LITERATURA
“HAY MISTERIO EN ESTOS JARDINES DE ESPEJOS REVERBERANTES”
Breves glosas a Espejo Jardín (*)
MARTA ORTIZ, para El Fisgón Digital
El autor y su obra
18/12/2010 -
Y el espejo, del que cuentan maravillas, empieza a quedarse dormido, las imágenes del día absortas en su tinta, el rosal que oscurece busca refugiarse en su diamante.ARNALDO CALVEYRA
(Apuntes para una reencarnación)
Hay misterio en estos jardines de espejos reverberantes: la idea de duplicidad, de doble, de rostro y máscara. Misterio en su armado gemelo, en las ilustraciones de tapa que exhiben el negativo y el positivo de la fotografía de Escher, la antinomia blanco y negro –pienso en el disfraz de Pierrot, veo un tablero de ajedrez, un dominó, la simetría, yang y yin, afirmación y negación, tantas imágenes dispara, tan difícil de apresar y más aún de acercar significados, si es que la poesía, de algún modo se deja explicar, cuando en realidad se trata de una subjetividad explorando el universo de otra subjetividad.
La primera lectura de Espejo Jardín bastó para que me extraviara entre los parterres diseñados ad-hoc por el paisajista Marcelo Juan Valenti. Me llevó al Edén de los libros sagrados: el Paraíso que recoge el Génesis y primero de los Siete Jardines que describe el Corán; a penetrar el jardín de delicias surrealistas que imaginó y pintó el Bosco, a recordar que existe un libro donde los jardines se bifurcan en el tiempo, no en el espacio; vi el jardín nocturno que habitaba Alejandra, “heredera de todo jardín prohibido”, y el jardín que Carroll escribió para la niña rubia que cae en una madriguera persiguiendo a un conejo que mira obsesionado la hora en su reloj de bolsillo. Pensé en el jardín donde crecen las flores del mal que para siempre embellecieron la poesía moderna. Vi el agua donde Narciso se enamora de su reflejo y a un poeta ciego que le temía al fondo del espejo, “vertiginosa telaraña”, lo nombró en uno de sus versos; vi el espejito mágico de la madrastra de Blancanieves, el legendario espejo de Salomón y el de las Vírgenes que da nombre a un cuento de Las Mil y Una Noches.
Pero el tiempo se había deslizado silencioso entre la primera y la segunda lectura y decantó su efecto: perdí la llave de entrada al primer jardín vislumbrado. Y si bien “la imagen poética es una combinación de palabras, no de cosas, y es inútil, y hasta nocivo (Todorov dixit), traducir esta combinación en términos sensoriales”, asumo el riesgo de haber encontrado en el jardín una metáfora o un espejo de la Literatura (objeto de deseo); y en el padre que devora al yo lírico que desea saborear el placer de la escritura desde el primer poema, el reflejo del gran Maestro admirado, que dada su estatura consagrada y omnipotente, obtura las capacidades incipientes del aprendiz: Mi padre me devoró /aunque / no tenía hambre. / Se apartó / del fuego, / y sin mirarme, me percibió / como el cachorro / de una especie apetecible.
Mi lectura obedece solo a la idea de arborescencia que disparan las combinaciones de las palabras en el discurso poético. El poeta se ha ocupado de soñar y ordena sus palabras que resignifico, siguiendo el hilo de Bachelard: “No es a partir de un saber como se puede soñar de veras, sin reservas, soñar es una ensoñación sin censura”. Sin la censura de Todorov, entonces, digo que el jardín flotante sufre las consecuencias del letargo pasajero del aprendiz que desea apropiarse de todas sus flores sin negarse incluso la posibilidad de extraer la belleza del mal, esa dualidad que Baudelaire, uno de los padres literarios que distingo en estas páginas, convirtió en alta poesía. El único camino entrevisto es perpetuarse en las páginas del jardín de bienes inconmensurables. He aprendido con dolor el idioma original de mi padre, duro aprendizaje, condición para acceder a la palabra propia, desnuda.
