Lo más peligroso de las falsedades
ocurre cuando la verdad es tan solo
un poco cambiada.
G. C. Lichtenberg.
En mis frecuentes escritos en El
Litoral nunca he hecho una fervorosa defensa de la jerarquía
eclesiástica de la Iglesia Católica. En diversas ocasiones he
manifestado abiertamente mi simpatía por los principales ideólogos de la
Teología de la Liberación que fue severamente juzgada por el cardenal
Ratzinger, ya que faltó muy poco para que durante el papado de Juan
Pablo II no fuera condenada sin más miramientos.
Un gran amigo mío -con quién compartimos nuestro
aprecio por Leonardo Boff y Frei Betto, entre otros- ante mis reiteradas
quejas por las manifestaciones públicas de muchas autoridades del
clero, un día me explicó las razones por las cuales él seguía siendo un
devoto católico, activo miembro de la Pastoral Social y otras
actividades de similar naturaleza. Con la aclaración de que se trata de
un auténtico rosarino (aunque desde hace muchos años vive en Bariloche)
recuerdo que me escribió algo así: “mirá, yo soy hincha de Rosario
Central y aunque se haya ido y está en la B, fundamentalmente por sus
pésimos dirigentes, no he cambiado la pasión por mi club, que es lo que
en el fondo me importa. Respecto de la Iglesia, me pasa lo mismo”. Creo
que ese día, sin saberlo, me dio una insólita lección de catequesis
basada en el sentido común, que puso las cosas en el lugar que debían
estar.
Con ese mismo sentimiento, haré hoy un análisis
de las críticas que ha recibido el excardenal Bergoglio por parte de un
reconocido periodista del diario Página 12.
Me refiero a Horacio
Verbitsky. Vale la pena señalar que en el terreno de plantear sospechas,
no ha estado solo, sino que ha sido acompañado con alusiones poco
claras por una persona que habitualmente ha sido cautelosa en sus
declaraciones públicas. Me refiero a la señora Carlotto, titular de las
Abuelas de Plaza de Mayo.
Pero poco después, ella tuvo manifestaciones
más conciliadoras, por cuya razón no me detendré más en su
participación.
La pregunta que uno se ve obligado a hacer es la
siguiente: ¿Lo que formula el periodista son acusaciones concretas o no
pasan de ser insinuaciones derivadas de su interpretación de la
información a la que ha tenido acceso? En tal sentido sus embestidas
contra el hasta hace poco arzobispo de Buenos Aires no son recientes y
ya, en ocasión de un libro que se había publicado sobre el jesuita en el
año 2010, había escrito un par de notas en las que le atribuyó haber
sido acusado de haber contribuido al encarcelamiento de dos sacerdotes
en la ESMA bien al comienzo de la dictadura militar.
Si el señor Verbitsky se hubiera concretado a
formular y documentar una acusación directa de “falta de verdadero y
bien definido compromiso de Bergoglio en una lucha frontal, abierta y
pública contra las persecuciones, secuestros, apropiación de bebés y
muertes ocurridas durante la dictadura del Proceso instaurado en marzo
de 1976”, tal vez no estaría escribiendo esta nota. Se aproximaría,
aunque sin ninguna necesidad, a la realidad. No tengo dudas que no
integra el grupo de héroes que encabezaron Angelelli, de Nevares,
Hesayne o Novak. Hasta no sería fácil incluirlo entre los que fueron
reconocidos por tener una clara actitud de ayuda a favor de los
desaparecidos o sus familiares como Zaspe, Devoto, Marengo, Kemerer o
Ponce de León. Aunque más de uno lo haría.
Lo que en cambio se puede asegurar, y el
periodista no tuvo elementos fundados y documentados para opinar en
contrario, es que tanto en su función de Provincial de la Compañía de
Jesús en la Argentina, como en otros cargos desempeñados (aunque fue
nombrado obispo recién en 1992), no colaboró con los militares del
Proceso. Mucho menos, que haya formulado denuncias que condujeran a la
detención de personas. Y está documentado en el juicio conducido por el
Tribunal Oral Criminal Federal No. 5 en la causa ESMA, con una objeción
no aceptada presentada por la acusación, que al menos en una ocasión, en
octubre de 1976, se jugó seriamente para lograr la libertad de los
sacerdotes Yorio y Jalics.
Todo el resto es materia de especulación,
suposiciones e interpretaciones que permiten que Verbitsky escriba
artículos de denuncia como lo ha hecho en repetidas ocasiones, así como
opinar de una manera bastante diferente a como lo voy a hacer yo ahora.
