domingo, 9 de junio de 2013

MONICA RUSSOMANNO, TALENTOSA ESCRITORA Y POETA SANTAFESINA Y UNIVERSAL, NOS REGALA DOS DE SUS CREACIONES



foto de Mónica Russomanno
 Recibida de la autora.

 
LAS DUEÑAS
     Arantza no pasea por el monte, lo adecenta. Rodeada de hijas, nietos, amigas de más allá del océano, centrada en el monolítico poder de las Madres, desde las altas cumbres de una vida de siete décadas criando, dando de comer, otorgando vida y haciéndose pasado referente,  presente y futuro en esas vidas entregadas y acompañadas. Arantza con su bastón corta las zarzas que invaden el camino de su monte, de su país, de su universo. Nada indiferente al vasto mundo, desde su porción de eternidad pone coto al caos y se involucra. Todo le pertenece, el paisaje que la contiene y la familia que la circunda. Es la pagana divinidad anterior a los ritos y a los oscuros arcanos. Aquí y ahora, con la maquilla-cetro, con ese bastón que sirve para caminar, para ordenar y para amenazar al bullicio de la joven jauría bullanguera, mujer de tono agudo y risa que no es risa sino risas con toda la cara.

     En otro continente y desde otros cielos, Gabriela dice sin ceremonias “yo no abandono a nadie”. Así con la grandeza de una estatura escasa y fuerzas relativas. Con la prepotencia de una entrega excesiva para los débiles, inconcebible para los tibios a quienes dice la Biblia que vomitará Dios de su boca. Tocada por la tragedia de una tía anciana, enferma y pobre, Gabriela se pone las botas y camina; a remar aunque el bote se llene de agua. “Yo no abandono a nadie”, y lo fácil que sería mirar para otro lado y dejar que los muertos entierren a los muertos, que las cosas sigan su curso, que algún otro reciba la pelota que cayó en la zanja.

     Mientras tanto Edurne ha dado de mamar a propios y ajenos, y los niños hacen fila para compartir con ella su momento dichoso, y el marido que recibe su ternura, y las hermanas tocadas por la calidez de los ojos verdes con las arrugas más hermosas del mucho sonreír. Edurne mujer maravilla que trabaja y pinta con esos colores tan de Edurne, que anda en bicicleta y corre y lee y además arrulla y acaricia y pasa con su piragua debajo de sus puentes de su ciudad, en su río que desemboca en la mar que rodea y colorea al mundo.

     Dichosas mujeres, estupendas mujeres de caldero y fuegos , de nacimientos y acompañamientos. Extraños pararrayos para las feroces inclemencias. Débiles cuerpos para fuertes voluntades. Ellas son las propietarias de la realidad, y allí están junto a lo verde y también para recoger las hojas que marchitan los otoños.

     Qué sería de la humanidad sin estos tutores, ramitas enhiestas que enderezan árboles frondosos. Dichosas portadoras de la luz, sacerdotisas del hogar que calienta la casa, las que atienden a los niños y ponen en su lugar los trastos. No todas las mujeres tienen esa fe en la potencia imparable del pequeño amor que se acrecienta y abarca el mundo.

     Arantza y Gabriela, Edurne y tantas otras. La soberbia de hacer y de intentar lo imposible, de ponerse enormes piedras sobre hombros endebles y sin embargo más poderosos que las muertes inevitables. Las redimirá para siempre el ser poseedoras del  presente efímero. Pasarán, como todo lo que está dentro del tiempo, pero habrán puesto una flor roja en un florero azul, habrán dado con las manos una palabra, habrán colocado un eslabón en la cadena de lo mágico. Habrán poseído por un momento el universo.
 Mónica Russomanno
 
                              
           
