José Curiotto
 jcuriotto@ellitoral.com
 A los once años, Candela Sol Rodríguez se convirtió  en un show mediático. Decirlo de esta manera puede sonar temerario y  hasta brutal, pero refleja de manera explícita lo que sucedió con este  caso que concitó -y concita- la atención de tanta gente.
 Da la sensación de que gran parte de la prensa -sobre  todo los canales de televisión de Capital Federal- no se detuvo un  minuto para analizar de qué manera el tratamiento del tema podía incidir  sobre la vida de la niña en cautiverio. Hablar del periodismo de Buenos  Aires no significa ver sólo la paja en el ojo ajeno. De hecho, una  situación similar pudo haberse producido con la prensa de cualquier otro  punto del país.
 Es cierto que Candela desnudó a todos y no sólo al  periodismo. Es verdad que este caso dejó al descubierto las miserias de  algunos políticos y la ineficacia de las fuerzas de seguridad; que  numerosos familiares de la pequeña están directamente vinculados con el  mundo del hampa y que pudieron haber ocultado información clave; que la  Justicia no estuvo a la altura de las circunstancias y que los mismos  investigadores se encargaron de hacer trascender datos de la causa que  debieron manejarse con sigilo profesional (ver: El desempeño...).
 Cada uno de estos protagonistas del caso merece un  análisis en particular. Pero éste es un buen momento para profundizar  sobre el desempeño de periodistas y medios de comunicación, generalmente  reacios a la autocrítica.
 Correr desesperadamente detrás de una primicia puede  ser la mejor forma de caer en el ridículo y olvidar lo que realmente  importa, que es la búsqueda de la verdad. Y en la búsqueda de esa  supuesta verdad no todo vale, especialmente cuando se ponen en riesgo  otros valores, incluso más trascendentales, como la vida misma.
 ¿Qué sentido tiene transmitir en vivo y en directo  durante la mayor parte del día el relato de un periodista que ya nada  tiene para decir?, ¿cuál es el objetivo de mostrar durante horas un  lugar donde ya nada queda para mostrar?, ¿por qué asumir los riesgos de  reproducir cualquier dato sin confirmar?, ¿es necesario dejarse utilizar  de esta manera por políticos o fuerzas de seguridad, suplicando migajas  de información que en muchos casos es malintencionada?, ¿alguien pensó  que semejante despliegue podría aterrorizar a los delincuentes y  presionarlos a eliminar a la niña?
 Candela no merecía convertirse en un show mediático,  pero lo fue. Es que su caso se transformó en material de debate en todo  tipo de formatos: se habló de ella en los diarios, en las radios, en las  redes sociales, en programas televisivos de opinión, en noticieros y  hasta en segmentos de chimentos faranduleros, donde de manera canallesca  e irresponsable llegaron a referirse a los supuestos antecedentes  sexuales de una nena de once años.
 Se dijeron tantas cosas que ya no queda claro a quién  creerle. En realidad, da la sensación de que lo más sano es no creer en  nada, hasta que la polvareda mediático-político-policial se aplaque.
 “La dimensión ética de la información debería ser la  base de la tarea de informar, considerando la importancia que tiene para  los ciudadanos. Hasta que los medios y sus periodistas no asumamos ese  desafío será muy difícil que comprendamos y nos concienticemos sobre la  responsabilidad social que implica el manejo de la información como bien  social”, expresó en un comunicado el Foro de Periodismo Argentino,  asociación profesional que nuclea a periodistas de todo el país.
 Un día antes de la confirmación de la muerte de  Candela, Nora Shulman, presidenta del Comité Argentino de Seguimiento y  Aplicación de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño,  ya había advertido: “Hay que cuidar los derechos de esa niña. Si está en  una red de trata o ha sido robada por un abusador, la ponemos en  riesgo. En cuanto se conoce tanto y se habla tanto del tema, se  encuentra bajo más riesgo”. Su temor se confirmó pocas horas después.