El ejercicio de la escritura se vive como conjuro: Escribo sin pausa /renglón tras renglón como si en la reiteración se anularan los efectos de la exposición constante a los blasones del padre-maestro-fantasma. Trucos, para que esa palabra nunca me lastime. Relegado a la escucha constante, a saber que la palabra literaria consagrada es difícil de igualar y más aún de superar, preso en los caminos que tejen el laberinto / frente al espejo, ese yo que se pretende espejo, busca huir de los desorganizados ojos/ del padre que/ en vano / intenta manejarme, ojos borgeanos, alucinados, otro Maestro que exhibe sus trofeos en este jardín. Poseo la fórmula para derrotar el azar, admite el verso que actualiza el mito de Ícaro: el aprendiz se libera del laberinto que lo devora y asciende a alturas insospechadas con las alas pergeñadas por el genio /que las sembró / en mis omóplatos. Alas, la poesía, pasaporte a la libertad.
El poeta aprendiz expone sus tanteos, sobre terciopelos oscuros/ se alinearon/mis intentos fallidos/esplendores que imitan el oro. No es inmune a la traición que acecha: la palabra inservible o sobrante: En el crujido del papel, el puñal que nos abre los ojos –escribe-. Los fracasos que incluye la práctica lo debilitan, no hay camino ni puente capaz de acercarlo a la eterna perfección del modelo.
Pero como en toda buena trama, y esta lo es, escrita en verso, existe una venganza para el jardín despojado, para el ramo de flores amargas que el aprendiz cosecha. Matar simbólicamente al padre es un recurso que permite hurgar en la memoria, buscar el secreto: voy a hollar la mortaja, en esos fastos de encaje está el tesoro. Encontrada la llave, la lengua hace su trabajo y se despliega con destreza, hay un fluir sin límites hasta alcanzar colores asombrosos. ¿Cuestión de persistencia? se pregunta el poeta, y la posesión de la llave le permite pisar seguro el jardín de pétalos enérgicos, mariposas, crisantemos astutos, margaritas, rosales como velas en los senderos, espejismos de esta comarca de valientes ¿un escritor, un poeta, es un valiente?
Con modales de venganza,
la lluvia
viste el jardín
de jirones suntuosos.
Las hojas se ciñen joyas feroces.
El discípulo ha vencido a su maestro, absorbió su escritura, ourobouro, se muerde la cola, ahora es el Maestro. Ciclo dual y circular. Fin de la parábola y final feliz para el poeta-espejo, que refleja espejando, reescribiendo, lo aprendido.
De todas las probables respuestas al acertijo que proponen estos libros cuya solución reside únicamente en la palabra que escapa de la esfinge Poesía; de todos los espejitos diseminados en este jardín que invito a leer, porque es poesía multisignificante, placer y juego asegurado, elijo la metáfora del aprendiz de poeta.
APOSTILLAS FUERA DE TEXTO PERO AFINES AL CONTEXTO
El lenguaje, en los poemarios de MJV (Presagio de la reina ciega, Juego de abadesas, Espejo jardín y Jardín espejo) pone distancia en el tiempo, acentúa la sensación de juego, de fuera de época y extrañamiento. Las elecciones léxicas tienen que ver con lo fijo, lo inamovible, el traer a escena a ciertos estereotipos que dan forma a la estructura del cuento clásico: la mendiga, la anciana, la abadesa, la virgen, la reina, el verdugo, el tutor, el vigía, el héroe…
Lenguaje desempolvado. Palabras en desuso son puestas en acto: agraz, procelosas haldas, arriate, ballesta, etcétera. Hay cortes, fastos, fechorías, esponsales, dádivas, fetiches, chapines, cariátides, toda clase de gemas, acertijos, inquisición. Se puede escanciar, atizar, enhestar…
(Valenti, Marcelo, Espejo Jardín, M y F Ideas Impresas, Rosario 2010).
MARCELO VALENTI
Nacido en Rosario, 1966. Publicaciones: Paralelo Protervia, novela en co-autoría con María Luisa Siciliani (Ciudad Gótica, 1998); Una langosta en la casa invisible, cuentos (Viajeros de la Underwood Ediciones, Rosario 1999); Presagio de la reina ciega, poemas (Los Lanzallamas, Rosario 2002), Caballo Bifronte, prosa poética en co-autoría con Susana Rozas (Los Lanzallamas, Rosario 2003, Juego de abadesas, poemas (La Luna Que, Buenos Aires 2005), Jardín Espejo y Espejo Jardín, poemas, 2010. Sus trabajos fueron incluidos en la antología Animales Distintos. Muestra de escritores argentinos, españoles y mexicanos nacidos en los sesenta (2008); El cálido paisaje del agua (recopilación de poemas del autor por editorial La Espada Rota, Caracas, Venezuela).