HONRAR LA VIDA



    En el noroeste de Mongolia todo el mundo se muere, pero las personas no mueren. Se lo dice el papá a Nansa, una niñita de ojos rasgados en un redondo rostro de manzana.
    El budismo los provee de un inagotable círculo de vidas que el alma recorre pasando de un arbusto a un camello, de un camello a un buitre, saltando de ser a ser, hermanando plantas, animales y seres humanos en un hálito eterno que se manifiesta multiforme y vital. La muerte no tiene más
relevancia que el cruce de un umbral. No angustia ni aterroriza. Los niños sólo sienten la curiosidad de quien se pregunta qué vestido usará mañana,qué abrigo le tocará en el invierno próximo.
    Pero no todas las vidas son iguales. Las personas poseemos una fineza de percepción, la capacidad de razonar y sentir con mayor agudeza que un yak o una cabra. Esos atributos son invalorables. Podemos, también, mirar las
estrellas, contar historias, acariciar un perro dormido. Somos capaces de amar.
    Volver a pisar el mundo como un ser humano es un privilegio.
    Una anciana recibe en su yurta a la niña que se ha mojado en la lluvia.
Toma un cazo con arroz, una aguja larga, y con la aguja en una mano derrama sobre ella puñados de arroz que caen como lluvia blanca. Le pide a la niñita que le avise cuando un grano caiga sobre la punta de la aguja. Puñado tras
puñado, la atenta mirada no logra encontrar que el milagro acontezca.
    La pequeña mujer arrugada y sonriente le cuenta a la niña que en el mundo existen infinidad de seres, y que la posibilidad de reencarnarse en una persona es tan remota como la de que un grano de arroz caiga en la punta
de la aguja. Así de esquivo es el milagro, así de difícil es ser un ser humano, y es por eso que cada vida humana es inapreciable.
    Ha de celebrarse, entonces, la vida humana. Y respetarla con la devoción con la que se preserva un frágil fuego en medio de la noche.
    Lo dicen los mongoles, allá por donde China y Rusia se confunden. Nos lo cuenta la directora Byambasuren Davaa, que quiso que su pueblo narre a través de sus filmes esa forma de vivir, sentir y explicar el universo.
    Ellos, los mongoles budistas que creen en un eterno pasaje de vidas, reverencian la maravilla de ser una persona y de tener la suerte de pertenecer por unos años al género humano. Nosotros, que no prestamos fe a historias de reencarnaciones, que creemos que esta vida es única,
despreciamos a nuestros semejantes y no honramos el maravilloso don de la humanidad que se nos ha concedido y reside en nosotros. Mancillamos el milagro, desperdiciamos la esquiva oportunidad de ejercitar los dones que nos fueron hechos. Si podemos amar, si podemos mirar la luna, si podemos narrar historias; entonces es nuestro deber hacerlo y por tanto, como lo cantó Eladia Blázquez, honrar la vida.


Mónica Russomanno


fuente: recibido directamente de la Autora, a la que 
agradezco y felicito por la calidad de sus creaciones.

 



La autora:

Mónica Graciela Russomanno nació en Santa Fe, en 1966 y es profesora en Artes Visuales.

Fue publicada en los diarios “Hoy en la Noticia”, “El Litoral”, “La Nación” de Argentina, “Ideas” de Cuba, “Xicòatl” de Austria y “Etcétera” de Zaragoza

Editada virtualmente en las publicaciones “Inventiva Social”, “Unión digital”, “La máquina de escribir”, “Página 1”( de Israel); escribe ensayos en “El Arca del Sur”.

Ha guionado los videos “El gueto de Varsovia”, el realizado por los 90 años de la radio “LT9”, así como “Relatos de Euskadi” y “El Arca del Sur”.

Fue premiada en el concurso por los 70 años de la UNL, “Nitecuento” de Editorial Mizares, el certamen de la Editorial “Nuevo Ser”, y el organizado por “Historias para el café”.

Editada en la Antología “En bandada”, participa como autora invitada en encuentros con estudiantes, y es jurado del concurso anual de cuentos juveniles de la organización “El Puente”.

En el año 2009 la Asociación Trabajadores del Estado le editó un libro de cuentos, “Historias versas y perversas” dentro de la colección Bienes Culturales.
Fue/es publicada en los Blogs:
 
"SANTA FE, MI PAIS" , 'PAGINA 1 - JOSE PIVIN' Y 'EL GALLO EN ALPARGATAS',

e-m: russomannomonica@hotmail.com

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