sábado, 13 de octubre de 2012

Carlos Catania: Antecedentes de las Malvinas

Antecedentes de las Malvinas
Carlos Catania


En la escuela aprendí que las Islas Malvinas son argentinas (“son y serán”). La lección perduró en mí. Años después, cuando el ejército argentino quiso tomar posesión de aquel archipiélago del Atlántico que enlaza las islas con la Patagonia y entró en guerra con el Reino Unido, me pregunté (¿injustamente?) si en las escuelas de mi época enseñaban a creer en vez de enseñar a pensar.

 Las Malvinas son argentinas, pero circunstancias coloniales transforman este derecho en un violento principio nominal. A raíz de las recientes palabras del primer ministro inglés, comprendí que en asuntos de política exterior, las convicciones de gobierno y ciudadanía suelen ser extremadamente opuestas.


La primera vez que estuvimos en Londres, nos inquietaba el hecho de ser argentinos. ¿Cómo nos trataría la gente? Debo confesar que todo el mundo, al conocer nuestra nacionalidad, nos dispensaba una gran simpatía. 
Mencionaban a Maradona y a su God‘s hand (o the hand of God), pero nunca a las Malvinas. Es más: en un pub del que nos habíamos hecho parroquianos, solicitamos a un señor que nos sacara una fotografía. Lo hizo, y después de preguntarnos de dónde veníamos, levantó su enorme vaso de cerveza y gritó: ¡argentinians are nice people!


Hacia el año 1771, el célebre Samuel Johnson, más conocido como el Dr. Johnson (después de Shakespeare el escritor más citado en ensayos políticos y críticas literarias) publicó un extenso trabajo que tituló “Pensamientos acerca de las recientes conversaciones sobre las Islas Falkland”, obra que me permitió conocer, por así decir, algunos antecedentes de nuestras islas.

Luego de señalar los horrores de una guerra, sostiene que todo el sistema del imperio europeo puede estar en peligro de un nuevo golpe, por la disputa “de unos pocos trozos de tierra que, en los desiertos del océano, casi habían escapado a la vista de los hombres y que, si por casualidad no hubieran sido una marca en el mar (seamark, para dirigir el curso de los barcos), quizás nunca hubieran tenido nombre”.


Hacia 1592, el capitán Davis fue arrastrado por las tormentas alrededor del Estrecho de Magallanes. Es de suponer que fue el primero en avistar las islas, pero las dejó igual que las encontró, sin nombre. En 1594 (y paso por alto objetivos y proyecciones de estos viajes), Sir Richard Hawkins halló las islas y en honor de su señora las llamó Hawkins’s Maiden Land (Tierra de la doncella de Hawkins). Años después (1598), los holandeses enviaron a Verhagen y a Sebald de Wert al Mar del Sur. Las islas cambiaron de nombre: Islas de Sebald y fueron insertadas en los mapas.


Se cree que recién en 1689, el actual nombre inglés fue dado por el capitán John Strong, quien consideró que no había en ellas madera ni agua. Después, algunos navíos de St. Maloes visitaron las islas y desde entonces pasaron a llamarse Malouinas, denominación usada luego por los españoles que nunca las habían considerado tan importantes como para merecer un nombre.


Asombra considerar la facilidad con que algunos intereses, a menudo espurios, sacan partido de lo evaluado como insignificante. El relator del viaje de un tal Anson, recomendó un asentamiento en las Falkland, como necesario para el éxito de futuras expediciones contra la costa de Chile, lo que en una guerra los haría amos del Mar del Sur. Al respecto opina el Dr. Johnson: “¿Qué uso puede tener sino como estación para comerciantes contrabandistas, vivero de fraudes y receptáculo de bienes robados?”. Sin embargo, la descripción del viaje de Aston causó impresión en los estadistas. En 1748 se equiparon barcos de expedición para conocer mejor las islas. Al enterarse, el embajador español se opuso e insistió en el derecho de los españoles al dominio exclusivo del Mar del Sur. Después de tires y aflojes, el ministerio abandonó el plan.

La Isla de Falkland fue olvidada... hasta que el conde Egmont, director de asuntos navales, envió al capitán Byron (abuelo del poeta), quien tomó posesión en 1765, en nombre de Su Majestad Británica. Describe la isla como una región sin árboles, puerto espacioso y seguro, agua y suelo excelentes. Cada día mataban cien gansos o pedradas para alimentar a los marinos y encontró hierro en abundancia. Un territorio fértil y agradable. Cuando llegó a Puerto Egmont el capitán Macbride, su descripción del lugar no fue tan bueno; no obstante construyo un fuerte y apostó una guarnición. Los gansos brillaban por su ausencia. Había zorros, lobos marinos y pinguinos. Los vegetales no prosperaban; cabras, ovejas y cerdos se reproducían con éxito.

Las provisiones eran enviadas desde Inglaterra, “lo que a nosotros nos tenía ya casi cansados. Ciertamente no esperábamos que lo envidiara nadie, y por lo tanto suponíamos que se nos permitiera residir en La Isla de Falkland como señores indiscutidos de aquel yermo azotado por las tempestades”. Pero... un día de 1769 una goleta española rondó la isla. El capitán Hunt envió al comandante un mensaje pidiéndole que se alejara. El español aparentemente obedeció, pero dos días después regresó con cartas escritas por el gobernador de Puerto Soledad. Le instaban a que se fueran por estar ocupando dominios del Rey de España. Protesta va, protesta viene, los ingleses permanecieron en Falkland sin ser molestados.

Provenientes de Buenos Aires llegó a Egmont la fragata Industria y luego cuatro fragatas más. Se produjo un conato de guerra que no pasó a mayores. Se supo que Buccarelli, gobernador de Buenos Aires, había expulsado por la fuerza a los ingleses. Se exigió la restitución de la isla. España promete entonces devolver el puerto y fuerte Egmont con toda la artillería y provisiones.

Aunque faltan muchos datos, aquí me gustaría poner fin a esta glosa del artículo del Dr. Johnson que, con seguridad, muchos conocen. Porque para llegar a nuestros días, pasando por la independencia, por las reiteradas protestas y por la expuesta finalidad política del Reino Unido, sería necesario un libro... o dos. Podemos apreciar (recurriendo a un lugar común bastante adocenado) que los tiempos han cambiado, no así la avidez, irracionalidad y astucia de los hombres que conducen los Imperios. 

Claro que en ocasiones han “aflojado”. Hemos visto desfilar en las Olimpíadas a los atletas de Belice que, en 1981, obtuvo su independencia y dejó de llamarse “Honduras Británicas”.

Hoy las Malvinas no responden a la descripción del Dr. Johnson; al estimar el beneficio que aportaba esa conquista, se preguntaba: “¿Qué hemos adquirido? Una soledad sombría, una isla que el uso humano ha arrojado a un lado”. Actualmente diríamos del lado de los ingleses, pero sin vínculo alguno que engarce esas pequeñas islas con la gran isla que ellos habitan. Con seguridad no las codician para matar gansos o pedradas.

13 de agosto 2012
Diario El Litoral- Santa Fe

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