(*) El poeta rosarino Marcelo Juan Valenti presentó a fines de octubre, en forma simultánea (algo bastante inusual), dos obras, dos libros gemelos: Jardín Espejo y Espejo Jardín. Las presentaciones estuvieron a cargo de Marta Ortiz y Tona Taleti. Esta nota incluye el material escrito por la primera. En aproximadamente unos siete día, El Fisgón Digitl publicará lo elaborado por la segunda.
La primera lectura de Espejo Jardín bastó para que me extraviara entre los parterres diseñados ad-hoc por el paisajista Marcelo Juan Valenti. Me llevó al Edén de los libros sagrados: el Paraíso que recoge el Génesis y primero de los Siete Jardines que describe el Corán; a penetrar el jardín de delicias surrealistas que imaginó y pintó el Bosco, a recordar que existe un libro donde los jardines se bifurcan en el tiempo, no en el espacio; vi el jardín nocturno que habitaba Alejandra, “heredera de todo jardín prohibido”, y el jardín que Carroll escribió para la niña rubia que cae en una madriguera persiguiendo a un conejo que mira obsesionado la hora en su reloj de bolsillo. Pensé en el jardín donde crecen las flores del mal que para siempre embellecieron la poesía moderna. Vi el agua donde Narciso se enamora de su reflejo y a un poeta ciego que le temía al fondo del espejo, “vertiginosa telaraña”, lo nombró en uno de sus versos; vi el espejito mágico de la madrastra de Blancanieves, el legendario espejo de Salomón y el de las Vírgenes que da nombre a un cuento de Las Mil y Una Noches.
Pero el tiempo se había deslizado silencioso entre la primera y la segunda lectura y decantó su efecto: perdí la llave de entrada al primer jardín vislumbrado. Y si bien “la imagen poética es una combinación de palabras, no de cosas, y es inútil, y hasta nocivo (Todorov dixit), traducir esta combinación en términos sensoriales”, asumo el riesgo de haber encontrado en el jardín una metáfora o un espejo de la Literatura (objeto de deseo); y en el padre que devora al yo lírico que desea saborear el placer de la escritura desde el primer poema, el reflejo del gran Maestro admirado, que dada su estatura consagrada y omnipotente, obtura las capacidades incipientes del aprendiz: Mi padre me devoró /aunque / no tenía hambre. / Se apartó / del fuego, / y sin mirarme, me percibió / como el cachorro / de una especie apetecible.
Mi lectura obedece solo a la idea de arborescencia que disparan las combinaciones de las palabras en el discurso poético. El poeta se ha ocupado de soñar y ordena sus palabras que resignifico, siguiendo el hilo de Bachelard: “No es a partir de un saber como se puede soñar de veras, sin reservas, soñar es una ensoñación sin censura”. Sin la censura de Todorov, entonces, digo que el jardín flotante sufre las consecuencias del letargo pasajero del aprendiz que desea apropiarse de todas sus flores sin negarse incluso la posibilidad de extraer la belleza del mal, esa dualidad que Baudelaire, uno de los padres literarios que distingo en estas páginas, convirtió en alta poesía. El único camino entrevisto es perpetuarse en las páginas del jardín de bienes inconmensurables. He aprendido con dolor el idioma original de mi padre, duro aprendizaje, condición para acceder a la palabra propia, desnuda.
El ejercicio de la escritura se vive como conjuro: Escribo sin pausa /renglón tras renglón como si en la reiteración se anularan los efectos de la exposición constante a los blasones del padre-maestro-fantasma. Trucos, para que esa palabra nunca me lastime. Relegado a la escucha constante, a saber que la palabra literaria consagrada es difícil de igualar y más aún de superar, preso en los caminos que tejen el laberinto / frente al espejo, ese yo que se pretende espejo, busca huir de los desorganizados ojos/ del padre que/ en vano / intenta manejarme, ojos borgeanos, alucinados, otro Maestro que exhibe sus trofeos en este jardín. Poseo la fórmula para derrotar el azar, admite el verso que actualiza el mito de Ícaro: el aprendiz se libera del laberinto que lo devora y asciende a alturas insospechadas con las alas pergeñadas por el genio /que las sembró / en mis omóplatos. Alas, la poesía, pasaporte a la libertad.