 Para Marcela D’Ángelo, subsecretaria de los Derechos  de la Niñez, los Adolescentes y la Familia de la Provincia, en  situaciones como éstas “se debería pensar siempre primero en quién es  más vulnerable. En este caso, Candela”.
 “No debe ser simple establecer límites -reconoció-.  Pero quienes trabajamos con la infancia creemos que se debe ser  terriblemente cuidadoso porque con lo que se informa también se  interviene, aunque sea con la mejor intención. Se crea determinada  conciencia sobre el problema. Mucho de lo que trasciende puede presionar  o revelar los pasos de los investigadores”.
 Fotos que condenan antes de tiempo
 Durante la tarde del último jueves, algunos  importantes portales web de noticias de Buenos Aires publicaban las  fotos (de frente y perfil) de un hombre peruano que vive cerca de la  casa de la niña asesinada. “Este es el acusado de matar a Candela  Rodríguez”, decía el título. Y no mentía. Este hombre es, apenas, el  acusado. Es decir, el sospechoso. Nada más que eso.
 Ayer por la mañana, las mismas fotografías eran  reproducidas, al menos, por un canal de cable de noticias que tiene  alcance nacional. En este caso el título era: “¿El asesino?”.
 Resulta difícil comprender cómo se puede dar a  conocer el rostro de una persona que no está condenada y ni siquiera fue  procesada por el homicidio de Candela. Más aún, cuando no se trata de  una persona pública y, por lo tanto, su intimidad debe ser preservada  hasta tanto la Justicia determine que, efectivamente, es el asesino o,  al menos, lo procese al considerar que existen pruebas contundentes en  su contra.
 ¿Qué ocurrirá en el caso de que no sea el homicida?,  ¿quién le devolverá a este hombre su vida, luego de que su rostro fuera  divulgado a lo largo y ancho del país como sospechoso de semejante  crimen?
 Otro dato a tener en cuenta es que no se trató de una  vieja foto familiar, sino que los medios publicaron la imagen del  sospechoso de frente y de perfil. Es decir que fueron las fotos del  prontuario policial. Nuevamente, la Policía o la Justicia aparecen  suministrando datos clave a la prensa, con el único objetivo de calmar  los reclamos de una sociedad que pide el inmediato esclarecimiento del  caso.
 Garantizar la libertad de prensa implica que ningún  órgano externo a los medios establezca qué pueden informar y qué deben  callar los periodistas. La autorregulación profesional es el único  mecanismo de defensa de las libertades. Los lectores, oyentes o  televidentes son, en definitiva, quienes eligen seguir a un medio o a  otro. Así funciona el sistema. Así debe funcionar en una sociedad libre y  democrática.
 Resulta bastante sencillo para la prensa referirse a  los factores externos que atentan contra las libertad de informar; como  por ejemplo el poder político, los poderes económicos, el manejo  discrecional de la publicidad, las persecuciones judiciales, las  amenazas o aprietes de quienes prefieren convivir con un periodismo  acólito y evitar la mirada de un periodismo crítico.
 También es relativamente fácil hablar de las amenazas  que representan para los medios tradicionales las apariciones de  Internet, de las redes sociales, Wikileaks y otros avances tecnológicos.
 Pero el tratamiento que se le dio al caso Candela  demuestra que los medios y sus periodistas siguen siendo los únicos  capaces de infligirse semejantes daños a sí mismos. Las amenazas no  siempre son exógenas, sino que suelen estar en el interior mismo de esta  lógica informativa.
 La credibilidad se ve jaqueada cuando un punto más de  rating vale más que la vida de una nena de once años, cuando se  reproduce información basura, cuando no se contrastan las fuentes,  cuando los fines justifican los medios.
 Cuando el periodismo descuartiza a Candela, descuartiza su propia credibilidad y se debilita.
 Y un periodismo débil y desprestigiado no es sólo problema de los medios, sino de la sociedad toda.