domingo, 1 de enero de 2012

La "Correspondencia" del poeta y ensayista cordobés -rosarino por adopción- Francisco Gandolfo, editada por el también escritor Osvaldo Aguirre


Francisco Gandolfo, o la dignidad del lenguaje


Pablo E. Chacón


La "Correspondencia" del poeta y ensayista cordobés -rosarino por adopción- Francisco Gandolfo, editada por el también escritor Osvaldo Aguirre, y prologada por su hijo Elvio, es una muestra del vigor de la literatura de esa zona del litoral argentino.



Una cantera donde crecieron Juan L. Ortiz, Hugo Gola, Juan José Saer, Enrique Butti, Nicolás Rosa y otros muchos que se nutrieron tanto de Jorge Luis Borges como de Juan Carlos Onetti.


En esta suerte de diario en forma de intercambio epistolar -publicado por Ediciones en Danza- figura entre otros nombres Roberto Jorge Santoro, Irene Gruss, Jorge Aulicino, Luis Luchi, Mario Levrero, Bernardo Verbitsky, Ricardo Zelarrayán, Edgar Bayley, Rodolfo Alonso, Alfredo Veiravé, Raúl Gustavo Aguirre y Horacio Armani; Y por supuesto, Elvio, Sergio y Mario, sus hijos, escritores y dibujantes como su padre.


Gandolfo nació en Hernando el 7 de septiembre de 1921; desde muy joven trabajó como imprentero. A fines de 1948 se instaló en Rosario. En 1963 fundó la imprenta "La Familia", que aún funciona.


Entre 1968 y 1976, junto a su hijo Elvio, dirigió El lagrimal trifurca, una revista de poesía.


De esas lecturas irían a emerger, con el tiempo, los nombres de Daniel García Helder, Oscar Taborda, Martín Prieto, Hugo Padeletti, Mirta Rosenberg y otros más.


Publicó, entre otros libros, "Mitos", "El sicópata", "Poemas joviales", "El sueño de los pronombres", "Plenitud del mito", "Presencia del secreto", "Pesadillas", "Las cartas y el espía", "El búho encantado" y "Versos para despejar la mente". Falleció el 15 de enero de 2008.


En conversación con Télam desde Montevideo, Elvio Gandolfo cuenta que "la idea de la colección fue de Aguirre. Así que decidimos darle al archivo del viejo (que es público) para que trabajara tranquilo. La selección es representativa, de sus diversas épocas y del clima de trabajo, muy feliz hasta 1976".


En la nota preliminar, el autor de "La reina de las nieves", que ya había escrito sobre su padre ("Filial") en "Cuando Lidia vivía se quería morir", reproduce un poema titulado "Dos calles y dos alturas".


"De un leve tirón,/abro la ventana grande/del living un poco/empacada por la humedad./Apoyo los codos/en la madera, me invade/el fresco un poco mojado/del día que arranca/y veo abajo/pasar zumbando/(no es para tanto,/pero así parecen pasar)/los autos rumbo a/las tareas del día./Un agrado flotante,/insidioso y feliz,/me borra los restos/de una noche/de sueños confusos/y desorientantes (…)".


Pero el núcleo duro del libro es la correspondencia, una suerte de educación sentimental y estética in progress, que no termina (que no terminó) jamás para un hombre que no soportaba ni la uniformidad, ni los dogmas, ni la falta de sentido del humor, que cultivó hasta sus últimos días.


"En total, la correspondencia de Gandolfo", cuenta Aguirre a este medio, "se compone de 826 cartas, 749 en su archivo y 77 obtenidas en otros archivos, y unos 200 recortes de publicaciones periódicas", además de las colecciones de revistas que dirigió y los apuntes y los libros publicados.


La carta dirigida a Saer fechada el 26 de enero de 1975, dice: "Vos quizás no me conozcas pero yo te vi por primera vez en una mesa redonda (o cuadrada) de escritores aquí en Rosario, en el salón de actos de Radio Nacional".


"Presidía la mesa el viejo (Luis Arturo) Castellanos y vos, que entonces eras estudiante, tomaste parte como público de la polémica y me acuerdo que tuviste una actuación muy fogosa. Te contradijeron la defensa de Borges, que hoy todo el mundo considera un maestro, y cuando te impidieron seguir hablando te mandaste a mudar (…)".


"Después te volví a ver en un acto de la revista La Ventana, con la prensa de Juan L. Ortiz, que yo veía por primera vez. Cuando al fin el viejo se sentó en un sillón frente al público rodeado por el humo de su boquilla, me pareció el reducido gran mago de una extensa zona: el litoral. Habló un largo rato y después te llamó: ¿Ande está Saer? Venga pa` ca` Saer".


La influencia de César Vallejo es notoria en su producción y así lo dice, tanto como aprecia el empujón de Nicanor Parra, "especialmente en lo que respecta al humor seriamente calibrado dentro de la poesía".


No dejará de llamar la atención en este epistolario la ausencia de agresiones, descalificaciones, justificaciones ideológicas de manual cuando los protagonistas se cruzan con otros escritores. La dignidad del lenguaje es un atributo del poeta. El resto es el ruido de la información convertida en mercancía o propaganda.



http://www.telam.com.ar/nota/10158

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