auténtica, liberadora.


Por todo ello estoy, estamos, agradecidos. Cómo no estarlo si fue una mujer justa en el sentido más pleno de la palabra. Por supuesto que la vamos a extrañar. Sus canciones, sus poesías, estarán con nosotros, será una manera poética de tenerla cerca, de saber que nos acompaña. María Elena Walsh ha muerto, pero no ha desaparecido, no la borraron y, por supuesto, no fue sola a su propio entierro: todos nosotros la acompañamos, algunos llorando con lágrimas, otros llorando en silencio, pero todos llorando limpias lágrimas de tristeza.


Fuente: diario EL LITORAL DE SANTA FE-
FOTO: agencia dpa



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