SAN FERMÍN*
No hay nada que hacer aquí, ni toros ni plazas atiborradas, ni caballos enjaezados ni toreros de brillo y coleta. Nada de nada aquí. Una estación, vías brillantes, la sombra inexistente de una zorra que se atisba por el rabillo del ojo.
Una zorra que avanza por los rieles si una está descuidada y mira un poco al costado, un poco al horizonte, un poco así mirando sin mirar con la típica expectación de quien atrapa fantasmas sobre
fotografías desvanecidas.
No multitud, no agitación, no clamores. Sólo dos hombres sudorosos y un tren que eternamente los persigue en un sueño, acaso en una pesadilla, en la zona que es la zona, ese lugar alejado de la realidad y sin embargo tan allí, tan aquí, tan próximo.
San Fermín y la resonancia del nombre pero ni banderillas ni trajes de luces ni rosas rojas entre los dientes apretados. Ni una trenza moruna, ni un tablao ni un atestado lugar que huela a circo y a muerte roja sobre negro.
Solamente estos rieles relucientes que trazan las paralelas eternamente unidas en un horizonte imaginario. Sólo esta planicie, esta llanura, estos yuyos repetitivos estos fantasmas que sudan, que mueven la zorra a riesgo de tren y a riesgo de desaparecer finalmente aplastados por el peso, el tremendo peso del firmamento que vira al violeta.
Por qué San Fermín. Aquí, en medio de la América. Por qué el
recuerdo borroso de santos católicos, de iglesias barrocas, de cuerpos
torturados de santos de imaginería en madera policromada y ojos
vítreos para traer todito el dolor intacto, casi real.
Por qué aquí, en medio de la nada es decir en medio de la América, este tren que no existe y esta estación sin toros, hecha de fantasmas y de la única
zorra que se apresura en ese viaje eterno de llegar a ninguna parte.
zorra que se apresura en ese viaje eterno de llegar a ninguna parte.
San Fermín. Reloj detenido de estación abandonada. Fantasmas.
No hay toros aquí, ni toreros. Hay, si, la sangre en los rieles, la sangre y la agonía del toro es decir la muerte del ferrocarril. Y el inmenso el inabarcable el marítimo clamor de las multitudes rugiendo frente a la ajena muerte.
Ha muerto el toro de hierros y vapores de ollares sudorosos. San
Fermín, señores. El carro lo engancha y arrastrando se lo lleva. Otros
se regocijarán en la ignominia de celebrar sangres y derrotas. Cierro
los ojos para no ver. Para respetar la muerte de rieles y edificio de
cenefas airosas.
Al cerrar los ojos perdura apenas, allí entre las luces de párpados clausurados, la imagen de la zorra y los fantasmas. Nada queda de más. No hay nada, nada que hacer aquí.
*de Mónica Russomanno.
la autora:Residente en Santa Fe, Argentina, es profesora de Artes Visuales y ha sido publicada en los diarios "Hoy en la Noticia", "El Litoral" y "La Nación" de Argentina, así como en la gacetilla "Ideas" de Cuba. Editada virtualmente en las publicaciones "Página 1", "Inventiva Social", "Unión digital", "La máquina de escribir" y otras,y en los Blogs Culturales "PAGINA 1-JOSE PIVIN" y 'EL GALLO EN ALPARGATAS", escribe mensualmente ensayos en "El Arca del Sur". Guionista de los videos "El gueto de Varsovia" y el realizado por el aniversario de la radio "LT9";ha sido premiada en el concurso por los 70 años de la UNL, en el certamen de la Editorial "Nuevo Ser", el concurso "Nitecuento" de Editorial Mizares, y el organizado por "Historias para el café". Partícipe de la puesta "de la cabeza" con textos dramatizados, se sumó a la Antología "En bandada" de autores regionales. Se ha desempeñado como jueza en el concurso juvenil de la asociación "El Puente" y es autora invitada en encuentros con estudiantes.
russomannomonica@hotmail.com
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