sábado, 29 de octubre de 2011

El escritor Carlos O. Antognazzi entrevistado por su colega Carlos Roberto Morán

CARLOS ROBERTO MORÁN,
El Fisgón Digital
El autor descree de la división en géneros literarios

El santafesino, residente en la ciudad de Santo Tomé, Carlos O. Antognazzi ha llegado al número veinte de su producción literaria con la publicación de “Interludio”, un nuevo libro de cuentos. El escritor, que ha recibido distintos premios y distinciones tanto en el país como en el exterior, ha abordado también la novela, la poesía y el ensayo y en el diálogo con mantuvo con El Fisgón Digital reveló que descree de la división en géneros literarios. Con ironía sostiene que, en la práctica, esa división sirve “cuando uno debe presentarse en concursos”.


En contratapa de “Interludio” escribimos: “Los cuentos de Antognazzi tocan diversos registros para hablarnos del desasosiego, las penas y las escasas alegrías que nos tocan en suerte”.



Éste es el diálogo que mantuvo El Fisgón con el autor santotomesino:




-Su último libro es de cuentos, pero usted publica también novelas y poesías y antes había editado ensayos. ¿En cuáles de esos géneros se siente más cómodo o en todo caso, en cuál de ellos considera que se ha podido expresar con mayor claridad o riqueza?


-Descreo de la división tajante y ortodoxa en géneros literarios. Creo que sólo sirven, en la práctica, cuando uno debe presentarse a un concurso. De hecho mis libros suelen ser un tanto híbridos, especialmente en la poesía, en donde he apelado a la discusión crítica, con bibliografía consultada incluida (Arte mayor), o a trabajar por asociaciones libres y el ritmo (riverrun), o a convertir frases de Moby Dick en versos (Ahab).




Me siento más cómodo en la narrativa (cuentos y novelas, notas de opinión) Especialmente me atrae escribir novelas porque las llevo conmigo mucho tiempo y los personajes terminan por convertirse en amigos. Desde hace 20 años trabajo en una novela-ensayo, plagada de disquisiciones, que ronda las 280.000 palabras y que imagino será impublicable. Confío en terminarla en 2010, aunque me seduce no hacerlo, así puedo seguir recorriendo sus meandros, retocar aquí y allá y sumirme en la digresión.




El ensayo es sólo otro modo de la ficción, cosa que muchos críticos aún no asumieron. Es un trabajo que me agrada, pues me gusta el texto argumentativo y la discusión de ideas, y porque lo elaboro con mucha lentitud, incorporando ideas sucesivamente, como las capas de una cebolla, hasta tener la cebolla entera y lista para cocinar. En ningún otro género puedo trabajar así, salvo en esta novela interminable de la que hablé. Ahora, incluso, estoy concluyendo un ensayo sobre poesía, específicamente sobre el “haiku”, esa exquisita forma japonesa que dice lo necesario en sólo 17 sílabas.




En cuanto a la claridad, me gusta pensar que soy claro en todos los géneros, porque esa es un poco la función de la palabra: comunicar con precisión. Creo que la búsqueda de la precisión hermana a los géneros antes que distanciarlos.




-Cada autor escribe por distintas razones, ¿cuáles serían sus motivos?


-Divertirme, supongo. Las respuestas son siempre coyunturales, obviamente, por lo que hace años hubiese respondido cualquier otra cosa, seguramente mucho más pretenciosa, como “buscar la verdad” o algo similar. De todos modos uno descubre lo que quiere hacer durante el proceso de escritura, no antes.




Yo escribo y corrijo por placer, lo disfruto. No creo que haya que sufrir para escribir, como pensaban los románticos (y piensa algún otro todavía) Claro que quizás yo sea un tipo con suerte, ¿no? No debe ser fácil hacer lo que a uno le gusta y salir indemne. Mis intenciones a la hora de escribir no son morales sino estéticas: lograr la fluidez, seducir, ser convincente y verosímil aun en las situaciones más abyectas o “fantásticas”.




-¿Siente la influencia de algún escritor en particular o, también se podría decir, alguna clase de “correspondencia” entre sus trabajos y la obra de determinada/o escritor/a?


-Con muchos escritores o cineastas percibo un diálogo, o percibí y luego dejé de percibir, o me gustaría percibir. Esta es una respuesta coyuntural, también, y por fuerza incompleta.




Me agrada el tono narrativo de Roland Barthes, Beatriz Sarlo y Ricardo Piglia, por ejemplo, quizás porque ahora estoy trabajando en un ensayo y mi ritmo evoca ciertos acordes, una textura, digamos, que estos autores saben elaborar muy bien. Pero hay muchos otros, también músicos. Enumero en desorden: Coetzee; el primer Saramago; el Marías de Mañana en la batalla piensa en mí, Corazón tan blanco y Todas las almas; Updike; Cheever; un amigo español de mi generación, Gonzalo Calcedo, cuyos cuentos son de una tersura admirable; Philip K. Dick; los cuentos de Hemingway; Abelardo Castillo; Faulkner; la Gorodischer de Kalpa imperial y Trafalgar; los cuentos de Cortázar; la Ursula K. Le Guin de Terramar y Más vasto que los imperios y más lento; T. S. Eliot; Fernando Pessoa; Borges; Bioy Casares; el Carlos Gardini de Sinfonía cero y Los ojos de un dios en celo; Proust; Thomas Pynchon; las tres novelas de Kafka; el Kundera de los ensayos, La insoportable levedad del ser y La inmortalidad; la saga de Santa María de Onetti; las Geórgicas de Virgilio; La odisea, atribuida a Homero; Salinger; el Kerouac de En el camino y Los subterráneos; Manuel Puig; Whitman; el Norberto Bobbio de Derecha e izquierda; Saer; Las mil y una noches; el Buzzatti de El desierto de los tártaros; todo Stanley Kubrick; la serie televisiva Lost, que tanto le debe a Borges y Bioy y la literatura en general; las películas La guerra del fuego, La fiesta de Babette y Carrozas de fuego; la trilogía de El padrino; Paul Bowles; Claude Simon; Christopher Priest; el Crichton de Parque jurásico y Esfera; el Le Carré de El espía que vino del frío y La casa Rusia; el Greene de El factor humano; Juanele Ortíz; Carlos Marzal; Juan Manuel Inchauspe; Hugo Mujica; Álvaro Mutis; Alice Munro; el King de El resplandor y Un saco de huesos; Lewis Carroll; el Auster de La música de azar; el Nabokov de los cuentos y Ada o el ardor; Isidoro Blaisten; James Salter; Katherine Mansfield; Jaime Gil de Biedma; Ted Hughes; Vivaldi, Bach, Haydn y Haendel; el Tao Te King; que nos sigue diciendo 5000 años después de Lao Tsé. Hay más, que en este momento no recuerdo pero ahí están, en mis pliegues, tamizados, felizmente (espero) sedimentados.




No sé si necesariamente tengo “correspondencia” en mis trabajos con estos autores (o libros o películas), pero son autores que me cautivan y cuyas obras me hubiese gustado concebir.




-Usted vive en Santo Tomé, ciudad próxima a Santa Fe, vale decir que soporta las limitaciones de escribir en un lugar donde es difícil editar. No obstante, su producción es muy amplia y, felizmente para usted, también es amplia la edición de sus trabajos. ¿Puede hablarnos sobre estas experiencias?


-Hay mucho trabajo y mucha suerte, en ese orden. Comencé a concursar desde adolescente y nunca he dejado de hacerlo. Eso me ha permitido obtener premios en metálico o premios edición, becas, realizar viajes al extranjero, conocer otra gente y otras culturas. Todo ayuda y suma. Uno debe hacer lo que está en sus manos hacer: escribir, reescribir, corregir, concursar. Lo que viene después es suerte. Pero a esa suerte hay que ayudarla. Es un círculo virtuoso.




El hecho de haber podido publicar 20 libros (de los que 14 están premiados) en 27 años en un lugar como Santa Fe es una especie de proeza, que sumado a las becas me ha construido “un nombre”, por llamarlo de alguna manera y signifique lo que signifique. Colaboró para esa construcción que durante años publiqué en diarios importantes de provincias, como “La Voz del Interior”, de Córdoba; “La Capital”, de Rosario; “El Diario”, de Paraná; y “El Litoral”, de Santa Fe. Pero lo fundamental es previo a la publicación (sea libro o artículo): el trabajo en sí, la práctica, el escribir y reescribir. Y a ese trabajo solitario y silencioso ayuda un lugar que no está en los circuitos culturales, para no distraerse demasiado con el ruido y los oropeles.




Después creo que el lugar es algo secundario, al menos para la práctica de la escritura. Cervantes escribió el Quijote en una cárcel turca, Proust toda su obra entre algodones y en una habitación forrada de corcho. Y ambos hicieron obras maravillosas. Claro que, en tren de elegir, antes que una cárcel infecta elijo mi estudio, con mi biblioteca a mano y mi computadora, el mate.




Hace años tuve un período de ensoñación en donde viajaba periódicamente a Buenos Aires con mis originales y los entregaba en las editoriales. Algunos editores ni siquiera me atendían; otros me decían que me responderían en dos meses (sólo uno cumplió); otros hasta me convidaban con un café y unos minutos de charla amena; otros, quizás por vergüenza o para expiar alguna “culpabilidad”, durante un tiempo me enviaron sin costo los libros que publicaban. Pero todos, sin excepción, rechazaron mis libros y me cansé de esa peregrinación humillante y desgastante. De esa época y circunstancia nació un cuento, «Un artista de la inmortalidad», que se mantiene tristemente vigente para mí y muchos otros autores. Entonces opté por la escritura, a secas, y a seguir concursando. Supongo que lo ideal sería contar con un agente literario, pero en su momento también hice un intento y fracasé. Así que escribo.




-Ha tenido reconocimientos nacionales e internacionales, así como publicaciones en el exterior. ¿Qué le han significado en su carrera como autor?


-Dinero y alegría, viajes, nuevos amigos, otras culturas, los celos de algunos colegas. Además me han fortalecido, brindado mayor seguridad. En España obtuve dos premios y quedé finalista en otros tres, hechos que me valieron dos distinciones honoríficas (del Rotary Club, que me otorgó el premio SATO, y del Concejo Municipal de Santa Fe, que en 2004 me declaro «Santafesino Destacado»)




Con el importe del premio de novela obtenido en Madrid pude construir mi casa sobre el estudio donde viví 17 años. Cada premio es un aliciente y un compromiso, un desafío a superarme en el próximo trabajo. Además es un canal para publicar. También me ha ayudado en los talleres literarios que coordino, porque hay gente que se acercó a partir de esos premios.




-Aunque no en todos los casos, sus textos suelen mostrarse “ajenos” a la realidad más inmediata y en general se adentran en la ficción fantástica, cuando no en la propia ciencia ficción ¿Esos “mundos” alternativos, por llamarlos de algún modo, le acercan más al mundo de todos los días o por esa vía busca gestar un orbe propio, casi o totalmente posmoderno?


-Mis textos son engañosos. Si se los observa con cuidado se verá que al margen de los modos (“fantasía”, “ciencia ficción”, “realismo”, “cuento”, “novela”, “poesía”, “ensayo”, “notas de opinión”) siempre estoy rondando unas pocas ideas básicas.




Desde temprano rompí con una tradición que imperaba en Santa Fe, la (mal) llamada “literatura regional”. A mi generación (soy del 63, y publiqué mi primer libro en 1983) le tocó distanciarse de este clisé, abrirse camino con otras lecturas (los amanuenses del regionalismo casi no leían, pobrecitos, y se notaba; y cuando leían, no se notaba en sus libros, como si la lectura les hubiese pasado de largo sin hacer mella) y fundamentalmente otra perspectiva. Siempre desconfié del espíritu reaccionario que se oculta detrás de este tópico, con mucha bota, bombacha, chambergo, poncho y pescadores y cazadores sufridos que dialogan como en un tango interminable. De todo este costumbrismo artificial y edulcorado (que tiene ramificaciones en todas las artes) el único que hizo literatura fue Diego Oxley. También Mateo Booz, algo de Julio Migno. Lo demás es charamusca.




Creo que el aporte que puede hacer uno es el tratamiento que le da a esa información que está al alcance. Cómo se la procesa, con qué elementos propios, con qué enfoque, qué combinaciones. Entonces tomé los tópicos de “la región” y los reescribí a mi manera. Mi río por lo general no tiene ni pescadores ni peces, porque el agua desaparece en sequías terribles. Mi llanura puede mutar en un océano azul cuando el viento es lo suficientemente fuerte como para erosionar las montañas azules del horizonte. Mis islas suelen albergar ejércitos y guerras ignoradas en la ciudad. Mis montañas (no me limito a una región parcial, de almacén de barrio) son kafkianamente inmensas y mis océanos, a tono con la muerte de los ríos, se retiran de la playa dejando al descubierto cada vez más lecho y animales desconocidos.




Todo esto, que es rigurosamente cierto para cualquiera que pueda ver un poco más allá de sus ojos, no quita que también escriba algo más fantástico como algún policial elusivo (Señas mortales), o aborde la manipulación genética (Triplex), o la novela “política” (aunque todo libro lo es), como en Los puertos grises (que en realidad es un ejercicio de diálogo coloquial, emulando y homejaneando a Puig, aspecto que la crítica no percibió) o las relaciones interpersonales (Cinco historias), los personajes siniestros (Road movie, Zig zag), la extrañeza ante el mundo de todos los días (Al sol, Interludio). Pero la diferencia entre lo “fantástico”, la “ciencia ficción” y el “realismo” es sólo de grado, son modos que habitualmente se entrecruzan en la vida diaria. Todos son vasos comunicantes (de hecho personajes de mis cuentos luego aparecen en novelas, y viceversa. O se vuelve a relatar una historia desde otro punto de vista en algún otro libro). Basta profundizar en algún aspecto cotidiano para descubrir inquietantes sugerencias que, un poco más allá, podrán tornarse “fantásticas”.




Lo de la “posmodernidad” es inevitable. Borges hizo notar que “fatalmente” somos contemporáneos porque escribimos en el presente y las marcas de ese presente aparecerán en el texto. Todos mis libros procuran gestar un orbe propio, un espacio físico y verbal. Pero esto no es una originalidad: a todo escritor le ocurre lo mismo, le guste o no.




DATOS BIOGRÁFICOS


Carlos O. Antognazzi nació en Santa Fe 14 de mayo de 1963 y ha publicado Historias de hombres solos (cuentos, 1983), Punto muerto (cuentos, 1987), Ciudad (novela, 1988), El décimo círculo (cuentos, 1991), Llanura azul (novela, 1992), Narradores santafesinos (ensayo, 1994), Apuntes de literatura (ensayos y entrevistas, 1995), Cinco historias (nouvelles, 1996), Mare nostrum(cuentos, 1997), Zig zag (cuentos, 1997), Road movie (cuentos, 1998), Inside (poesías, 1998); Al sol (cuentos, 2002); Arte mayor (poesías, 2003), Los puertos grises (novela, 2003); riverrun (poesías, 2005); Señas mortales(novela; Castalia, Madrid, 2005); Triplex (nouvelles, UNL, 2008); Ahab (poesías, 2009) e Interludio (cuentos, 2010).




Entre otros premios recibió el “Ciudad de Huelva” y, el “Tiflos” de novela, ambos en España, el provincial “Alcides Greca”, el internacional “Felisberto Hernández” y elinterprovincial “José Rafael López Rosas”. En 2004 fue declarado “santafesino destacado” por el Concejo Municipal de la ciudad de Santa Fe. Cuentos suyos fueron traducidos al italiano y al inglés. Algunos circulan en Internet. Integra antologías en España, Estados Unidos, Italia, México y Argentina. Ha dado conferencias y presentado ponencias en congresos y encuentros de escritores.




Es coordinador de talleres literarios en Santo Tomé y en la librería Mauro Yardin de Santa Fe. Artículos suyos se editan en el portal de «Mundo Cultural Hispano».
08/07/2010 -

nota del Editor de este Bog,


Como pueden ver, esta entrevista no es nueva, pero
tiene siempre vigencia, porque cuando dos
escritores-
hombres de letras - conversan sobre temas que les
apasionan, por ejemplo sus creaciones, etc, estas
charlas pueden llegan al publico lector que esta
ávido de conocer algo más
de lo que saben sobre
los escritores, periodistas, poetas de sus lares o ajenos....
porque NO SOLO
DE FUTBOL VIVE EL HOMBRE...!



Mientras tanto, puedo contarles que Carlos
Antognazzi ha publicado otro libro
“Leve aire”
(haikus, 2010)
en este período de tiempo.

Saludo emocionado a dos grandes escritores
santafesinos-argentinos, que tambien lo son

LATINOAMERICANOS Y UNIVERSALES.

No los conocí personalmente mientras yo viví en la
ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, pero me

siento muy cercano a ellos o en otras palabras, los
siento muy cercanos a mi, a pesar de los miles de
kilometros que separan a la ciudad de Haifa con la
benemerita ciudad de Santa Fe, en la lejana Argentina.




LIC. JOSE PIVIN
frente al puerto de Haifa
frente al mar Mediterráneo



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