El poeta aprendiz expone sus tanteos, sobre terciopelos oscuros/ se alinearon/mis intentos fallidos/esplendores que imitan el oro. No es inmune a la traición que acecha: la palabra inservible o sobrante: En el crujido del papel, el puñal que nos abre los ojos –escribe-. Los fracasos que incluye la práctica lo debilitan, no hay camino ni puente capaz de acercarlo a la eterna perfección del modelo.
Pero como en toda buena trama, y esta lo es, escrita en verso, existe una venganza para el jardín despojado, para el ramo de flores amargas que el aprendiz cosecha. Matar simbólicamente al padre es un recurso que permite hurgar en la memoria, buscar el secreto: voy a hollar la mortaja, en esos fastos de encaje está el tesoro. Encontrada la llave, la lengua hace su trabajo y se despliega con destreza, hay un fluir sin límites hasta alcanzar colores asombrosos. ¿Cuestión de persistencia? se pregunta el poeta, y la posesión de la llave le permite pisar seguro el jardín de pétalos enérgicos, mariposas, crisantemos astutos, margaritas, rosales como velas en los senderos, espejismos de esta comarca de valientes ¿un escritor, un poeta, es un valiente?
Con modales de venganza,
la lluvia
viste el jardín
de jirones suntuosos.
Las hojas se ciñen joyas feroces.
El discípulo ha vencido a su maestro, absorbió su escritura, ourobouro, se muerde la cola, ahora es el Maestro. Ciclo dual y circular. Fin de la parábola y final feliz para el poeta-espejo, que refleja espejando, reescribiendo, lo aprendido.
De todas las probables respuestas al acertijo que proponen estos libros cuya solución reside únicamente en la palabra que escapa de la esfinge Poesía; de todos los espejitos diseminados en este jardín que invito a leer, porque es poesía multisignificante, placer y juego asegurado, elijo la metáfora del aprendiz de poeta.
APOSTILLAS FUERA DE TEXTO PERO AFINES AL CONTEXTO
El lenguaje, en los poemarios de MJV (Presagio de la reina ciega, Juego de abadesas, Espejo jardín y Jardín espejo) pone distancia en el tiempo, acentúa la sensación de juego, de fuera de época y extrañamiento. Las elecciones léxicas tienen que ver con lo fijo, lo inamovible, el traer a escena a ciertos estereotipos que dan forma a la estructura del cuento clásico: la mendiga, la anciana, la abadesa, la virgen, la reina, el verdugo, el tutor, el vigía, el héroe…
Lenguaje desempolvado. Palabras en desuso son puestas en acto: agraz, procelosas haldas, arriate, ballesta, etcétera. Hay cortes, fastos, fechorías, esponsales, dádivas, fetiches, chapines, cariátides, toda clase de gemas, acertijos, inquisición. Se puede escanciar, atizar, enhestar…
(Valenti, Marcelo, Espejo Jardín, M y F Ideas Impresas, Rosario 2010).
MARCELO VALENTI
Nacido en Rosario, 1966. Publicaciones: Paralelo Protervia, novela en co-autoría con María Luisa Siciliani (Ciudad Gótica, 1998); Una langosta en la casa invisible, cuentos (Viajeros de la Underwood Ediciones, Rosario 1999); Presagio de la reina ciega, poemas (Los Lanzallamas, Rosario 2002), Caballo Bifronte, prosa poética en co-autoría con Susana Rozas (Los Lanzallamas, Rosario 2003, Juego de abadesas, poemas (La Luna Que, Buenos Aires 2005), Jardín Espejo y Espejo Jardín, poemas, 2010. Sus trabajos fueron incluidos en la antología Animales Distintos. Muestra de escritores argentinos, españoles y mexicanos nacidos en los sesenta (2008); El cálido paisaje del agua (recopilación de poemas del autor por editorial La Espada Rota, Caracas, Venezuela).
(*) El poeta rosarino Marcelo Juan Valenti presentó a fines de octubre, en forma simultánea (algo bastante inusual), dos obras, dos libros gemelos: Jardín Espejo y Espejo Jardín. Las presentaciones estuvieron a cargo de Marta Ortiz y Tona Taleti. Esta nota incluye el material escrito por la primera. En aproximadamente unos siete día, El Fisgón Digitl publicará lo elaborado por la segunda.
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