La escritora santafesina María Guadalupe Allasia recupera la historia de una inmigrante polaca y su hija, separadas por la vida. TEXTOS. MARÍA GUADALUPE ALLASIA. FOTO. MARIO PLATINI.
“Esta es una historia real de arena de granito amarillo y secretas caracolas que se derraman entre las cabelleras de las algas y el mar...Siempre guardada, siempre”, dice María Guadalupe Allasia en las palabras iniciales de “Secreta memoria”, una obra que surgió de escuchar una historia “que todavía no pude creer. Y que recién ahora me atrevo a contar”.
“Somos los que se van”, Jorge Luis Borges
La mujer es vieja, con huesos de porcelana fría que se pueden romper como las tazas del té. Ha visto fantasmas, espantos y oscuridades. Cuenta historias de hombres malignos y milagros de agua bendita. Aire de vino añejo, tiene. Aire de talismanes de oro antiguo, tiene. Y sus palabras, amasadas con barro y leche, caen como las cuentas de un collar de palo santo. Qué delgadito es tu sueño, Justyna, casi no está en los relojes del tiempo. Está en las sombras de las pesadillas. Es sólo un hechizo finito como un hilo. Por eso puedes recordar y sentir los ecos de la memoria que caen como papelitos de seda.
Las tazas cantan una canción -susurra una mañana-. Las oigo todas las madrugadas, desde mi cama.
Los ojos de Justyna se llenan de barquitas pesqueras. Mares profundos navega, donde las imágenes de ensueño y las otras, de oscuridad y dolor, se mueven sin hacer ruido. Mundo de estrellas que la llaman, navega. Pero también, un mundo de fantasmas que duerme del otro lado de las puertas, navega.
El cabello es blanco, y últimamente no deja de crecer como una planta en primavera.
La semana anterior, cuando Justyna caminaba por la galería, su cabello que ya toca el suelo de mosaicos antiguos, se cubrió de mariposas amarillas.
Entonces pensó si estaba caminando por el sendero mágico de los sueños y recordó su casita en Polonia, donde las tazas blancas de mamá Cyme lucían sobre el aparador, esperando las visitas, antes de la guerra. Porque después...ay, después.
Justyna sube un escalón en la escalera de la memoria y murmura. Y escribe, con letra temblorosa:
Querido Hans...
Usted no me olvidó, ¿verdad? Usted que era tan hermoso y me amó tanto. Usted que me decía que olvide los disparos y el violín de Massenet, aquella noche de pura luna en el bosque, donde quedaron los muertos bellos, únicos e infinitos.
Claro que Usted era alemán. Cómo, dijo mi tía Vilma, puedes enamorarte del enemigo. Pero Usted era diferente y no quería que mataran a todos los polacos. Por eso, supongo, me dijo que huyera hacia la Argentina, que algún día...algún día...
¿Se acuerda que a Usted y a mí nos gustaba el color azul? He coleccionado botellas de vidrio azul, pensando que algún día Usted vendría a buscarme para sentir el olor de mi piel de durazno y mirar a través del vidrio cómo se ve el mundo de otro color.
La luz de la ventana cae sobre las tazas, moviendo las sombras de las hojas en un baile de minueto en Sol Mayor. Justyna siente frío en su corazón de malva. No sé si sabe que tuve una hija suya, tan hermosa y parecida a Usted. Pero tuve que dejarla en un hospital, chiquitita y blanca, sola.
Yo no podía con mis quince años, los recuerdos de la guerra y los muertos que me seguían con sus voces perdidas.
Otro escalón en la escalera de la memoria. Ahora sé que perdí todo, a Usted que amé tanto y que nunca vino a buscarme; a nuestra hija, cuyo rostro desconozco, cuya voz me es ajena.
Sólo me quedan las tazas que traje desde Polonia y que esperan, allí, que Usted entre y tome un té caliente, como lo hacíamos en Varsovia. O que entre ella con un vestido bordado como el mío y me perdone el abandono y el silencio. El vasto ayer me devora y penetra como una sombra. Es una clase de muerte, el último sueño, la última suerte.
Otro escalón más. Y los huesitos de la mujer crujen y se vuelven transparentes. Me dijeron que Usted había venido a este país, después de la guerra. Sin embargo, nunca lo encontré para decirle que ella fue adoptada por un matrimonio y se la llevaron a Córdoba, a un lejano lugar entre las montañas, donde la niebla entra por la ventana de las casas y la nieve cae blandamente sobre los secretos del pasado.
Nunca fui a buscarla, porque ni siquiera estaba segura de esta historia de rumores grises y rencores ocultos que me lastiman. Y ahora...una luz de bengala fría me ciega los ojos y la memoria. Oigo la oscuridad y Usted, tan lejos. O no. Porque ahora la veo en la puerta. Tan tenue su figura. El bosque tenía esa misma penumbra, verdosa, mortal.