Esto puede incluir una supuesta adulteración de un acta de una reunión
de tres miembros de la jeraquía con la Junta Militar en los primeros
años de Proceso, en la que habrían manifestado su apoyo al golpe como un
medio de combatir al marxismo. En este caso, me permito dudar del
contenido que se menciona, por cuanto relata que de esa reunión de
adhesión habría participado monseñor Zaspe. Y eso me cuesta mucho más
creerlo.
De igual forma son todas las citas a escritos y
declaraciones tanto de Yorio como de Jalics. En concreto me detendré en
uno de ellos. Y para mí la cuestión radica en el significado de las
últimas declaraciones del segundo cuando habla de una reunión en la que
se produjo una reconciliación entre él y Bergoglio, después de la cual
rezaron una misa juntos.
¿Qué significa “reconciliación”? Es muy posible
que para el periodista denote que Bergoglio le pidió perdón por sus
“traiciones” y, de acuerdo a la doctrina, el padre Jalics haya procedido
a aceptar el pedido y ambos quedaran con una relación pacífica y
reconstruida. Yo puedo interpretar que pudo haber ocurrido todo lo
contrario, y también hay elementos para pensar de esa forma, en especial
las opiniones de Alicia Oliveira, abogada del CELS. Se puede pensar que
en realidad, en el momento en que el cura escribió su libro en 1994,
haya estado muy molesto y alterado, con restos de gran animosidad
resultante de la poco amigable controversia mantenida, porque desde la
Compañía de Jesús y sobre la base de instrucciones recibidas de su
superior (el jesuita Arrupe, residente en Roma) el Provincial en la
Argentina, que en ese momento era Bergoglio, los había puesto en la
disyuntiva de abandonar sus tareas en las villas o renunciar la Compañía
de Jesús. Y como consecuencia de ello, hasta por falta de buena
información, haya deformado parcial o totalmente la verdad y más tarde
reconocido su error (como ya lo ha hecho). Pero lo más importante, es
que se asegura que los que forzaban esta definición, lo hacían para
salvarlos de lo que estaban avisados que iba a comenzar y que se
transformaría en una brutal casa de brujas.
En resumen, en la mayoría de los casos son
interpretaciones de situaciones que podrían ser tomadas de una u otra
forma. Sobre todo porque toda la documentación que se afirma que existió
y que podría develar las dudas, fue destruida por el propio padre
Jalics.
Y he dejado de lado ex profeso la discusión
acerca de las actividades u opiniones formuladas en el pasado por el
actual pontífice acerca del accionar de los curas en las villas. Por un
lado, está la grabación de un video mostrado por Verbitsky del año 2005,
en el que Pérez Esquivel dice que para Bergoglio muchos de los que
practican este tipo de tareas le estarían haciendo un favor a la
penetración del comunismo. Aun en el caso de que esta afirmación fuera
cierta, no contradice en absoluto lo afirmado recientemente por la misma
persona, acerca de desvincularlo rotundamente de cualquier colaboración
con la dictadura militar. Son dos cosas diferentes y a lo sumo estarían
mostrando que más tarde, el arzobispo de Buenos Aires cambió de opinión
y tuvo una actividad muy destacada y reconocida en procurar llegar a
esos mismos lugares con la voz del Evangelio. De no ser así, sería
inexplicable que, justo en estos momentos, una persona que no puede ser
acusada de clerical como la señora Bonafini, haya manifestado su
simpatía por el Papa Francisco al conocer su actuación a favor de los
pobres de las villas.
En resumen, y limitado por las razones lógicas de
espacio, cabe la pregunta: ¿Lo que hay contra Bergoglio, hoy Francisco,
son insinuaciones de hechos que podrían haber ocurrido, acusaciones en
firme de acciones sobre las que habrían desaparecido pruebas concretas y
confiables, o se trata difamaciones y calumnias?
En lo personal estoy convencido de tres cosas:
primero, que en ningún caso se lo puede acusar de complicidad con la
dictadura de esos horribles años; segundo, que desde hace muchos años,
ha sido con seguridad un claro defensor del accionar de los curas
villeros y de la necesidad de que la Iglesia Católica sea más humilde y
tenga por principal preocupación terrena, una vida mejor para los
pobres; y tercero, que a pesar de que podría haber varios testimonios
que lo favorecen, en el período 1976-1983, Bergoglio no fue uno de los
insignes adalides de la defensa de los derechos humanos (como tampoco se
le podría haber obligado a serlo). ¿Podría haber tenido en esto un
currículo mejor? Tal vez. Como también es cierto que si hubiera
procedido de otra forma, hoy podría haber estado “accidentalmente”
muerto.
ha sido un claro defensor
del accionar de los curas
villeros y de la necesidad
de que la Iglesia Católica
sea más humilde y tenga
por principal preocupación
terrena, una vida mejor
para los pobres
fuente: DIARIO 'EL LITORAL'
SANTA E, 5 DE Abril 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario