lunes, 11 de enero de 2010

“Fascismo y nazismo en las letras argentinas”



Escrito por Daniel Muchnik*,

Un libro de Leonardo Senkman y Saúl Sosnowski.

Es un ensayo apasionante, vertiginoso y completo sobre la presencia de la extrema derecha, el racismo y la repercusión de patologías ideológicas surgidas al amparo del odio al bolcheviquismo en la literatura argentina. Algunos datos no son novedosos (la “novedad” no fue el propósito de quienes lo escribieron) pero el libro atrapa por el ritmo y la coherencia narrativa y por el análisis de vida y obra de los escritores que sus páginas van presentando y deshilachando.

Me otorgaron el honor de presentarlo en el Museo del Holocausto hace algunas semanas, junto al juez Daniel Rafecas y a uno de sus autores, Saúl Sosnowski, hombre vinculado a la historia y al fluir de las letras nacionales, desde siempre.


Saúl Sosnowski, argentino, es actualmente Profesor de Literatura y Cultura Latinoamérica de la Universidad de Maryland, Collage Park, y cuenta en su haber con varios trabajos de investigación sobre Cortázar, Borges y escritores judíos-argentinos. El co-autor es Leonardo Senkman que estudió en la Universidad Nacional del Litoral, es doctor en Historia de la Universidad de Buenos Aires y en estos días es profesor en el Departamento de Estudios Románicos y Latinoamericanos de programas académicos de la Universidad Hebrea de Jerusalén. A Senkman le debemos investigaciones claves sobre la identidad judía en la Literatura Argentina, el antisemitismo en la Argentina y sobre la inmigración de Europa del Este.


Es interesante tomar en cuenta que los “dueños de la tierra” y la Generación del 80, que promovieron en masa la inmigración a la Argentina (hubo algunas experiencias previas, emprendidas entre otros por Justo José de Urquiza ) miraron al extranjero como un elemento necesario para trabajar en el campo, cuidar al ganado y cultivar, pero al mismo tiempo lo mantuvieron a distancia, incluso como extraño objeto de curiosidad y de investigación. Tanto Ramos Mejía como José Ingenieros aportaron con su “Psicología de las Masas” herramientas de interpretación de ese fenómeno inmigratorio. Lo hicieron con una mirada desde el “positivismo”, cientificista, poco comprometida con el destino de esas masas. Había, en ellos, una especie de prejuicio de “elite”, de sobradora oligárquica mirada, aun siendo progresistas en su tiempo.


No todo el progresismo argentino entendió antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial la dimensión del exterminio judío. El tema “antisemitismo” no estaba demasiado presente en las publicaciones pro-aliadas. La especificidad de la Shoá no fue recordada por el antifascismo. Sí se habló del ingreso de inmigrantes nazis encubiertos bajo la protección del régimen del primer y segundo peronismo. Debieron pasar muchos años para que el antisemitismo ocupara el primer plano de la atención. Así, el Tribunal de Nuremberg atendió, para esas revistas progresistas, los “crímenes contra la humanidad” y sólo entre ellos, uno más, el crimen genocida. Ese criterio se extendió hasta 1960, hasta el secuestro por israelíes de Eichman en Buenos Aires.


El fascismo como ideología redentora de los grupos de ex-combatientes ya aparece desarrollado en la colectividad italiana en la Argentina con sus publicaciones y sus asociaciones, a partir de la década del veinte. El nazismo se instaló en la colectividad alemana en nuestro país y con fuerza en la década del treinta. Los pro-nazis levantaban las banderas del nuevo Terror en las colonias de rusos-alemanes en la provincia de Entre Ríos y brindaban una educación racista y antisemita en los colegios que mantenía la colectividad en Buenos Aires y en el Interior.

Fue el entusiasmo liberal anti-nazi de Alfredo Hirsch (dirigente del grupo Bunge y Born) y de la familia Aleman (cuyo jefe de familia fue periodista, padre de los dos hermanos, Roberto y Juan, de plena actuación en la vida económica del país en la segunda mitad del siglo XX) lo que posibilitó la creación del Colegio “Pestalozzi” que frenó la ideología totalitaria en las aulas.


No es de extrañar el comportamiento progresista distante en un comienzo frente a la masacre judía. Se ha dicho y repetido que un luchador antifascista, de abierto criterio progresista como el escritor Césare Pavese, uno de los responsables de la Editorial Mondadori en Italia, le rechazó en 1946 a Primo Levi la publicación de la primera versión de su brillante libro “Si esto es un hombre”, donde narraba sus terribles experiencias en Auschwitz. El argumento de Pavese fue: “Es una historia terrible, muy triste. Ahora debemos olvidar el horror de la guerra y las desgracias personales y pensar en el futuro”. Es el mismo Pavese que pocos después, desasosegado y aplastado por un rechazo amoroso se suicidará. Sólo quince años después Primo Levi, en 1961/62 pudo ver impreso su libro, que tuvo un rápido éxito.


En ese mismo camino los stalinistas rusos se negaron a hablar (eso duró hasta después de la muerte del sanguinario Stalin, en 1953) del genocidio, lo taparon y prefirieron señalar que las víctimas eran rusas, que el genocidio fue contra el pueblo ruso. Fueron los mismos que prohibieron los textos de Vassili Grossman (autor de esa epopeya literaria que es “Vida y Destino”), el primer periodista–cronista de guerra que llegó a los campos de exterminio y los describió minuciosamente.

Fueron, también, los mismos que asesinaron a figuras del mundo judío ruso, que persiguieron judíos, que maltrataron judios y los que engendraron el mito del “complot judío cosmopolita” contra Rusia. Todo con la anuencia del Kremlin. Después de la guerra se generó una intensa ola de antisemitismo en la Unión Soviética. Recientes trabajos de investigación, en especial de historiadores ingleses que obtuvieron documentos recientemente liberados al conocimiento de especialistas, demuestran el terror antisemita que primó en la Unión Soviética hasta el Congreso del Partido que en 1956 reconoció los crímenes de Stalin. Sugiero la lectura de una joya de la indagación histórica, obra de Orlando Figes, titulada “Los que Susurran”, publicado por Editorial Edhasa.


En la Argentina, escritores abiertamente antisemitas como Hugo Wast (pseudónimo de Gustavo Adolfo Martínez Zuviría) fueron juzgados como escritores “católicos” por plumas de pensamiento liberal. Para Wast el judío domina al mundo cristiano. Director de la Biblioteca Nacional (todavía hoy lleva su nombre uno de sus Departamentos principales) cuestionaba a los judíos por querer controlar la República y fomentó la lectura de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”. Había un complot para conquistar la República y sus responsables eran judíos.


Es absolutamente cierto -señalan los autores de “Fascismo y Nazismo en las Letras Argentinas”**- que el catolicismo integrista e importantes sectores jerárquicos de la Iglesia pregonaron el antisemitismo en la Argentina, abiertamente a partir de la llegada de fascistas y nazis al poder en Europa. La revista Criterio, en esa etapa, dirigida por Monseñor Gustavo Franceschi (derrotado en una famosa polémica sobre la existencia de Dios por Lisandro de la Torre) se identificó con el anticomunismo, con el franquismo, sugirió la prevención contra la actividad religiosa de los judíos en el país. Si bien, para ellos, los nazis eran materialistas, paganos y “anticristianos” no dejaron de castigar al judío. Cuando se desató la guerra, en 1939, el nacionalismo católico integrista fue sin tapujo antisemita y pro-Eje, muchos de cuyos dirigentes provenían de Acción Católica. Los de Criterio manifestaron, por el contrario, piedad por la persecución de los polacos católicos pero no abrieron la boca frente al Holocausto y sus víctimas.


Otros escritores pidieron en la Argentina un Estado fuerte, autoritario y disciplinado y adhirieron por etapas al fascismo. Uno de ellos fue Manuel Gálvez, quien había pasado del yrigoyenismo al primer peronismo, admiraba a Mussolini y en la vida diaria se posicionaba como un “fascista católico”. Otro caso es el de Leonardo Castellani, quien había sido formado sacerdote en Italia, admiraba al Duce y el texto de sus discursos. Despojado de la virulencia antisemita nazi, Castellani reprochó la mentada “Insolenta Judaeorum” de los intelectuales judíos , que se mostraran, que se exhibieran y en ese terreno fue un gran cuestionador del editor Samuel Glusberg. Por supuesto que tenía “judeofobia” porque juzgaba que eran las víctimas las que creaban el “problema judío”. Su santo y seña fue siempre: “Hacer Patria”, “Hacer Díos”, enseñar a los judíos a “subordinarse” a la “Nación Católica”. Apoyó al franquismo y criticó el capitalismo liberal y ofreció su candidatura al Parlamento en 1946 por la Alianza Libertadora Nacionalista.

El libro de Senkman y Sosnowski es un aporte fundamental para el estudio en detalle de la ideología fascista en las letras argentinas. Es imposible sintetizar en una nota la gran cantidad de autores analizados.

* Lic. En Historia, escritor, periodista

** Ediciones Lumiere, Buenos Aires 2009



Especial para CONVERGENCIA
domingo, 13 de diciembre de 2009
Fuente: Revista Convergencia (1-12-09
)

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