¿Es Usted un fantasma? Deme la mano y lléveme lejos para abrir los colores como ciruelas rojas y naranjas abiertas. Tal vez Usted quiera tomar un poco de té mientras mi muerte arde sobre la tierra. Bebamos, pidamos perdón por el amor olvidado y dejemos que la marea tibia, ámbar, suba, caliente la piel y los nombres antiguos.
Por nuestra hija, por Usted, salud.
Suya en el tiempo,
Justyna Slowacky
La anciana polaca camina sobre el piso de mosaicos blancos y negros, con su cabello blanco cubierto de mariposas amarillas. Las tazas aún esperan, blancas, estremecidas, vacías, que una mujer, alguna tarde cualquiera, por algún designio misterioso, venga a buscarlas, y en el fondo de cada una halle un nombre, un pasado, un color, una lengua antigua, un código genético y la importante razón de su preferencia por los azules.
Justyna Slowacky envío la carta a Hans Bauer, según la dirección que le había dado su amiga polaca de Santa Fe. Lo hizo con los estremecimientos del pasado que aún la tocan y la quiebran como ecos estrellados de las olas del océano que tuvo que cruzar, embarazada del amor de su vida.
Vibra el azul en su memoria, al recordar esa niñita que apenas vio un tiempo, un pequeño florecimiento de una rosa de sal, allí, en una ciudad lejos de Varsovia, y de los muertos infinitos que vio caer, allá lejos, entre la niebla. Es demasiado tiempo el que ha corrido como un viento de fantasmas, pero quedó grabado el desamparo, la raíz y la melancolía.
Recuerda su infancia en la casita blanca, con el arbusto de grosellas, en esa calle silenciosa de Varsovia. Su mamá preparando la sopa de remolachas, mientras le contaba la leyenda de una sirena maravillosa que todo el pueblo recordaba.
Y los tilos, perfumada esencia polaca, que guardó en su piel, como la bandera, el vestidito bordado y las cintas que bajaban de las flores que rodeaban su cabeza. Todo estaba allí, como llamarada de sol, antes de la guerra. ¿Por qué sucedió todo lo demás? ¿Por qué la guerra se devoró el rocío? Todo se salió del mapa, hasta el piano aquél de la tía Vilma, que tocaba como lluvia dulce, goterita cerca de la cocina, que caía, caía, sol, mi do, sobre las tazas, las tazas que aún esperan.
Hay una rosa antigua escondida en la sutil marea del tiempo. Surca hacia la última orilla de la verdad como una nave espiralada en el viento. Con aroma de té.
El libro “Secreta memoria” es una obra que surgió de escuchar una historia “que todavía no pude creer. Y que recién ahora me atrevo a contar”.
fuente: DIARIO 'EL LIORAL'-SANTA FE, 18 de Julio 2009
“Esta es una historia real de arena de granito amarillo y secretas caracolas que se derraman entre las cabelleras de las algas y el mar...Siempre guardada, siempre”, dice María Guadalupe Allasia en las palabras iniciales de “Secreta memoria”, una obra que surgió de escuchar una historia “que todavía no pude creer. Y que recién ahora me atrevo a contar”.
“Somos los que se van”, Jorge Luis Borges
La mujer es vieja, con huesos de porcelana fría que se pueden romper como las tazas del té. Ha visto fantasmas, espantos y oscuridades. Cuenta historias de hombres malignos y milagros de agua bendita. Aire de vino añejo, tiene. Aire de talismanes de oro antiguo, tiene. Y sus palabras, amasadas con barro y leche, caen como las cuentas de un collar de palo santo. Qué delgadito es tu sueño, Justyna, casi no está en los relojes del tiempo. Está en las sombras de las pesadillas. Es sólo un hechizo finito como un hilo. Por eso puedes recordar y sentir los ecos de la memoria que caen como papelitos de seda.
Las tazas cantan una canción -susurra una mañana-. Las oigo todas las madrugadas, desde mi cama.
Los ojos de Justyna se llenan de barquitas pesqueras. Mares profundos navega, donde las imágenes de ensueño y las otras, de oscuridad y dolor, se mueven sin hacer ruido. Mundo de estrellas que la llaman, navega. Pero también, un mundo de fantasmas que duerme del otro lado de las puertas, navega.
El cabello es blanco, y últimamente no deja de crecer como una planta en primavera.
La semana anterior, cuando Justyna caminaba por la galería, su cabello que ya toca el suelo de mosaicos antiguos, se cubrió de mariposas amarillas.
Entonces pensó si estaba caminando por el sendero mágico de los sueños y recordó su casita en Polonia, donde las tazas blancas de mamá Cyme lucían sobre el aparador, esperando las visitas, antes de la guerra. Porque después...ay, después.
Justyna sube un escalón en la escalera de la memoria y murmura. Y escribe, con letra temblorosa:
Querido Hans...
Usted no me olvidó, ¿verdad? Usted que era tan hermoso y me amó tanto. Usted que me decía que olvide los disparos y el violín de Massenet, aquella noche de pura luna en el bosque, donde quedaron los muertos bellos, únicos e infinitos.
Claro que Usted era alemán. Cómo, dijo mi tía Vilma, puedes enamorarte del enemigo. Pero Usted era diferente y no quería que mataran a todos los polacos. Por eso, supongo, me dijo que huyera hacia la Argentina, que algún día...algún día...
¿Se acuerda que a Usted y a mí nos gustaba el color azul? He coleccionado botellas de vidrio azul, pensando que algún día Usted vendría a buscarme para sentir el olor de mi piel de durazno y mirar a través del vidrio cómo se ve el mundo de otro color.
La luz de la ventana cae sobre las tazas, moviendo las sombras de las hojas en un baile de minueto en Sol Mayor. Justyna siente frío en su corazón de malva. No sé si sabe que tuve una hija suya, tan hermosa y parecida a Usted. Pero tuve que dejarla en un hospital, chiquitita y blanca, sola.
Yo no podía con mis quince años, los recuerdos de la guerra y los muertos que me seguían con sus voces perdidas.
Otro escalón en la escalera de la memoria. Ahora sé que perdí todo, a Usted que amé tanto y que nunca vino a buscarme; a nuestra hija, cuyo rostro desconozco, cuya voz me es ajena.
Sólo me quedan las tazas que traje desde Polonia y que esperan, allí, que Usted entre y tome un té caliente, como lo hacíamos en Varsovia. O que entre ella con un vestido bordado como el mío y me perdone el abandono y el silencio. El vasto ayer me devora y penetra como una sombra. Es una clase de muerte, el último sueño, la última suerte.
Otro escalón más. Y los huesitos de la mujer crujen y se vuelven transparentes. Me dijeron que Usted había venido a este país, después de la guerra. Sin embargo, nunca lo encontré para decirle que ella fue adoptada por un matrimonio y se la llevaron a Córdoba, a un lejano lugar entre las montañas, donde la niebla entra por la ventana de las casas y la nieve cae blandamente sobre los secretos del pasado.
Nunca fui a buscarla, porque ni siquiera estaba segura de esta historia de rumores grises y rencores ocultos que me lastiman. Y ahora...una luz de bengala fría me ciega los ojos y la memoria. Oigo la oscuridad y Usted, tan lejos. O no. Porque ahora la veo en la puerta. Tan tenue su figura. El bosque tenía esa misma penumbra, verdosa, mortal.
¿Es Usted un fantasma? Deme la mano y lléveme lejos para abrir los colores como ciruelas rojas y naranjas abiertas. Tal vez Usted quiera tomar un poco de té mientras mi muerte arde sobre la tierra. Bebamos, pidamos perdón por el amor olvidado y dejemos que la marea tibia, ámbar, suba, caliente la piel y los nombres antiguos.
Por nuestra hija, por Usted, salud.
Suya en el tiempo,
Justyna Slowacky
La anciana polaca camina sobre el piso de mosaicos blancos y negros, con su cabello blanco cubierto de mariposas amarillas. Las tazas aún esperan, blancas, estremecidas, vacías, que una mujer, alguna tarde cualquiera, por algún designio misterioso, venga a buscarlas, y en el fondo de cada una halle un nombre, un pasado, un color, una lengua antigua, un código genético y la importante razón de su preferencia por los azules.
Justyna Slowacky envío la carta a Hans Bauer, según la dirección que le había dado su amiga polaca de Santa Fe. Lo hizo con los estremecimientos del pasado que aún la tocan y la quiebran como ecos estrellados de las olas del océano que tuvo que cruzar, embarazada del amor de su vida.
Vibra el azul en su memoria, al recordar esa niñita que apenas vio un tiempo, un pequeño florecimiento de una rosa de sal, allí, en una ciudad lejos de Varsovia, y de los muertos infinitos que vio caer, allá lejos, entre la niebla. Es demasiado tiempo el que ha corrido como un viento de fantasmas, pero quedó grabado el desamparo, la raíz y la melancolía.
Recuerda su infancia en la casita blanca, con el arbusto de grosellas, en esa calle silenciosa de Varsovia. Su mamá preparando la sopa de remolachas, mientras le contaba la leyenda de una sirena maravillosa que todo el pueblo recordaba.
Y los tilos, perfumada esencia polaca, que guardó en su piel, como la bandera, el vestidito bordado y las cintas que bajaban de las flores que rodeaban su cabeza. Todo estaba allí, como llamarada de sol, antes de la guerra. ¿Por qué sucedió todo lo demás? ¿Por qué la guerra se devoró el rocío? Todo se salió del mapa, hasta el piano aquél de la tía Vilma, que tocaba como lluvia dulce, goterita cerca de la cocina, que caía, caía, sol, mi do, sobre las tazas, las tazas que aún esperan.
Hay una rosa antigua escondida en la sutil marea del tiempo. Surca hacia la última orilla de la verdad como una nave espiralada en el viento. Con aroma de té.
El libro “Secreta memoria” es una obra que surgió de escuchar una historia “que todavía no pude creer. Y que recién ahora me atrevo a contar”.
fuente: DIARIO 'EL LIORAL'-SANTA FE, 18 de Julio 2009
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